Después de finalizar el trabajo acumulado, el que había dejado acumular, salí en su encuentro. Estaba recostada en el auto, como era habitual, y en cuento me aproximé se levantó para dedicarme una fugaz sonrisa y entrar al auto.
—¿Qué te parece si te invito un café el domingo?
Estábamos en el garage de la casa, ambos fuera del auto.
—Discúlpeme Señor Steele, pero el domingo voy a estar ocupada.
Aunque parecía no recordar lo sucedido horas atrás, sabía que no la dejaba indiferente y que, de alguna manera, lo tenía presente.
—¿Entonces? ¿Qué harás que no puedes aceptarme un café? Y no me digas que pasarás con tu amigo.
—Los domingos practicó defensa personal y Alex —recalcó su nombre— practica esgrima en una academia cerca de su oficina.
—¿Y no puedes posponer tu clase y quedarte conmigo? —le propuse mientras me acerqué a ella.
—No Señor Steele, así que si quiere tomarse un café tendrá que ser otro día.
—Bueno, por ahora me conformo con que no me hayas rechazado —rió.
—Hasta mañana Señor Steele.
***
Al siguiente día estaba en mi oficina con varios papeles sobre el escritorio, todos eran reportes de las sedes en Nueva York, España, Brasil y México, pero todos buenos. La compañía continuaba avanzando. Y en el trabajo, cómo ya era común, me daba un tiempo para pensar en ojos verdes y esa cabellera negra como la noche. ¿Qué me había dado esa mujer para pensar día y noche en ella?
—Señor Steele —se asomó la recepcionista—, hay un hombre que desea verlo.
—¿Quién es? —me levanté de mi sillón.
—No sé señor, no quiso dar su nombre, pero es muy apuesto —murmuró lo último.
—¿Qué es lo que dice?
—Qué lo espera en la recepción —se apresuró a decir.
Bajé hasta el lugar donde estaba la persona que me solicitaba. Allí, en la planta baja, estaba Alex a unos cuantos metros de distancia. Cuanto me observó empezó a caminar hasta mí con paso decidido y su rostro desencajado en enojo. Pero antes de que pudiera siquiera reaccionar, él ya había estampado su puño en mi sien lo suficiente fuerte como para arrojarme al suelo.
—¡Eres un maldito, Steele! —me gritó mientras yo pasaba mi mano por el lugar del golpe, justo donde dolía.
—¿Y qué te he hecho yo para que vengas a mi empresa a golpearme y maldecirme? —dije en tono neutral aunque por dentro moría por regresarle el golpe. Finalmente me levanté, estaba de pie frente a él.
—No te hagas, sé bien que te metiste con Elizabeth —toda la gente estaba alrededor observando el espectáculo.
—Ese es un problema entre ella y yo, ¿no crees?
—¿Piensas que puedes obtener algo de ella? No es como las mujeres que metes en tu cama.
—No, no lo es. Ella es mil veces mejor, siente algo por mí —dije seguro.
—¿Pretendes que te crea? ¿Cómo puede ella querer a un hombre como tú? Que malgasta su vida con cualquier mujer que pasa en frente, que le importa muy poco lo que pasa a su alrededor... Es más, ni siquiera puedes complacerla, pues cuando llegó del viaje en el que se enredó contigo fue a buscarme para estar con un hombre de verdad —dijo orgulloso, para después reír con arrogancia—. Ni para eso sirves.
ESTÁS LEYENDO
Corazón Antibalas ©
RomanceTony Steele es un empresario reconocido a nivel mundial, y conocido por ser un seductor empedernido, que busca protección debido a sus importantes negocios. Para esto contrata a los mejores ex-policías de Seattle pero nunca imaginó que entre ellos...