Vuelta a casa

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Raquel:

2.03 am, Miércoles 3 de Marzo.

Dejé atrás la triste habitación del hospital y me acerqué a mi padre que estaba tomándose un café de la máquina expendedora.

- ¿Quieres uno?- me ofreció.

- No. 

- ¿Te ha dicho algo?- preguntó sin mirarme directamente.

- Dice que tiene miedo de nuestro rechazo, creo que ha hecho algo de lo que se arrepiente.

Levantó la mirada y la clavó en la mía. Habría asustado a mi madre al verle los ojos tan hinchados.

- ¿Crees que nos lo dirá?

- No.- respondí con sinceridad.- Su orgullo y su miedo son mucho mayores en ella que cualquier otra cosa, por ahora sólo podemos mostrarle nuestro apoyo y vigilarla.

- Tienes razón, hija.- dijo pasando su mano por mi hombro en un gesto de apoyo.

- Deberíamos entrar y descansar un poco.

Se bebió el resto del café de un sorbo y tiró el envase a la papelera. La habitación estaba en silencio, mi madre observaba con interés una película romántica. Mi padre y yo nos sentamos en las sillas que había colocadas en la habitación, creo que el hospital lo hacía a posta porque no me había sentado en una silla más incómoda en toda mi vida. Mi padre parecía pensar lo mismo porque no paraba de moverse intentando buscar la postura perfecta.

- No quiero ir a ningún psicólogo.- soltó de repente mi madre.

Mi padre y yo nos miramos sin saber muy bien que decir. Me mantuve callada pero pensaba que sí debería ir y seguramente mi padre pensaba igual.

- Está bien, cariño. No te vamos a obligar a nada, sólo queremos lo mejor para ti.

Vale, ¿Qué? Miré a mi padre negando con la cabeza pero él me ignoró y resoplé.

- Y tú, Raquel, recuerda ir a vóley porque el castigo sigue en pie. 

No contesté y me envolví en un ovillo en la silla deseando morir yo también. El último ruido de la noche fueron las putas notificaciones del teléfono de mi madre.

Un golpe fuerte en el suelo me despertó, mi corazón se encogió recordando la noche pasada y el sonido que hizo el armario al caer. Me relajé cuando vi a una enfermera recogiendo una bandeja metálica con comida en el suelo. Joder, qué estúpida. Me miró roja como un tomate, avergonzada y fue imposible contener mi cara de asco, giré mi cabeza hacia la ventana ignorándola. 

Mi padre volvió a sentarse después de ayudar a la enfermera a recogerlo todo y me miró decepcionado.

- Parece mentira que te hayamos criado nosotros.- dijo haciendo movimientos difíciles de interpretar con la cabeza.

- Irónico verdad.- dejé a relucir mi dentadura con una sonrisa.

Eran las 10.30 así que no iría al colegio. Sonreí para mis adentros y me levanté, me apetecía una barrita energéticas de las que vi ayer en la máquina. Abrieron la puerta de la habitación de nuevo, la misma chica que antes entró esta vez sin tirarlo todo y se lo dejó al lado a mi madre, aproveché para salir yo también de ahí.

El hospital estaba mucho más lleno ahora pero me seguía sin dar vergüenza pasearme con estas pintas. Cuando por fin llegué a la máquina expendedora un hombre mayor ya está ahí. Tendría unos 75 años, iba vestido bastante arreglado para ir a un hospital, pantalones rectos grises, camisa blanca y una pajarita. Las personas mayores eran de lo más tiernas. 

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