23. Miedo

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Llegamos a casa un poco más tarde de lo usual, el embotellamiento cada vez era más pesado. Eso realmente era muy molesto. Al bajar, Elizabeth me observó un momento, se acercó y pasó su pulgar por el lugar del golpe. Me quejé, aún dolía. Pero su tacto se sentía tan bien que me daba igual.

—¿Qué le pasó? —preguntó.

—Me golpeé con la puerta de mi oficina.

—Es un golpe muy fuerte para ser de una simple puerta —inquirió.

—Sí, y aún duele —pensó un momento, algo me decía que no estaba segura de mi respuesta.

—¿Tiene algún botiquín?

—Sí, en mi habitación ¿Vas a curar esto? —señalé mi herida.

—Si no quiere me puedo retirar ahora.

—Claro que no —me apresure a decir mientras me movía a un lado para que entrara—. Vamos.

Entramos a la casa, subimos a la habitación y mientras yo esperaba sentado en la cama, Elizabeth buscaba el botiquín que estaba en el baño. Cuando estaba curando mi herida no pude evitar quejarme, pues había que reconocer que Alex me había pegado fuerte. Dolía. Pensando en eso, recordé que tenía que hacerle una pregunta muy importante a la mujer que tenía en frente.

—Le va a quedar la marca del golpe pero eso lo podemos ocultar con algo de maquillaje —seguía tratando mi herida.

—¿Es cierto que te acostaste con Alex después de estar conmigo? —dije sin rodeos, sus ojos abiertos de par en par se encontraron con los míos.

—¿Quién le dijo eso? —preguntó casi aterrada.

—¿Es verdad? —regresó su vista a mi herida y tragó fuerte.

—No tengo porque hablarle sobre lo que hago con Alex o no —una punzada me atravesó el pecho.

Se negaba a hablar, eso me daba a entender que no quería decírmelo porque era verdad. Y que rabia me daba al pensarlo... Me dolía pensarlo.

En cuanto terminó de curar la herida, dejó el botiquín nuevamente en el baño y empezó a caminar hacía la salida pero antes de que pudiera irse la tomé de la muñeca, impidiendo que se moviera.

—No quiero saber de Alex, pero dime ¿por qué no quieres aceptar lo que sientes? ¿Por que no aceptas lo que yo siento por ti? —sus iris verdes estaban clavados en mí, con un deje de melancolía en ellos.

—Porque debo proteger lo único importante que tengo en la vida —me respondió casi en un susurro antes de soltarse e irse.

¿Proteger a quién? ¿A mí? ¿De qué? Su respuesta me había dejado más confundido, si bien podía referirse a mí al igual que podría estar hablando de Alex. Evoqué algo de su confesión, recordaba haber escuchado palabras similares, algo que debía proteger. Me pasé una mano por el pelo, tratando de despejar mi cabeza.

Dios ¿Por qué las mujeres no hablan claro?

***

Estaba conduciendo mi auto hacia la oficina, no tenía el ánimo para trabajar pero Allison era insistente, me pidió llegar temprano. Tampoco quería quedarme en casa martirizándome con lo que había hecho Elizabeth con su amigo. Al llegar a la oficina ahí estaba ella, Allison, recogiendo varios papeles. Me senté en mi sillón y al instante me dijo que tendría una reunión dentro de cinco minutos junto a unos empresarios. Imaginé verla diferente esta mañana, ni siquiera esperaba verla aquí. Supuse que estaría enojada conmigo, o dolida, pero no era así, estaba tranquila, igual que siempre.

Corazón Antibalas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora