8. "Novias"

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Sabía que me había pasado de copas, pero no creí que tanto como para llegar a ver a Elizabeth tan real.

—¿En serio? Lástima, tendrá que ser otro día —dijo la morena—. Nos vemos guapo.

En cuanto la morena se alejó, Elizabeth me quitó el vaso de whisky que tenía en la mano y cuando intenté tomarlo nuevamente, lo alejó más de mí.

—Oye pagué por eso, dámelo —dije con dificultad para hablar, estaba tan ebrio que apenas entendía mis palabras.

—Ya ha bebido demasiado, es hora de ir a casa.

Me obligó a levantarme, tomó mi mano y me llevó hasta la salida en medio de la multitud. A pesar de estar ebrio pude sentir la calidez de su mano y una extraña corriente viajar a través de la mía. Era confortante, se sentía bien.

Cuando salimos pude ver al hombre del departamento de Elizabeth. Ella estaba hablando con él y, aunque no escuchaba lo que decían, supe por su expresión que estaba disgustado, quizás porque estaba ahora conmigo. Bueno, yo también la quería para mí.

Elizabeth tomó las llaves de mi auto, ambos subimos y empezó a conducir. No me fijé hacia donde íbamos, pero cuándo el auto se detuvo pude notar que estábamos en un garaje. Volvió a tomarme de la mano y me condujo hasta un ascensor. Dentro de él, mis ojos se cerraron debido a lo cansado que estaba, o quizás por los tragos de aquel bar. Sentí cuando el ascensor se detuvo, Elizabeth me llevó hasta una puerta, lo supe por el ruido de aquella al abrirse, seguimos caminando y al final hizo que tomara asiento.

—¿Qué lo llevó a beber tanto? —me dijo, era la primera vez que la oía hablar desde que salimos del bar.

—¿Qué me llevó? Mi auto —reí ahogadamente.

—A más de borracho, idiota —habló en Español.

—¿Qué dijo Señorita Collins?

—Nada —la vi fingir una sonrisa.

Empezó a quitarme el saco y la corbata para después recostarme en la cama.

—Elizabeth, ¿qué insinúas? —le dije tratando de hablar claro.

—Debe descansar.

—Pero Lizzie, tenemos que asistir a una Premier.

—No creo que a la gente le guste ver a un borracho frente a ellos —me quitó los zapatos.

—Yo no estoy borracho —levanté la voz— Sólo bebí un poquito, ¿sabes por qué? Por culpa de una mala mujer.

—¿Una mujer? ¿Su novia? —la escuché reí.

Abrió mi camisa y pude sentir su tacto descender lentamente. Enseguida abrí mis ojos, tomé su mano y tiré de ella para acercarla. Su rostro estaba cerca del mío y tenía sus verdes ojos clavados en mí. Eran hipnóticos, y su aroma era delicioso. Todo en ella era embriagador.

—No Elizabeth, yo no tengo novias, tengo compañeras de noche... y ahora necesito una —observé sus tentadores labios y se alejó repentinamente.

—Lo que necesita es descansar —dijo en voz baja antes de salir.

Esta vez decidí obedecer y descansar, además aquellos tragos estaban empezando a hacer efecto.

***

Unos murmullos me sacaron de mi reconfortante sueño.

—¿Sigue aquí el ebrio de tu jefe?

—Está durmiendo.

—No entiendo por qué te preocupas por él —dijo molesto.

—Porque es mi jefe ¿no?

Me acerqué a la puerta para escuchar mejor la conversación. Después de todo yo estaba involucrado en ella.

—¿Y tienes que sacrificar tu noche por él? Cuando por fin logro convencerte para celebrar tu cumpleaños, decides ir en su rescate.

—Sabes que no me gusta celebrarlo, no es una fecha para festejar.

—Es por eso que es un logro sacarte ese día.

—Ya no importa, lo llevaré después a su oficina.

—¿Entonces te dejó aquí con el borracho? —la escuché reír.

—Sí, no te preocupes.

Escuché la puerta cerrarse y los pasos de Elizabeth. Regresé a sentarme en la cama mientras recorría la habitación con la mirada. A mis espaldas había una ventana en la que podías ver Seattle, al frente un armario y junto a él una puerta que conducía al baño. La habitación no era grande, quizás mi guardarropa medía lo mismo.

Mi saco, camisa y corbata estaban a un lado de la cama y los zapatos al pie de ella. Por otro lado había ropa limpia, una camisa, un jean y también ropa interior. ¿De dónde sacó ella ropa para hombre? No me iba a poner la ropa limpia sobre ese olor a alcohol.

Avancé hasta el pequeño cuarto de baño, entré a la ducha y mientras el agua se llevaba todo el alcohol de la noche anterior, también me traía ciertos momentos de la misma, pues uno de los problemas de beber tanto es que no recuerdas lo que dijiste. Y ese era mi caso. Recordaba a Elizabeth interrumpiendo mi conversación con la morena. También recordaba perfectamente la calidez de su mano y aquella corriente que llegó a la mía. Era extraño, nunca había sentido algo parecido. Tenía presente la sensación de su mano bajando por mi torso, su rostro cerca al mío y esos ojos con un verde único. Dios, hubiera sido increíble encontrar esos ojos al despertar, encontrarla a ella.

Después de ponerme la ropa que había dejado Elizabeth, que por cierto me quedaba muy bien, salí a buscarla. Fuera de la habitación había un pequeño pasillo con tres puertas, incluida la de la habitación, del lado izquierdo estaba la sala y la cocina, y del lado derecho dos puertas de cristal abiertas que conducían al balcón. Justo ahí estaba Elizabeth de espaldas. Me acerqué y avancé hasta colocarme a su lado. Tenía un cigarrillo encendido entre los dedos y la mirada fija en la ciudad.

—Buenos días —dijo después de expulsar el humo de su boca.

—Buenos días Elizabeth.

—¿Desea? —me tendió el cigarrillo.

Lo tomé y le dí una fumada. Usualmente no fumaba, no le encontraba gusto, pero ya que me lo ofrecía ella podía hacer una excepción. Tenía una sabor peculiar ¿el de sus labios quizás? Aunque me gustaría probarlos directamente.

—¿Cómo durmió? —expulsé el humo de mi boca.

—Excelente —le devolví el cigarrillo —¿Desde cuando fuma?

—Desde que mi familia murió, hace tres años —en su rostro se reflejaba la tristeza que le provocaba recordar—. Se podría decir que el cigarrillo fue mi consuelo —le dio otra calada y expulsó el humo—... lo sigue siendo.

Cada quien tenía su manera de olvidar, ella con el cigarrillo y yo con mis aventuras de una noche.

¿A dónde pensábamos parar con todo esto?

Corazón Antibalas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora