Eva:
Un día después de la primera cita:
Alguien sacudió mi cuerpo con suavidad. Empecé a patalear y a gritar a mi madre para que me dejase en paz pero al parecer tenía que ir a misa, ¿No era irónico que a los 5 años quisiera ser monja? Suponía que la vida me había dado muchas vueltas. Mis ojos se volvieron a cerrar por un momento pero mi madre no dejaba de sacudirme y de llamarme por lo que al final me incorporé. Ayer fue un día horrible, la cita de Samuel pasó de un 100 a un -20 en apenas unos segundos. No dejó de mandarme mensajes toda la noche pero los ignoré todos, me daba igual lo que tuviera que decirme.
Creí que tardé poco en finalmente ponerme de pie y alejarme un metro de la cama pero mi madre me avisó de que ya habían pasado diez minutos, ¿Qué cojones le pasaba al tiempo? Tenía claro que antes de vestirme tendría que darme una buena ducha si quería ponerme a hacer algo, sin ducharme primero no era persona. Giré el manillar todo a la derecha que pude hasta que empezó a salir el agua tan fría que decidí girarla un pelín hacia el lado contrario. En pocas palabras la ducha me hizo olvidarme de la tensión del día anterior y volví a ser una persona nueva. Desdoblé las toallas recién sacadas de la secadora y arropé mi cuerpo con ellas envolviéndome en su olor a lavanda que tanto me gustaba. Abrí mi armario no muy segura de que pudiera encontrar algo para ponerme, en realidad me pondría lo que fuera incluso una bolsa de basura pero a mi madre le gustaba que fuera bien vestida y me había propuesto portarme mejor con ella después de lo que había pasado. Seguía moviendo mis manos entre la ropa sin mucho sentido cuando lo vi de nuevo; el abrigo de aquel chico anónimo. Me quedé unos segundos dubitativa hasta que al final descolgué otra percha. Decidí ponerme la camiseta de encajes que me mandó mi tío de Cuba (que sólo me he puesto una vez) y el pantalón vaquero. Últimamente el tiempo había estado muy traicionero, podía estar lloviendo o haciendo un frío de cojones y al día siguiente casi darte una insolación por el calor que hacía. Aquel día el tiempo estaba a medias, una chaqueta vaquera era suficiente para salir a la calle. Me vestí rápidamente justo antes de escuchar a mi padre:
—¿Estáis listas?— preguntó desde el pasillo.
—¡Sí! Vamos, Eva— contestó mi madre.
Al parecer daba igual si yo estaba lista o no.
Titubeé antes de coger el abrigo del chico por si me lo encontraba en la iglesia.
Llegamos a la iglesia un poco más tarde de lo habitual, contenta por haberme perdido diez minutos. No estaba igual de llena que el último domingo lo que era mejor, tanta gente era un agobio. Esta vez no me había traído nada con lo que entretenerme y no sabía qué a hacer, mierda.
Aún habiendo llegado diez minutos tarde, la misa se me hizo de las más largas. Tal vez, se debía al hecho de que me había pasado la mayor parte del tiempo buscando al chico del abrigo con la mirada.
Salí de la iglesia con el abrigo puesto después de que mi madre me hubiera obligado a ponérmelo porque según ella hacía ¿Frío? Dejamos el edificio atrás, yo absorta en mis pensamientos. Mi padre distinguió entre la multitud a un compañero de oficina y se acercó con mi madre a saludarle, yo me quedé ahí parada sin saber qué hacer. Giré la esquina con la intención de sentarme en uno de los bordillos de la parte exterior. Caminé mirando hacia los lados cuando de repente olí un aroma familiar, vainilla. Mis ojos encontraron a un chico rubio de pelo alborotado sentado sonriendo de oreja a oreja mirando con alegría a una bebé vestida con un vestido rosa pastel que sujetaba con firmeza por debajo de sus bracitos. La niña intentaba caminar por sus piernas y con las manos le estiraba del pelo a su hermano haciéndole gruñir sin dejar de sonreír. Dios, esa sonrisa me había dejado sin palabras y con otra sonrisa en la cara. Desgraciadamente no le duró mucho, sus ojos encontraron los míos y se deshizo de las pequeñas y regordetas manos alrededor de su cabello.
—¿Te vas a acercar?— preguntó recostando al bebé entre sus brazos.
—No hace falta—. Me quité el abrigo.
Él me miró sorprendido, levantó a su hermana seguido de él hasta colocarse frente a mí. Elevé la cabeza hasta mirarlo.
—Venía a devolverte el abrigo.
—¿Te has acordado tanto de mí como para que no se te olvidase traértelo hoy?— Una media sonrisa apareció en su rostro.
—Más bien diría que cada vez que lo veía me entraban arcadas así que es un placer devolvértelo—. Sonreí.
—Está bien, dámelo—. Soltó a su hermana dejándola sentada en su otro brazo. Aposté conmigo misma a que esa bola humana acababa en el suelo.
—Dime tu nombre—. Alejé el abrigo de él.
- ¿Qué?- Ladeó la cabeza de nuevo sorprendido.
—Si quieres este abrigo tan caro tendrás que darme tu nombre, no es justo que tú te sepas el mío y yo no el tuyo.
—No te creas tan importante. Ni me acuerdo cómo te llamas, monstruita.
Me quedé ahí, quieta. Sin saber muy bien cómo reaccionar ¿Significaba eso que de verdad no se acordaba de mi nombre, sólo recordaba del ridículo apodo? ¿O quería decir que sí que se acordaba y me había dado una pista llamándome así? Sacudí la cabeza dejando al lado pensamientos absurdos.
—Como quieras— dije al fin. Me colgué el abrigo en uno de mis brazos y le di la espalda andando hacia mis padres.
Tardó más de lo que pensé pero finalmente llamó mi atención.
—De acuerdo, me llamo Markus—dijo con impaciencia— No sé qué importa saber nuestros nombres si no me relacionaré contigo nunca más.
Le dediqué una sonrisa de suficiencia y le entregué el abrigo. Markus lo recogió con una de sus manos y miró a su hermana al otro lado.
—Cógela— ordenó.
—No pienso cogerla— negué con la cabeza— ¿No la puedes dejar sentada por ahí?
- Tiene un año, no alargues esta conversación más—. Puso los ojos en blanco impaciente.
Me quedé callada, ni que me importase la edad que tuviera esa cosa tan mona.
—Por favor, cógela para que pueda ponerme el abrigo.
Sólo por ese por favor lo iba a hacer y porque no me apetecía ver morir a una bebé. Suspiré.
—Vale—. Alargué las manos sin tener ni idea de como coger a un bebé.
Le miré buscando ayuda.
—Con que no la mates me da igual—. Se colocó el abrigo y se sacudió el pelo dejándolo casi igual de alborotado que antes, solo que ahora le quedaba mucho mejor.
Me miró con gracia cuando la niña comenzó a llorar y a mí solo se me ocurría mandarla callar.
—Ya sabes mi nombre—. Cogió a su hermana y esta inmediatamente deja de lloriquear—. Ya te puedes ir.
—Adiós, Markus—. Me despedí y le saqué la lengua al bebé quién sonreía mostrándome sus encías rosadas sin ningún diente todavía.
Mis padres aún no habían terminado de hablar con el amigo así que les esperé de brazos cruzados apoyada en la valla. Pasaron otros cinco minutos hasta que finalmente se despidieron entre abrazos y planes que nunca llegarían a suceder. Mi padre se acercó y me pasó un brazo por el hombro atrayéndome hacia él. Me dio un dulce beso en la cabeza.
—¿Y tu abrigo?— preguntó mi madre.
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Heridas
RomanceRaquel es una chica que tuvo que construir una coraza alrededor de su corazón para que nadie más pudiera tirar piedras sobre él. Samuel es un chico que tuvo que convertirse en un hombre mucho antes de lo que debería haberlo hecho y que supo manejar...