Paternidad IV

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Dwalin se despertó con un sobresalto al recibir un fuerte golpe en su musculosa espalda. El golpe no causó ningún dolor al fornido enano, pero sí hizo que una sensación de perplejidad inundara su mente.

Si Dwalin recordaba correctamente, que era lo que hacía, la pequeña Agali dormía profundamente detrás de él en la cómoda cama dentro de los muros de Erebor. O al menos eso creía él.

Otro golpe a la figura de Dwalin fue acompañado de quejidos cohibidos y sollozos estrangulados.

Una vez llegaron a Erebor, Thorin ordenó nada de guerras hasta que la criatura naciera, no pondría en peligro a la chica que tanto quería Aislin, y mucho menos al bebé que llevaba en su interior.

Actuando puramente por estas emociones, Dwalin se giró para mirar a la pequeña de un año y, a través de la luz de la luna que entraba por las ventanas, vio cómo las lágrimas calientes caían en cascada por el rostro de la pequeña y su pelo oscuro, habitualmente controlado, era ahora una malla enmarañada de zarcillos. 

-Agali, pequeña- le espetó torpemente la voz ronca de Dwalin- Despierta Agali.

El pequeño cuerpo de la niña seguía temblando y los rápidos fluían de sus ojos firmemente cerrados.

-Agali, por favor, despierta- murmuró Dwalin, moviendo ligeramente a la pequeña.

Tras unos cuantos intentos más de palabras amables y suaves empujones, Dwalin se dio cuenta de que sus esfuerzos seguirían siendo infructuosos.

Recurrió a la única acción que podría tranquilizar a la dama. Dwalin alargó la mano y tiró suavemente de la niña hacia su firme torso, envolviéndola en sus voluminosos y tatuados brazos.

El puño de la pequeña se aferró a la fina camisa de noche de Dwalin y su cabeza se acurrucó bajo su barbilla y en el denso bosque de pelo castaño que era su barba. De la garganta de la enana se desprendían diminutos gemidos, como si poseyera su tono normalmente rico en calma.

-Shh, tesoro- susurró Dwalin en el pelo de su nieta. -Es sólo un sueño, muchacha.

La expresión de dolor de la pequeña se suavizó levemente al escuchar la lengua ronca de Dwalin, que estaba llena de sueño.

-Estás a salvo. Siempre te mantendré a salvo, mi tesoro. Hice una promesa- murmuró Dwalin, presionando con cálidos besos el nacimiento de su cabello. Sus gruesos dedos rozaron patrones relajantes a lo largo de los frágiles huesos de la columna vertebral de la niña, el suave toque de calidez que el sueño dejaba atrás todavía irradiaba a través de las túnicas de algodón de ambos seres.

Agali estaba descansando cómodamente contra el robusto pecho de Dwalin. Temía que el estruendoso golpeteo de su corazón seguramente la llegara despertar, pero parecía adormecerla más profundamente en el letárgico país de los sueños de su preciosa cabeza.

Dwalin podría haberse distanciado de ella en ese momento, que era lo que él vio correcto en su momento, pero la idea de tener a su nieta cerca alivió cualquier angustia que persistiera en sus pensamientos.

-No te preocupes, Agali- murmuró Dwalin de forma poco habitual contra la frente de la pequeña cerrando los ojos recordando a su hija- Mientras yo esté cerca, puedes descansar tranquilamente.

Dwalin finalmente se dejó vencer por el sueño.

-No podemos quedarnos aquí- dijo Kili enfrentando a su tío.

-Y no lo haremos- dijo sorprendiendo a todos- ¿Me seguiríais una última vez?

Todos los enanos se pusieron en pie con una gran sonrisa en su rostro, seguirían a su rey hasta el final. Pero un grito de dolor proveniente del interior de la montaña hizo que aquellas sonrisas desaparecieran. Sólo había una persona tan adentro...

Tierra Media: One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora