Veintidos

26 4 0
                                    

Arlene recordó las palabras de la reina mientras se vestía. Si bien sabia y era evidente a esas alturas que Azael no era demasiado dado a socializar si no era estrictamente por trabajo, lo cierto es que ahora que el palacio abría sus puertas para celebrar el cumpleaños de la reina Elicia, sabía que decenas de mujeres intentarían hasta los más sucios trucos para quitarle su lugar o al menos conseguir algún favor de cualquiera de los tres príncipes sin importarles en lo más mínimo su compromiso.

«Puede que vayas a ser esposa y reina, que seas una dama, pero por sobretodo eso eres mujer, y las mujeres somos astutas. Nunca temas de hacerte respetar».

Habían pasado meses desde aquella charla, desde que se había convertido en la prometida de Azael, pero aún así sentía que aquella charla y esas palabras le habían quedado grabadas a fuego en los recuerdos. Es cierto, ella podía ser una dama pero ante todo era mujer, y una mujer que no tenía miedo de defenderse con uñas y dientes si era necesario.
Estaban a menos de ocho semanas tan solo del décimo mes, de su boda finalmente, y nadie arruinaría eso. No dejaría a ninguna amante interponerse en el trono que ya tenía su nombre grabado ni que se llevarán a su prometido.

-¿Estás lista? -preguntó la voz del brujo al otro lado luego de tres simples golpes.

Se miró una vez más en el espejo y sonrió para sí misma.

-Adelante cariño -dijo con simpleza.

Y Azael se sorprendió ante la imagen que lo recibió. Es cierto que siendo el cumpleaños de su madrastra esperaba ver a Arlene más producida de lo normal como había pasado también con el cumpleaños de sus hermanastros, él de hecho también estaba con un traje especial de gala esa noche y ya había sido preparado y peinado, pero Arlene estaba increíble esa noche, mucho más espléndida que la noche que se habían conocido tal vez. Si bien a él no le gustaban las mujeres ni le causaban ningún tipo de atracción, también era cierto que sabía reconocer el atractivo en una, y su prometida lo tenía en ese momento con el cabello artificialmente rizado, los labios como la sangre y un rubor ligero en las mejillas. Notó que en efecto ella estaba usando un conjunto de aros y collar de diamantes que él le había regalado como gesto y porque en parte sentía que habían juego con sus ojos celeste grisáceo, pero las joyas se quedaban cortas frente a la increíble apariencia que le daba su vestido. Bien que el escote lo ponía algo incómodo por la cantidad de carne que mostraba sin ser vulgar, pero su figura se veía esplendida bajo la tela rosada y sobretodo ella lucía maravillosa. Llamativa. Arlene parecía lista para deslumbrar a cualquiera esa noche, lo cual al parecer era su objetivo porque ante la falta de palabras del príncipe ella sonrió como un gato divertido ante alguna travesura.

-¿Me veo bien?

-Te ves más que hermosa -admitió el príncipe antes de tenderle la mano- ¿Segura que no intentas conseguir otro marido?

-¿Así luzco? -respondió juguetona ante la pequeña broma.

-Luces como si pudieras tener a todos los maridos que se te antojen y más.

Ambos se rieron. Y aunque a la rubia le relajó un poco pensar que todavía tenía a su marido maravillado con su atractivo de esa noche, no pensaba bajar la guardia ni un instante y mantenerlo solo pendiente de su belleza, dispuesta a cualquier truco para espantar a otras mujeres que se acercarán a Azael del mismo modo en que su madre lo hacía con otras damas cuando se acercaban a su padre.

Arlene había aprendido a disimular ya para ese momento que la reverencia de todos en las escalinatas no la embriagaba de una extraña sensación de superioridad y hasta poder cuando todos se inclinaron frente a ellos mientras permanecía con la familia real. Debía admitir que era placentero e increíble ver a todos postrarse ante ella, ni si quiera comprendía cómo a su esposo aquello parecía no moverle ni un pelo cuando a ella le daban ganas de sonreír con malicia y quedarse por siempre allí encima del resto. Sin embargo una vez que todos se levantaron su pequeña fantasía de poder acabó, comenzó a bajar las escaleras tomando del brazo al príncipe y volviendo a oír cientos de voces y murmullos de todo tipo aún mientras los invitados se acercaban a saludar.
En seguida sintió nuevamente todas esas bonitas amenazas hipócritas. Cientos de escotes más pronunciados o más pudorosos que el suyo, colores llamativos, peinados y maquillajes elegantes, sonrisas seductoras, ojos atentos a cualquier detalle. Se sentía como estar en medio de un bosque rodeada de lobos hambrientos por la carne que ella cargaba y no como en una fiesta de alta sociedad. Cientos de sonrisas algunas más hipócritas que otras y voces que la saludaban cargadas de cercanía y cariño solo para hablar y cuchichear a sus espaldas de cualquier mínimo detalle. Arlene estaba en guardia con su mejor sonrisa abrazada al brazo de su prometido como la pareja perfecta, comportandose cómo la mejor y más educada de las damas con cada invitado y rostro que se acercaba a ellos, y luego de varios minutos fue que notó algo que la fiesta anterior en el cumpleaños de los otros príncipes había pasado por alto...

El Príncipe Bastardo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora