Prólogo (parte dos)

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Azael William Soleil. Para muchos sirvientes y lenguas venenosas solo era el hijo bastardo del rey y una doncella de la corte. Para todos los prisioneros del calabozo, se trataba de un raksha con corona y cara bonita. ¿Y para Hendrick? Para Hendrick era su mayor deuda a pagar y parte de su manada.

Él había crecido como ningún otro licántropo había podido, en libertad. Claro que su vida en el palacio no había sido fácil, pero era conciente de que estaba mucho mejor que otros. Creciendo entre sirvientes que no veían en él más que a una bestia, había aprendido desde pequeño a saber ganarse el pan de cada día con su propio esfuerzo.
La bruja que lo había criado jamás le había ocultado la verdad sobre quién era él, sobre su madre y cómo lo había encontrado o de lo cruel que podía ser el mundo, y claro que le estaba enormemente agradecido y la amaba del mismo modo en que amaría de seguro a la loba que lo parió; pero así como ella le había enseñado con mucho amor todo cuánto pudiera serle útil en la vida, también le había enseñado con dureza que para sobrevivir en un lugar como palacio él debía ser siempre de utilidad porque después de todo, no tendría por toda la vida sus faldas para esconderse.

Y vaya que aprendió esa lección.

Al principio comenzó con trabajos simples que cualquier niño podía hacer como llevar recados de aquí a allá, ayudar a las criadas con la limpieza y el orden (sobretodo en espacios pequeños y pocos accesibles), alimentar a los animales, cortar ramos de flores para los jarrones del castillo, y quitar yuyos con los jardineros; y a medida que el niño iba creciendo, sus tareas de volvían un poco más pesadas o complejas ya fuere lavando ropa, cepillando a los caballos, limpiando mierda de los establos, cargando cosas pesadas para las sirvientas o ayudando a los soldados con el orden y limpieza de sus armas. Pero lo que más disfrutaba era dejar salir a su lobo interno y regresar del bosque con deliciosos ciervos, conejos y otras presas para deleite del rey.

Y todo estuvo claro para él durante su adolescencia.

Ciertamente ayudar a las sirvientas y empleados no era algo que detestase, sin dudas era mucho mejor que palear excremento en los establos, pero lo que de verdad disfrutaba era estar con los soldados. Algo en su interior le decía simplemente que pertenecía ahí. Disfrutaba del orden, de afilar armas, admiraba esa disciplina y casi anhelaba la camaradería que parecían tener, disfrutaba de ver incluso los entrenamientos de lucha o con espadas y hasta de poder participar en ellos alguna que otra vez como recompensa por su ayuda. Hendrick quería más que nada pertenecer allí, ser un soldado más. Y lo logró. Luego de pedirle no solo a cuánto cabo y oficial se le cruzará, sino que también de casi rogarle al coronel y con ayuda de Saemira que se lo había pedido al hombre casi como un favor especial, finalmente fue aceptado como un recluta que tendría que ganarse su lugar como el resto sin ningún favoritismo.

Y él aceptó encantado.

Con quince años recién cumplidos, el lobo era el recluta más jovencito de todos, pero gracias a su raza, su tamaño y fuerza eran comparables a la de los demás por lo que no era un problema su edad. Incluso cuando era él el mayor objetivo de chistes, bromas de todo tipo y hasta injusticias, el lobo había aprendido a no gruñirle a sus compañeros, a guardar su enojo permanenciendo impasible, pero sobretodo a obedecer siempre y sin chistar a cada orden. Se había esforzada para jamás faltar el respeto a sus superiores, jamás dejar una tarea sin cumplir sin importar que tan dura fuera ni cuánto pudiera tomarle. Jamás había una negativa de su parte. Realmente se esforzaba por hacer bien las cosas, y con los años todo su esfuerzo y empeño dieron por fin frutos.
Pronto el chiquillo que luchaba con sus instintos se había convertido en un adulto maduro y disciplinado. Su fuerza y destreza eran las de un lobo joven, muy superiores a las de los demás al punto en que sus ataques podían ser equiparables a los de un depredador hambriento y certero llegando a tener que luchar contra varios de sus compañeros a la vez; eso hizo que el menosprecio de muchos se transformara en asombro, y hasta envidia y respeto.

Hendrick se convirtió en un soldado ejemplar y el favorito de sus instructores y superiores. Él era lo que los demás debían aspirar a ser en cuanto a comportamiento y responsabilidad. Y cuando se dió cuenta de que había alcanzado con creces lo que deseaba, comenzó a escalar puesto tras puesto en la cadena de mando con el afán de darle a su madre adoptiva más motivos por los cuales sentirse orgullosa. Cabo, sargento, oficial, teniente... Así hasta que logró llegar a ser el capitán de su propio escuadrón, entonces decidió que allí se sentía lo suficientemente cómodo como para quedarse.

Capitán Hendrick al mando del escuadrón de soldados élite de la guardia real, solo pensarlo hacia que su pecho se hinchara con orgullo.

  —Felicidades Hendrick —dijo Saemira con un auténtico orgullo de madre, sonriendo más que feliz por el contrario.

Ya no era un niño, no era su bebé, de repente el licántropo que había salvado era ahora un hombre que la rebasaba en altura y tamaño, si quisiera él la podría levantar como si nada y pasearla sentada sobre su hombro. Pero aún así ahí estaba su pequeño luciendo con orgullo su nuevo uniforme y las respectivas placas que lo hacían destacar de entre los demás, que lo presentaban ante el mundo no como un simple soldado o un lobo, sino como el dueño de uno de los puestos militares más altos e importantes con el que muchos otros podían únicamente podían soñar.
Cuando Saemira se acercó a él para abrazarlo, el lobo pudo detectar que su aroma esa mañana era diferente al habitual.

  —Muchas gracias —respondió dejándose abrazar mansamente y correspondiendo al gesto— todo lo conseguí gracias a tu ayuda.

  —Nada de eso cachorrito modesto —lo regaño ella con cariño, dejando incluso escapar una breve risa antes de señalar sus impecables y pulidas medallas— todo esto lo conseguiste tú y sólo tú con esfuerzo y dedicación.

Y teniéndola cerca fue mucho más evidente que su aroma era diferente e incluso más fuerte.

  —Saemira ¿Tú...?

No hizo falta que la mujer frente a él pronunciarse una palabra si quiera, basto con ver cómo se llevaba la mano al vientre aún plano y como lo acariciaba con suavidad, como si albergara el más grande y delicado de todos los tesoros allí. Hendrick lo entendió al instante, pero entonces se percató de algo que no había visto antes, en el dedo anular de la bruja se encontraba un fino anillo de oro del cual sobresalía un diamante sutil pero elegante y que parecía hacer juego con las prendas azules de la dama.

  —Por fin ha pasado —habló ella después de unos instantes en silencio— no tendrás que estar celoso Hendrick, por más que este pequeño vaya a ser un príncipe, los querré a los dos exactamente por igual.

El comentario le sacó una risa al lobo. Jamás hubiera pensado en sentirse celoso del bebé de su madre adoptiva, más bien se sentía feliz al verla por fin cumplir su sueño de engendrar vida y más si era del hombre que amaba. Su mano tocó de forma delicada el vientre por encima de la tela antes de agachar la cabeza sonriente, llegando incluso a postrarse como lo debe hacer un caballero frente a su rey por respeto.

  —Juro que te protegeré con mí vida pequeño, y sin importar qué siempre tendrás mí lealtad.

  —Azael —mencionó ella con cariño— lo llamaré Azael.

  —Príncipe Azael —repitió Hendrick, apoyando suavemente su cabeza contra él vientre de la embarazada— serás un gran chico, pequeño futuro rey.

El Príncipe Bastardo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora