Mercedes

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*Pon la canción mientras lees*

Algo cayó al suelo.

El sonido vino de la planta baja, un sonido sordo y fuerte procedente de allí. De inmediato me levanté de la cama y me froté los ojos recuperando mi visión. Salí de la habitación a la misma velocidad que mi padre y los dos bajamos abajo corriendo, mi madre se había quedado en la cocina preparando bizcochos. Siempre, cuando estaba triste era lo que hacía, según ella era entretenido y le provocaba felicidad. Me detuve al ver a mi padre frenar en seco, su cara parecía ensombrecerse y me posicioné a su lado y entonces lo vi. Mi madre estaba tirada en el suelo boca arriba con la boca entreabierta y justo encima de ella el enorme armario del comedor la aplastaba dejándola sin respiración. Ahogué un grito y me acerqué a ella corriendo, mi padre incapaz de moverse me miró con una expresión que no conseguí descifrar.

—¡Papá, llama a la ambulancia!— grité levantando como pude el armario.

Mi padre volvió a la realidad, corrió hacia mí y me ayudó a levantar el mueble por completo. Sin detenerse más de lo necesario empezó a llamar a emergencias. El mueble también le había causado heridas profundas haciéndola sangrar en el abdomen, con un trapo limpio de la cocina presioné la herida intentando frenar la hemorragia. Arrodillada junto a ella solté una de las manos del trapo y la llevé a su cuello  comprobando su pulso, estaba muy débil pero había sobrevivido. Tomé su pierna y su hombro y la giré hacia mí justo como hacían en Anatomía de Grey cuando alguien estaba inconsciente.

—Estarán aquí en menos de cinco minutos— avisó mi padre.

—Sé que te vas a poner bie— le susurré a mi madre.— Eres demasiado fuerte.

Mantuve la calma para no hacer cualquier tontería que pudiera ser fatal y en menos de 5 minutos tal y como había dicho mi padre apareció la ambulancia en nuestra puerta. En una camilla tumbaron a mi madre, le enchufaron un inhalador o lo que fuera eso y la metieron dentro de la ambulancia.

—La habéis cuidado muy bien—una mujer delgada y pelirroja se nos acercó.

Mi padre me sonrió pero yo era incapaz de devolverle la sonrisa. En mi interior un sentimiento de culpa se formó. Tragué saliva y giré sobre mí, me acerqué al coche y miré a mi padre transmitiéndole mi pensamiento.
<<Tenemos que seguirles>>
Mi padre pilló mi pensamiento y se despidió de la ambulancia la cual ya había empezado a alejarse.

Estábamos en el coche camino al hospital y mi padre se comportaba como si nada pero sabía que estaba abatido, sus ojos mostraron debilidad por primera vez en su vida, él amaba a mi madre. ¿Qué habría pasado si mi madre no hubiese sobrevivido? Mi mente decía que no debería pensarlo y dejé esa pregunta rondando por mi cabeza. Llegamos a tiempo, escuchamos el golpe y bajamos corriendo, hicimos bien. Lo único que me extrañaba es que mi madre no gritara, cuando el mueble se cayó sobre ella, no se alarmó, ¿No lo vio venir? No lo sé. Era complicado que se te cayera un mueble de ese porte sin que te dieras cuenta de lo que estaba pasando, sin gritar del susto. Pero ella no lo vio.

El hospital se encontraba en las afueras de la ciudad, constaba de un edificio enorme muy bien iluminado y un parking extenso donde pocos coches estaban aparcados. Vimos como el caos se apoderaba del calmado edificio, las enfermeras y enfermeros salieron corriendo con cara de pocos amigos por haber interrumpido sus horas tranquilas de la madrugada para atender a una pobre señora cubierta de sangre. Mi padre estaba sentado en el coche con las manos estiradas sobre el volante, su postura era erguida y sus ojos estaban húmedos, no reaccionaba. Abrí la puerta del coche e intenté sonar lo más calmada posible cuando dije:

- Vamos, papá. No te preocupes.

Por fin entramos al edificio, mi padre tomó mi mano. Normalmente se la hubiese esquivado o rechazado pero hoy no, la estabilidad de otros debía ser más importante que el orgullo de uno. La espera se nos hizo eterna pero finalmente un hombre joven y delgado salió a atendernos, un interno. 

- Hemos intervenido a la señora Mercedes Castilla Dufo, un trozo de madera quedó clavado en su estómago y la hemos tenido que operar. Tendrá que quedarse unos días para recuperarse por completo, por supuesto después tendrá que estar de reposo en casa, de eso encargaros vosotros.

- Sí.- respondió mi padre con firmeza.

- Una última cosa.- empezó a mover sus manos nervioso.- El mueble que cayó sobre ella era muy pesado, esa madera es muy cara. Es prácticamente...imposible que ese mueble se haya caído sobre ella sin antes haberlo movido o agitado, ¿Os gritó por ayuda?

- No.- respondí repitiendo la misma respuesta que me dije a mí misma antes.

- Creemos que vuestra madre ha sufrido... un intento de suicidio. Sus cortes en el vientre y su actuación nos ha hecho pensarlo. Además, presenta todos los síntomas, tenía los ojos tristes como si estuviera decepcionada por estar a salvo y viva.

- ¿Perdón?- mi padre alzó la voz y un señor mayor sentado en una de las sillas de la sala nos miró intrigado.

El interno se puso nervioso, se notaba que había dado pocas veces malas noticias. 

- Les...recomendamos que... vaya a un...psicólogo, precisa de ayuda.

Mientras que mi padre perdía la cordura yo era incapaz de abrir la boca desconcertada por todo.

- ¿¡Qué está insinuando, pedazo de calamar!?- mi padre hizo el intento de abalanzarse sobre el inofensivo interno.

Me interpuse entre los dos y agarré a mi padre con fuerza por los brazos, él sin embargo hizo como si no estuviera y exterminó al hombre con la mirada.

- ¡Papá, relájate y siéntate!- grité.

Al fin se sentó y se llevó las manos a la cabeza, me despedí del hombre que había quedado muerto de miedo y salió pitando pasillo abajo. Me senté al lado de mi padre también abatida por la noticia, sin embargo no me sentía sorprendida, tan solo preocupada. Pasé mi brazo por el cuello de mi padre, tan solo necesitaba que se calmara, mi madre no podía verlo así. La vida es un bien tan preciado nos han dicho siempre, y en verdad lo creía. La vida no es vida sin amor, sin experiencias, sin lecciones, sin amistades, sin errores, sin victorias, sin fracasos, sin risas, sin llantos, sin aburrimiento, sin motivaciones, sin recompensas, sin libertad, sin descanso. Pero en cuanto alguna de estas facetas desaparecían de nuestras vivencias o eran ocultadas por unas negativas mucho más grandes, el sentido de la vida cobraba el aspecto de una prisión. El deber de mantener todas estas emociones y acciones en nuestra vida lo tenía uno mismo pero gran parte lo tenían los demás, quiénes son dotados de vista e inteligencia para descubrir no solo sus males sino también el de otros y cuando esto ocurría el juego de la vida les ponía a ellos a prueba, para saber hasta dónde serían capaces de sobrellevar. El suicidio es pocas veces el primer remedio de los problemas de la gente, así que sí, una parte era culpa mía y otra de mi padre y lo importante era que lo superásemos y no volviera a pasar más.

Una señora de mediana edad de aspecto cansado dejó atrás la habitación de mi madre y nos avisó de que estaba despierta para atender visitas. Mi padre levantó la cabeza de inmediato y se incorporó con una mezcla de emociones en su rostro, ansias, preocupación y vergüenza deteniéndose ante la puerta. Apoyé mi mano en su espalda animándole a entrar y les dejé unos minutos de privacidad.

HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora