Uno

115 7 2
                                    

Al igual que cada mañana los pasos silenciosos de Hendrick se hacieron presentes en la habitación. Se acercó a la ventana y de un simple movimiento descorrió las dos pesadas cortinas color vino en direcciones opuestas dejando que la luz del sol ilumine todo el cuarto de repente, incluso entreabrió un poco el ventanal de cristal para que el aire corriera. Y en respuesta de nuevo las quejas del pequeño monarca mientras se revolvía entre sus sábanas, tapándose con ellas en un intento escapar de la claridad matutina, renegando y tratando de dormir otro poco, pero está vez las botas de cuero negro si sonaron sobre la fina madera lustrada hasta quedar frente a la cama.

  —Príncipe, es hora de despertar —dijo con una sonrisa de lado, entre divertido y enternecido por la reacción del chico a pesar de llevar viéndola durante años prácticamente.

  —¿Ya? Otros cinco minutos —pidió el contrario desde abajo de las sábanas, con la voz adormecida.

  —Ya lo dejé descansar demasiado, si no se da prisa llegará tarde al desayuno y por ende a sus clases también. No es propio de la realeza llegar tarde, así que arriba majestad.

Azael renegó, se giró un par de veces en la cama y al final apartó las sábanas con su cabello azabache hecho un lío y una evidente cara de sueño. Sin embargo al ver la sonrisa de su guardia, la molestia por querer seguir en la cama se transformó en un mohín antes de empezar a estirarse.

  —¿Ya te divertiste lobito? —preguntó al pateando las sábanas para descorrerlas y salir de la cama.

  —Nunca podría cansarme de despertarlo así —respondió el mayor con una ligera risa burlesca y algo cariñosa— las sirvientas ya le prepararon el baño con agua de rosas como siempre mientras dormía. Veinte minutos.

Eso le sacó una sonrisa al joven. Se levantó de la cama y caminó descalzo en dirección al baño haciendo hondear su camisón blanco con cada paso.

  —¿Hendrick?

  —¿Si alteza?

  —Ayudame con la ropa cuando salga del baño, no hace falta que llames a las chicas.

El lobo soltó un suspiro y negó divertido.

  —Se supone que solo soy un guardián, no otro criado pero con espada —reprochó viendo al rostro travieso del príncipe, pero al final resopló sin poder negarse—. Esperaré a que salga entonces alteza.

El príncipe ensanchó su pícara sonrisa al oír lo que quería y pronto desapareció tras la puerta del amplio baño donde lo recibió una tina humeante de aroma agradable. Los azulejos del baño se habían empañado un poco dado el vapor al igual que los espejos, y en el aire podía sentir ese delicioso olor a rosas, espino amarillo y magia que lo invitaban a deshacerse de su ropa dejándola caer en el piso sin preocupaciones para sumergir su cuerpo con lentitud y calma en el agua. Deliciosa. Se enjuagó primero el rostro y luego deslizó hacia atrás su cabello mojado, empezando a lavarse sin prisa con el jabón y dejando que su piel absorbiera las propiedades de la posición disuelta en el agua para mantenerla no solo humectada, sino también con esa apariencia delicada como la más fina porcelana, pálida y suave. Una piel perfecta que incluso su misma madrastra al igual que varias damas parecían envidiar enormemente, sin embargo él nunca le compartiría a nadie más su pequeño y más preciado secreto de belleza.
Lavó la inexistente mugre de su piel con jabón y frotó su cabello bien antes de dejar que la espuma se disolverá en el agua, solo entonces se relajó hundiendo todo su cuerpo bajo el agua dejando a la magia hacer lo suyo. Ese era su momento predilecto del día prácticamente. Azael no podía estar nunca de buen humor si no había tenido un relajante baño primero, y a sabiendas de que pronto Hendrick tocaría la puerta, quitó el tapón de la bañera y salió con cuidado, envolviendose en el enorme y felpudo toallón para secarse bien el cuerpo antes de colocarse la ropa interior que esperaba lista para él.

El Príncipe Bastardo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora