Inmediatamente fui al edificio de Elizabeth, subí en el ascensor y toqué la puerta del departamento. Al instante se asomó, llevaba su ropa deportiva, esos short cortos y ajustados, una top que solo cubría sus pechos dejando al descubierto todo su abdomen. Lo recordé entonces, ella dijo que practicaría algo de ejercicio.
Reí internamente al recordar que yo había visto muchísimo más de ese cuerpo que lo que mostraba ahora.
—Señor Steele, no lo esperaba ¿Quiere pasar?
—Claro.
Avancé detrás de ella hacia el balcón, allí había un gran sillón y uno más pequeño a la derecha, también había una pequeña mesa junto al gran sillón. En la mesa había un cenicero que recordaba la primera vez que había visitado su casa estaba lleno de colillas de cigarrillo, pero no había más de dos.
—Por lo visto has dejado de fumar —se sentó en el gran sillón.
—Sí, tomé el consejo que me dio en casa de West —me senté a su lado.
—¿Estabas leyendo? —tomé el libro que estaba junto a mí.
—Sí, leo libros en español para no olvidarme de mi idioma natal ¿Y a qué se debe su inesperada visita?
—Quería hablar contigo —tomó el libro de mis manos y lo colocó en la mesa.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros —tensó su cuerpo en respuesta y desvió la mirada.
—No hay nada entre nosotros, Señor Steele.
—Claro que lo hay Elizabeth —me acerqué un poco más a ella—. Conozco la verdad, sé que es eso de lo que quieres proteger a todo el mundo.
—No es algo que sea de su incumbencia, Señor Steele —dijo molesta.
—Puede que no... pero debo saber —un silencio que parecía eterno nos rodeó.
—Creo que podía haber cambiado las cosas —la tristeza en su voz me estrujó el pecho, tomé su rostro para verla.
—¿Cómo? Elizabeth, tú no... —se levantó del sillón.
—Podía haber dejado mi trabajo de lado y preocuparme más por mi familia —me coloqué frente a ella.
—Sólo estabas cumpliendo con tu obligación —limpié las lágrimas que descendían por sus mejillas.
—Me metí con lo que no debía.
—Era tu trabajo —me observó, herida.
—Y mi familia pagó por ello —colocó su mano en mi mejilla—No quiero que te pasé lo mismo, Tony.
Me acurruqué en su mano disfrutando de la calidez de ella. Moría por abrazarla, deseaba tenerla en mis brazos y decirle que todo estaba bien. Me abstuve de hacerlo.
—¿Y piensas privarte de tu felicidad por miedo?
—Lo hago para protegerte —su voz era un susurro.
—No lo estás haciendo, me hieres Elizabeth... Yo te quiero —las lágrimas descendieron de nuevo por sus mejillas y una punzada me atravesó el pecho—, y sé que sientes lo mismo por mí, lo escuché de tu boca —puse mi mano en su mejilla y la acaricié con mi pulgar.
—Sí, pero debo cuidarte.
—Te estás hiriendo tu también.
Me apegué lo suficiente a ella. La necesitaba. La necesitaba como nunca. Necesitaba calmar su dolor.
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Corazón Antibalas ©
RomanceTony Steele es un empresario reconocido a nivel mundial, y conocido por ser un seductor empedernido, que busca protección debido a sus importantes negocios. Para esto contrata a los mejores ex-policías de Seattle pero nunca imaginó que entre ellos...