Quince

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El barco estaba listo para zarpar esa misma mañana. Aún faltaba aproximadamente una semana para la fiesta del príncipe pero con algunos días de viaje fácilmente llegarían al bosque de Sivis, y aunque el rey sabía perfectamente al igual que los soldados que era mucho más rápido viajar por tierra, el príncipe estaba empeñado en un viaje en barco y disfrutar del mar por primera vez en su vida de modo que así se haría.

Primero habían hecho en carreta el trayecto desde la ciudad de Sindra hasta su vecina, la ciudad portuaria; y el príncipe había estado más que emocionado durante todo el viaje.
Se había decidido que lo mejor era atravesar el bosque desde palacio directamente hasta Inglar en donde un barco estaría esperándolos ya listo para zarpar, así que el chico no había tenido oportunidad de ver Sindra antes del festival, solo de ver la flora viva y la fauna que se observaba desde hacía ya horas en lo que el carruaje real iba pasando por encima las hojas caídas y ramas secas de los árboles, con el murmullo del viento entre las copas naranjas.

Pero cuando finalmente llegaron a su destino, el joven brujo no podía despegar la cara de la ventanilla.

A medida que el vehículo real se abría paso entre las calles apenas anchas de los primeros pueblos antes de llegar a las del centro de la ciudad (pensadas para el transporte de mercancías y pasajeros), el chico miraba asombrado todo lo que lo rodeaba. Y fue gracias a su emoción y asombro de ver algo más que solo la capital de su propia ciudad y el palacio, que el camino no se le hizo largo ni monótono a Azael; a medida que se acercaban más y más al puerto que fungía como punto céntrico, las casas empezaban a ser cada vez menos dejando paso a los comercios, y las construcciones a diferencia de la capital eran de madera y piedra en vez de ladrillos. Inglar empezaba a llenarse casi exclusivamente con locales de comida, de hospedaje y algunos cuantos corrales para animales entre otras cosas. Las personas por la calle se paraban señalando su carroza y a los soldados que la escoltaban, saludando y empezando a rodear el camino por el que él pasaría pero sin interferir. El príncipe podía ver desde su ventanilla la cara de sobria emoción de los adultos y el asombro infantil pintado en enormes sonrisas de varios chiquillos que iban pasando por ahí y se detenían a ver, por lo que con la cortina totalmente descorrida ya desde el primer pueblo y dado que estaba bastante asomado, levantó la mano y dedico varios saludos a las personas que iban cruzando quienes, a su vez, respondían con reverencias rápidas al igual que los campesinos que habían cruzado ya con anterioridad de camino.

  —¡Hendrick mira! Desde aquí ya se ve el puerto.

La emoción del príncipe era palpable con su sonrisa ancha y emocionada mientras señalaba al frente.
Al lobo ya le llegaba aún a esa distancia el olor salino, e incluso estando a medio camino podía ya divisarse a lo lejos uno de los puertos principales de Syntra con enormes buques y barcos de carga anclados en espera de emprender nuevos viajes marítimos. Oía el ruido de las gaviotas por encima del de el gentío, y mientras más se acercaban, más distinguible era el traqueteo de otras carretas con cargas, personas dando órdenes, los vendedores en sus puestos ofreciendo los mariscos y pescados más deliciosos, cosméticos, artículos de viaje, fruta... Incluso el olor a pescado y mar inundaba el lugar sin que fuera necesario tener un olfato refinado como el suyo, por lo sentía el aroma a peces como si tuviera la nariz metida en uno de los puestos; pero no le importaba, esa pestilencia le daba igual viendo la emoción de Azael.

Cuando la caravana real finalmente se detuvo, el príncipe fue el primero en bajar con gran ligereza a pesar de las advertencias del lobo, y pronto el joven brujo dejó que la luz cálida de sol lo bañara mientras sus ojos se deleitaban en el puerto. Definitivamente el largo viaje había valido la pena. Y en lo que los soldados bajaban su equipaje y se lo lanzaban a los marineros a bordo que lo atrapaban con habilidad y costumbrismo ya para ir a guardarlo en la alcoba que sería del chico por esos días, Azael había decidido darse unos minutos para saludar a todos los que se reunían a su alrrededor siendo mantenidos a raya por el mismo Hendrick y algunos otros hombres. El príncipe les dedicaba saludos y algunas palabras a todos los que lo reverenciaban con cierta emoción expectante, incluso había tenido el gesto de darle a un par de niños que estaban por ahí, ayudando a cargar y descargar hasta hace un momento, la bolsa de cuero oscuro en la que aún sobraban algunos cuántos dulces que se había llevado para el viaje antes de que por fin el lobo se acercara a susurrarle que ya era momento de partir. Así, colmado de buenos deseos y saludos, el príncipe acabó por abordar mientras los presentes se vieron forzados a empezar a disciparse poco a poco en lo que el ancla era levada y el barco zarpaba directamente hacia las costas de Querquét en dirección el sur.

El Príncipe Bastardo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora