Primeras y segundas veces

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Samuel:

Me desperté un poco aturdido con mi cuello doliéndome. Eva se había despertado aturdida por un golpe seco que había sonado por todo el salón. Era medianoche, nos habíamos quedado dormidos en el sofá con la televisión encendida pero alguien ya la había apagado. Fruncí el ceño cuando vi al padre de Eva en la cocina de cuclillas recogiendo los restos de un vaso de cristal. Giró la cabeza hacia nosotros con una risa nerviosa.

—Perdonad, chicos...

Iba a responder pero noté como al lado mía, Eva seguía alterada y nerviosa con la respiración agitada. 

—Eh, tranquila. Sólo ha sido un vaso—. Intenté tranquilizarla atrayéndola hacia mí.

Me miró con los ojos acuosos y me sorprendí bastante al verla así. Negó con la cabeza suavemente y arrastró con el dorso de su mano unas lágrimas antes de que cayeran.

—Sí, sí es que había tenido una pesadilla— dijo con una sonrisa aunque me pareció que mentía.

—¿Papá, estás bien?— preguntó ella.

—Sí, no os preocupéis ¿tenéis frío? ¿queréis que os traiga una mantita?

Tiró los restos de cristal que había recogido a la papelera y comenzó a buscar las mantas antes de que Eva respondiera. Me recordó al padre que nunca tuve. Y hablando de familiares... tendría que estar en casa ya, a saber si mi madre se las había apañado bien sola esta tarde. Podría decir que estaba seguro de que así había sido, pero siendo sincero no estaba nada seguro de aquello.

—Eva—. Cogí sus manos captando su atención. —Me tengo que ir, no quiero dejar a mi madre sola en casa. 

Ella tardó en contestar, parecía sumida en sus pensamientos.

—Vale, no te preocupes. Hablamos mañana— dijo, y besó mi mejilla.

Yo sonreí, pero después de haber probado su boca eso no me bastaba. Cogí su barbilla suavemente y junté mi boca con la suya en un beso rápido para que su padre no nos viera. Pareció que ese beso la sacó de sus pensamientos porque me miró fijamente a los ojos y nos quedamos un rato más así hasta que su padre carraspeó su garganta a nuestro lado. Me incorporé del todo apartando la mirada.

—Yo me tengo que ir, muchas gracias por haberme dejado estar en su casa.

Le ofrecí mi mano y él me la aceptó cordialmente. Se presentó como "Hugo" y yo le dije mi nombre. Poco después, salí por la puerta no sin antes darme la vuelta de nuevo alcanzando a ver a Hugo arropando a Eva con un par de mantas y despidiéndose de ella con un beso en la frente. 

Al llegar a mi casa dejé las llaves sobre la mesa, puse los garbanzos en agua pensando en lo que comería al día siguiente mi madre y fui a comprobar como estaba ella antes de irme a dormir. Por fin me tiré en mi cama y creo que apenas tuve la energía suficiente como para ponerme el pijama. Miré al techo sin pestañear aunque mi cabeza estaba en otro lado, estaba en ella. Me pregunté si ella alguna vez pensaba en mí como lo hacía yo con ella...

Tardé en despertarme aquel domingo, en cuanto lo hice le di los buenos días a Eva y bajé a desayunar algo rápido. Tenía pensado irme al gimnasio un rato, estudiar y pasar tiempo con mi madre a lo largo del día. Ella se había levantado cuando fui abajo. Se había preparado unas tostadas con mermelada de fresa y le dio un mordisco a una de ellas sentada en su silla cuando me miró con sorpresa.

—¡Samuel! ¿No habías quedado con una chica ayer por la noche?

—Sí pero al final volví por si necesitabas algo, solo que tú ya estabas dormida.

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