2. Modelo de Play Boy

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Aquella mujer de zapatos altos y jeans ajustados iba a ser mi guardaespaldas, no es que fuera machista o algo así pero, ¿una mujer? ¿En serio?

—Empezará a trabajar mañana —dijo West—, se encargará de traerte y llevarte a donde desees, te acompañará a donde tú vayas y me reportará si hay algún problema.

—Será un gusto trabajar con usted Señor Steele —agregó ella con esa perfecta sonrisa marcada en el rostro.

—Lo mismo digo —le respondí observando su cuerpo.

—Entonces la esperamos mañana —le dijo West-.

Hizo un gesto con la cabeza y se marchó haciendo sonar sus tacones y moviendo sus caderas al compás. Con esa mujer a mi lado iba a ser difícil sólo trabajar. En cuanto ella se alejó de mi vista, volteé a ver a mi amigo que ahora tenía una gran sonrisa en la cara.

—¿Por que no me dijiste que era una mujer? —le pregunté.

—Dijiste que contratara a quien yo quisiera —se echó a reír—. Además tu cara era muy cómica, parecía que te la ibas a comer con la mirada.

Y con ese cuerpo, como no.

—No parece policía —continué observando el lugar en donde estaba hace un rato.

—Pero lo es, al menos lo era, y tiene muy buenas referencias así que por favor no hagas que salga corriendo —reí al escuchar las palabras de mi amigo.

—¿Por que haría eso?

—Te lo advierto Steele —me señaló—, no quiero que al día siguiente amanezca en tu cama.

—Voy a hacer lo que pueda —lo escuché reír.

Entré a mi auto y conduje un rato por la ciudad sin rumbo fijo, observando los edificios altos e iluminados por los cuales pasaba hasta que noté que no había combustible. Paré en una estación de servicio y mientras llenaban el tanque entré a un pequeño restaurante de comida rápida que estaba cerca, pedí una hamburguesa, salí y busqué mi auto. Eso de comer hamburguesas a mitad de la noche es uno de esos grandes placeres de la vida, uno de los muchos caprichos que podía ofrecerme, porque quizás podía tener todo el dinero del mundo pero hay cosas que no cambian. Conduje hasta las afueras de la ciudad, antes de llegar a mi casa, me estacioné y empecé a comer lo que había comprado.

¿En realidad quería que la pelinegra conociera mi cama? Quizás debía hacer caso a West. Reí para mí, definitivamente no desaprovecharía a aquella mujer. Debo admitir que era hermosa, y la ropa que llevaba definía todo su esbelto cuerpo. Iba a ser mi guardaespaldas así que sería más de una noche, quizás dos o hasta que me cansara, pero era seguro que esa mujer de verdes ojos iba a estar en mi cama.

Y ya que esta noche no iba a ser ella, tenía que buscar otra compañía o compañera.

***

Desperté debido a los ronquidos que se escuchaban del otro lado de mi cama, por un momento pensé que me había acostado con un hombre. Qué horror. Pero al darme la vuelta confirmé que era una mujer. Esta vez pude ver su rostro, tenía demasiado maquillaje que ahora estaba todo corrido, era pelirroja. Recordaba haberla conocido en un bar y su nombre era Melissa... Melina... ¿Milena? algo así, pero no recordaba haber estado tan ebrio como para traer a una mujer así, quizás en el bar se veía atractiva pero ahora no. Ni siquiera producía verla.

Para la próxima, tenía que prestar más atención a las mujeres que traía a mi casa.

Tomé una ducha, me vestí y bajé a desayunar. Hoy no estaba Allison, dijo que tenía algo que hacer y que nos veríamos en la oficina. Terminé mi desayuno y le indiqué a mi asistente doméstica lo que tenía que hacer si la muchacha se despertaba, aunque con esos ronquidos dudaba que sería pronto. Bajé hasta el garaje y pude ver a Elizabeth, la pelinegra. Ese nombre sí lo recordaba perfectamente. Llevaba unos jeans azules y una camisa blanca, como la mía, con dos botones menos arriba y esos tacones negros. Estaba recostada en mi auto. Insisto, aquella mujer no parecía policía, más bien lucía como modelo de Play Boy. Cuando se dio cuenta de mi presencia se levantó del auto y me sonrió.

—Buenos días Señor Steele.

—Buenos días Señorita Collins.

—¿Nos vamos? —señaló el auto.

Ambos subimos al vehículo, ella en el asiento del conductor y yo atrás.

Estábamos en la carretera camino al edificio. Algunas veces pude ver sus verdes ojos por el espejo retrovisor pero ella nunca lo miró, siempre veía al frente. En cuanto entramos a la ciudad, nos detuvo un embotellamiento, lo ví como una oportunidad para hablarle.

—Entonces Elizabeth —esta vez sí miró por el retrovisor—, ¿tiene novio?

—Discúlpeme, Señor Steele —recalcó el señor—, pero no acostumbro a hablar de mi vida privada —continuó viendo al frente.

—Bueno, ¿qué le parece si jugamos? Yo le hago una pregunta y después usted me hace otra —volvió a verme por el retrovisor—, así nos vamos conociendo.

Se quedó en silencio un momento y después mostró su sonrisa.

—Usted gana Señor Steele, ¿qué quiere saber?

—¿Por que aceptó este trabajo? Sin ofender pero éste no es trabajo para una mujer —pude oír como reía.

—No se preocupe, estoy acostumbrada a escuchar comentarios machistas —suspiró y continuó—. Lo acepté porque todos tenemos necesidades, Señor Steele, después de retirarme de la policía no había conseguido trabajo fijo hasta que apareció esta oportunidad.

—Muy bien. Ahora haga su pregunta, Elizabeth.

—¿Por qué me hace estas preguntas?

—Pues vamos a estar todos los días juntos, así que me gustaría saber el motivo por el cuál está aquí —los autos de en frente empezaron a avanzar, Elizabeth volvió su mirada a la calle—. ¿Aceptaría tomar una copa conmigo? —volvió a sonreír.

—No mezclo lo laboral con lo personal Señor Steele —me observó nuevamente—. ¿Por qué me invita una copa?

—Porque me parece una persona interesante y me gustaría conocerla Señorita Collins.

Antes de que me diera cuenta, ya estábamos frente al gran edificio. Justo cuando el juego se ponía interesante. Maldito embotellamiento, ¿no podías tardar más?

Corazón Antibalas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora