Doce

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Al principio la espera se había hecho interminable para Azael. Le habían parecido horas los minutos mientras daba vueltas de aquí a allá bajo la mirada de Hamill que debía seguirlo como su sombra a todos sitios. El príncipe era incapaz de permanecer quieto más de treinta segundos en el mismo sitio antes de volver a caminar ansioso por el jardín, viendo compulsivamente una y otra vez hacia las ventanas del edificio con la esperanza de ver a todos allí reunidos para que el la deliberación terminara y la sentencia fuera dada.
Hendrick seguía dentro encadenado en su sitio, fuertemente custodiado al igual que Gwendolyn, ninguno se había movido ni hablado mientras todos los demás se tomaban su tiempo para decidir e intercambiar opiniones dejándolos a ellos solos en la sala. Él quería estar ahí dentro, quería quedarse con el lobo, ver que estuviera bien, hablarle, quería demasiadas cosas que no podía porque de forma explícita los habían echado a TODOS de la sala y los únicos que podían permanecer ahí eran los reos y sus guardias. Eso lo incluía a él entre los que debían salir.

Hendrick por su parte estaba ya cansado. Su espalda lo estaba matando aún más en esa posición, tenía sed, hambre y solo quería oír su condena de una maldita vez, que lo mandarán a matar en la horca, tal vez lo guillotina o lo que fuere. La espera le costaba ya que no era dado a eso, pero por la ventana podía ver qué al príncipe no le estaba yendo precisamente mejor cuando lo veía cruzar de un sitio a otro mirando constantemente hacia el interior con una mezcla de pena y rabia en los ojos... Y en parte por eso disfruto de la espera, porque no sabría con que cara presentarse ante el príncipe o el rey, porque no sabría por primera vez que hacer o decir estando frente a Azael. De hecho hasta le asustaba un poco el estar frente al príncipe de nuevo, pero al menos disfrutaba de poder verlo una última vez incluso si era dando vueltas como un animal enjaulado a través de una ventana.

Cuando por fin la sala volvió a llenarse de forma ordenada y calmada, con todos los presentes en sus respectivos sitios y el juez en el estrado, el lobo pudo notar no solo las ansias nerviosas del príncipe por oír la sentencia, sino el pánico de Gwendolyn y los deseos esperanzados en su cara por el mismo motivo. Está vez fue el juez quién tomó la palabra con una hoja en mano mientras se quitaba el par de lentes que habían estado colgando cómodamente sobre su pecho durante todo el juicio y había usado hasta hace un momento para leer.

  —Según el veredicto emitido por los miembros del jurado, he decidido declarar al soldado Hendrick sin apellido como inocente por haber sido manipulado mágicamente para atacar al príncipe —dijo el juez mirándolo directamente, y el lobo pudo oír un suave suspiro de alivio proveniente del príncipe— pero se le serán quitados varios de sus cargos y medallas para devolverlo al cargo de cabo primero. Quedará a elección del rey si recobrará su anterior puesto de guardia, si no lo hará, o si puede permanecer en el ejército.

Por un momento el licántropo se sorprendió tanto que su rostro fue totalmente transparente dejando ver qué no esperaba salir vivo, y luego de que se le quitarán los grilletes y se levantara reaccionando por el suave codazo de uno de los brujos, se puso de pie y saludó como lo había hecho toda su vida al juez, quedándose de pie en su sitio para escuchar el resto de la sentencia y frotandose de forma suave las muñecas para quitar el ligero entumecimiento que le había quedado.

  —Y en cuanto a Gwendolyn Belsseu, según el veredicto emitido por los miembros del jurado, he decidido declararla culpable bajo el cargo de manipulación mágica a un soldado de alto rango, específicamente un escolta de la realeza, y por haber atacado con terceros a la corona, lo que se denomina traición —sentenció causando que el rostro de la bruja se deformara cada vez más en una mueca blanca y la espantosa de horror— por lo cual serás condenada al encarcelamiento por cincuenta años en la prisión de Antera.

Toda la sala quedó sumida en un profundo silencio que pareció volver el aire más denso y pesado, más difícil de respirar, o al menos así se sintió para la bruja. De la prisión de Antera se decían muchísimas cosas, que era un mito, que era real, que estaba destinada para quienes cometían los peores crimenes, que allí solo iban los que el rey decidía qué fueran, que quienes iban jamás volvían... Ni si quiera sé sabía dónde quedaba específicamente. Pero con la sola mención de ese nombre y viendo la expresión sombría que el lobo le dedicó por un momento, Gwendolyn entendió que Antera era un lugar muy real. El hecho de que alguien capaz de enfrentar la muerte sin inmutarse como Hendrick pusiera esa cara no había provocado más que aterrarla el doble de lo que ya estaba.

El Príncipe Bastardo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora