Intento de Suicidio

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Mercedes:

Las notificaciones no me dejaban tranquila, pero no podía alargar mi mano para silenciar el teléfono. Seguramente era Lydia, hoy tendría que estar con ella.

Mi marido entró por la puerta. Su aspecto cerró mi estómago y garganta; no tenía palabras, tenía la sensación de que todo se había hecho pedacitos y me tocaba recogerlo si no fuera porque me ahogaba por ellos. Todo en mi vida lo tenía controlado, mis relaciones, mi trabajo, mi familia, pero aún así un agujero se formaba en mi corazón a una velocidad abismal y no sabía cómo parar el tiempo y rellenarlo. No había dado con la solución hasta esa misma noche. Se me presentó la mejor oportunidad que había tenido en mucho tiempo, todos dormían y nadie sospecharía nada porque siempre bajaba a preparar bizcochos cuando me encontraba triste. Removí y removí la masa pero sentía como si aquello tampoco me estuviera ayudando esa vez, primero vino el estrés, luego la vista borrosa y el mareo, por último el sudor y las palpitaciones aceleradas, el ataque de ansiedad fue el empujón que necesité para tambalear el armario y tirarlo sobre mí. El dolor que sentí fue grande pero nada comparado con el que sentía todos los días y que no volvería a sentir después de tirar aquel mueble...o eso creía.

Pero nada me había dolido más hasta ahora, que ver a Hugo, con la mirada posada en mi y entregándome su corazón abierto como un libro.

<<Lo tenías todo bajo control, Mercedes.>>

-Hugo...- empecé a decir, pero me arrepentí al notar un fuerte dolor en mi estómago.

-Por favor, no te fuerces-.Corrió hacia mí comprobando que estuviese bien tapada y se sentó en la silla a mi lado.

Si tuviera que decidir el minuto más difícil de mi vida, definitivamente sería este. Sólo mirándonos transmitíamos todo lo que queríamos decirnos, él se sentía culpable por lo que había pasado pero yo no tenía remordimientos sobre lo que había hecho, tan solo me preguntaba por qué no había podido morir en paz. Sabía, que si Hugo conociera toda la historia no sentiría pena por mí. Vi en sus ojos la confusión, no sabía los motivos que había tenido para haber intentado acabar con mi vida. Todavía no sabía que excusa iba a poner pero tenía que pensarla ya, en nuestra relación siempre habíamos sido abiertos, abiertos como un libro. No teníamos secretos, hasta que llegó ella.

-Te quiero-. Dos lágrimas recorrieron su rostro y un nudo se formó en mi garganta al ver el daño que todo esto le estaba causando.

-Lo sé-. Intenté tranquilizarle.

Me cogió de la mano y apoyó su frente en nuestras manos unidas. Lo quería, lo quería tanto, pero todo era tan difícil...

El amor era caprichoso, siempre lo había sido y nunca dejaría de serlo. El amor no seguía reglas ni esquemas, el amor era un sentimiento libre que a la vez nos oprimía. El miedo iba cogido de la mano del amor y era complicado separarlo. Hugo y yo no aprendimos a hacerlo y el miedo generaba mentiras y estas se iban convirtiendo en una bola cada vez más grande que acabaría arrasando con todo y eso era lo que iba a pasar. Porque cuando las mentiras son demasiadas, acaban explotando y sale la verdad.

-No quiero que te sientas forzada a nada, cariño. Sólo necesito que me digas que puedo hacer para mejorar- dijo todavía apoyado sobre nuestras manos.

La voz le temblaba.

-Ha sido por el estrés- dije lentamente para que no me doliera.

-¿Qué te estresa, cariño?- preguntó preocupado.

Era una pregunta que me costaba responder, no porque no supiera la respuesta sino porque sabía que nadie llegaría a entenderme. Quería estar ahí para todos y no daba para más, pero si le decía eso iba a sonar tan estúpido que no me cabría la vergüenza en el cuerpo. Con cada paso que daba en mi vida, todo se iba viniendo abajo y cuando descubriesen todo lo que había detrás de esto comprenderán que lo mejor sería que hoy hubiese muerto.

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