20. Enfermera

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Llevaba varios días sin trabajar, pues estaba ocupado pensando en ojos verdes y cabello negro. Y gracias a ello, o a ella, el trabajo se había acumulado. Para empeorar todo, había ese día había despertado con un terrible resfriado.

Y la mañana no fue nada agradable.

Estaba sentado en la barra de la cocina desayunando, cuando me entregaron el periódico y una revista. En la portada de la revista estaba el nombre de mi madre. Me sorprendió por completo, y me enojó por igual. Inmediatamente fui a la página que indicaba y allí estaba la foto de la mujer que me dio la vida, el título era:

"En homenaje a Tania Steele, gran mujer, madre y actriz"

Lo de gran mujer y actriz lo podía creer, pero lo de gran madre no. Definitivamente no. No leí todo el reportaje, pero mientras lo ojeaba, una parte en especial llamó mi atención:

"Tania no sólo fue conocida por las grandes novelas en las que fue protagonista, también es conocida por haber sido la madre del famoso y exitoso empresario Tony Steele, quién continuó sólo a los 22 años debido a la inesperada partida de su progenitora"

Deberían haber escrito: "El inesperado abandono de su inhumana madre". Eso sin duda se apegaba más a la realidad. Recordar esos hechos me llenaban de coraje, furia. Arrojé lejos la revista, cansado de los recuerdos de la mujer que me había abandonado justo cuando más la necesitaba, y salí a mi oficina buscando distraerme.

Así lo hice y, cómo dije anteriormente, me encontré con una montaña de trabajo. Terminé lo que pude en mi oficina pero ya que era tarde y hora de volver a casa, llevé el trabajo conmigo. Además no podía con mi gripe. Al bajar del auto, sentí que el piso se movía, quizás debí haber tomar algún antigripal.

—Señor Steele ¿Se siente bien? —Elizabeth me tomó del brazo.

—Sí, sólo tengo un leve resfriado —respondí con la nariz congestionada.

—Pues yo no lo veo bien.

Se acercó a mí y puso su mano en mi frente, revisando que tuviera fiebre. Igual que lo hacía mi madre. Pero me gusta más cuando lo hace ella.

—Tiene un poco de fiebre, no creo que sea conveniente que trabaje en ese estado.

—Tengo que trabajar... pero puedes quedarte aquí para cuidarme ¿no?

Nada mejor que una enfermera y mucho más si tiene el cuerpo de mi escolta.

—Mientras no intente nada más —murmuró—. Está bien.

Me hice a un lado para que entrara. Al llegar a la sala, avanzó hasta la pared de cristal dónde se veía el mar. Pasó a lado del piano y rozó sus dedos en las teclas.

—¿Sabe tocarlo? —me preguntó mientras lo observaba.

—La verdad no, está allí de adorno.

Me senté en uno de los muebles más grandes y coloqué mi trabajo sobre la mesa de la sala, mientras Elizabeth continuaba recorriendo la casa. Unos minutos después, mi trabajo estaba avanzado pero no terminado. Era complicado tenerla allí y no deleitarme con observarla, esa era la razón de la demora. Elizabeth se acercó nuevamente para tomarme la temperatura.

—Sigue con la temperatura alta, lo ideal sería que tomara una ducha con agua fría, así quizás baje.

Ella era mi enfermera, debería dármela. Y era seguro que mientras mi escolta estuviera allí la temperatura no iba a bajar.

—Te preocupas mucho por mí —se sentó a mi lado.

—Ese es mi trabajo, y vaya rápido o le subirá la fiebre.

Tal como ella dijo, fui a tomar una rápida ducha. Siempre es así, ella tan mandona y yo tan obediente. Una relación extraña que podía soportar. Al entrar nuevamente a la sala no encontré a Elizabeth, imaginé que estaría en alguna otra parte de la casa, así que continué con mi trabajo.

—¿En realidad ésta era su madre? —habló Elizabeth de pie a mi lado.

Tenía entre sus manos la revista de esta mañana.

—Sí, ella era —dije tranquilamente y regresé a mi trabajo.

—Era muy bonita, ¿ha leído lo que dice la revista sobre ella?

—No, y la verdad me importa muy poco —seguí revisando mi trabajo.

—¿Por qué? —se sentó a mi lado.

—Porque no me gusta hablar de mi madre, y menos leer lo que otros piensan de ella —dije con enojo.

—¿No la quería?

-¡Claro que la quería! —levanté la voz, observándola—. Pero ella no me quería a mí.

—Eso no es verdad.

—Sí lo es, si me hubiera querido no hubiera hecho lo que hizo —coloqué mi mano en mi sien. Maldición, lo que faltaba. Dolor de cabeza—. Se quitó la vida aún sabiendo que con lo único con lo que contaba era ella, me dejó sólo —dije lo último con voz quebrada y una solitaria lágrima viajando por mi mejilla.

No, no lloré ni siquiera cuando ella murió, no puedo hacerlo después de diez años con su ausencia. Respiré hondo y limpié mi mejilla con el dorso de mi mano, molesto.

—Señor Steele —tomó mi rostro entre sus manos—, necesita descansar.

Me dió un pequeño beso en la frente y salió hacia la cocina. Tenía razón, necesitaba descansar, tanto trabajo, este resfriado y también esos sentimientos encontrados no eran muy buena combinación. Me recosté en el sofá para tratar de dormir. Definitivamente eso necesitaba.

Cuando ya el sueño me estaba ganando y estaba a punto de conciliarlo, escuché los pasos de Elizabeth en la sala, frente a mí, pero estaba tan cansado que traté nuevamente de dormir.

—Qué rápido te duermes —la escuché. En realidad sus zapatos me despertaron—. Ambos hemos pasado por historias similares, perdimos todo lo que teníamos en la vida, es horrible ¿cierto? —sentí como acariciaba mi cabello—. Tú la pasaste peor que yo, y debe ser horrible vivir con la incognita de por qué se fue, pero estoy segura de que te quería —suspiró.

Y yo ciertamente lo dudo.

—No sabes como me gustaría poder calmar tu dolor, tus dudas, y estar ahí cuando necesitas a alguien. Pero si no estoy contigo no es porque no quiera, lo hago para protegerte. He tratado de olvidar esto que siento —empezó a hablar con la voz quebrada— pero no puedo, tú estas presente en cada momento.

¿Era Elizabeth la que hablaba? Quería abrir los ojos y confirmarlo pero si lo hacía me expondría a perderla, pues ya sabemos como es.

—No quería aceptar lo que sentía porque temía que fuera real, y ahora estoy aquí diciéndote todo esto, porque ya no puedo irme... no quiero irme —deslizó su mano hasta mi mejilla—. Pero estos sentimientos se quedan conmigo, hasta que pueda olvidarte o hasta que me olvides —me dió un pequeño beso en los labios— Descansa Tony.

Abrí los ojos para responderle, decirle que yo sentía también cosas por ella, pero ya había dado la vuelta encaminándose hacia la cocina nuevamente.

¿Y ahora? ¿Qué hacía? ¿Qué le diría? ¿Me arriesgaba?

Corazón Antibalas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora