16. Lo que pasó en Nueva York

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Llegamos a Seattle, y no vi a Elizabeth desde que salió de la suite, Allison me dijo que había regresado en un vuelo aparte. Eso no aliviaba el pesar que llevaba conmigo.

Al día siguiente, ya que era domingo, después de salir a trotar, invité a West a jugar un partido de fútbol en la consola, ya que no tenía nada que hacer, y necesitaba hablar con mi amigo. Realmente era algo casi habitual entre nosotros y muy entretenido. Subimos al segundo piso de mi casa dónde se encontraba el salón con una gran pantalla, la consola, un DVD y varias películas y juegos. ¿Para qué ir al cine si tienes la comodidad de tu casa? Sin niños, sin celulares en plena función y con la posibilidad de ir al baño sin perderse nada. En frente de la pantalla había un gran mueble con una mesa en frente. Ambos nos sentamos y empezamos a jugar.

***

Después de unos minutos de juego, dos victorias y una derrota, decidimos tomar un descanso para pedir algo de comida rápida a domicilio. Bajamos a la barra de la cocina, en espera de nuestro pedido mientras tomábamos una cerveza.

—Tony, tenemos que hablar —me observó, serio.

—Sí, lo sé —tomé de mi cerveza—.Tú primero —él también bebió de su cerveza.

—Voy a casarme —estuve a punto de expulsar la bebida.

—¿Enserio? ¿Con quién? —dije incrédulo.

—¿Recuerdas a Erika? —ahora observaba la playa.

—¿La diseñadora que conociste en esa fiesta? —asintió—. ¿Y vas a casarte con ella? Vaya, siento que me perdí toda la historia.

—Es que olvidé decírtelo, pero estoy enamorado y sé que es la decisión correcta.

—Te tardaste mucho, felicidades —coloqué mi mano sobre su hombro—. Y tendré el auto listo ese día en caso de que quieras arrepentirte —mi amigo río.

—No va a pasar. Y tú ¿de que querías hablar? —le dí otro trago a mi bebida.

—Hay tantas cosas —tomé aire, y valor para aguantar su sermón, di un largo suspiro—. West, me acosté con Elizabeth en Nueva York —mi amigo me observó un momento, sin decir nada. Estaba seguro de que en su cabeza pasan más de mil y una formas para ahorcarme.

—Tony —habló después, con paciencia—, te dije que no podías acostarte con ella, es tu escolta.

—Ya lo sé, pero —no pude evitar recordar esa noche, provocando que cada uno de mis vellos se erizara— la deseaba cómo a ninguna otra mujer, y el estar con ella no fue nada parecido a las veces anteriores —hubo otro momento de silencio.

—Y ahora ¿qué vas a hacer? —me observó.

—No sé West —acabé mi cerveza, sopesando bien lo que estaba a punto de decir—, pero creo que me he enamorado de ella —se echó a reír.

Bueno, yo tampoco lo creía.

—¿En serio? ¿Cómo lo sabes?

—Porqué después de que se fue del hotel me arrepentí de no seguirla y decirle lo que ahora te estoy diciendo a ti —se quedó otra vez en silencio.

—¿Se lo vas a decir?

—No sé.

—Pues tienes que decidirte rápido —también terminó su cerveza.

—¿Por qué?

—Elizabeth llamó hoy a decir que iba a renunciar, le dije que lo pensara bien y me avisara mañana.

—Me lo hubieras dicho antes —me levanté rápidamente y tomé las llaves de mi auto.

—¿A dónde vas?

—¿A dónde crees? Voy a buscar a Elizabeth, no voy a dejar que renuncie —lo escuché reír.

—Estás loco.

—Sí, pero por ella.

***

Conduje por la ciudad tan rápido que parecía que en cualquier momento me estrellaría. Sabia que estaba mal pero ¿qué podía hacer? Tenía que evitar que renunciara, que me dejara más bien. Llegué al edificio y justo en frente del lugar dónde me estacioné estaba el convertible negro de aquella vez. Subí rápidamente las escaleras, pues justamente ese día estaba dañado el ascensor. Qué suerte. Toqué la puerta esperando que ella estuviera ahí pero, al igual que la vez anterior, quien abrió la puerta fue su amigo.

—Al parecer usted no tiene casa —habló él en tono sarcástico, la ira me embargó.

—Mira quien lo dice, siempre que vengo estás aquí —le respondí en el mismo tono.

—Alex —escuché la voz de Elizabeth—, ¿quién es?

—Tu jefe —respondió él.

Elizabeth se acercó a la puerta y su amigo retrocedió.

—¿Qué se le ofrece Señor Steele? —esta vez su tono era seco.

—Hablar con usted, ¿puedo? —lo pensó un momento, observándome para después observar a su amigo que estaba detrás de ella.

—Pase —se hizo a un lado.

Habló con su amigo, Alex, un momento y salió del departamento. Dio unos cuantos pasos frente a la puerta, sin observarme, quizás pensando en lo que iba a decirme.

—¿De qué quiere hablar Señor Steele? —finalmente dio unos pasos hacia mí, pero no se acercó.

—Vine a pedirle que no renuncie —me acerqué a ella pero se alejó.

—No es una decisión en la que usted deba interferir.

—Si es por lo que pasó en Nueva York...

—Señor Steele —me interrumpió—, mi decisión ya está tomada, y si no tiene nada más que decirme se puede retirar.

Me dio la espalda y empezó a alejarse de mí. Maldición, no estaba logrando nada, y tenía que pensar en algo, de lo contrario la perdería.

—¿Cómo crees que reaccionará el resto cuando se enteren que te acostaste con tu jefe? —se detuvo.

—¿Qué? —volteó a verme, incrédula.

Si con eso lograba que no se fuera entonces no importaba si me odiaba un ratito.

—Si renuncias yo haré saber lo qué pasó en Nueva York, nadie volverá a contratarte —cerró los ojos un momento, visiblemente molesta.

Dios, me sentía asqueado con todo lo que decía.

—Está bien —dijo después de un momento de silencio—, no renunciaré. Siempre y cuando cumpla con su palabra, nadie debe saberlo, eso nunca pasó —esas tres últimas palabras generaron cierta punzada en mi pecho.

—Bien —traté de no soñar herido—, si dices que nada pasó entonces no pasó. ¿Sí?

—Sí.

—Entonces, nos vemos mañana —caminé hacía la puerta.

—Hasta mañana, Señor Steele —recalcó el señor.

Sabía que estaba mal chantajearla, me sentía sucio por ello, pero quizás era la única forma de evitar que se fuera, no importaba si pensaba lo peor de mí mientras estuviera cerca de ella.

Todo lo valía.

Corazón Antibalas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora