Código de chicas

19 7 9
                                        

Eva:

Martes

La alarma sonó indicándome que debería ir preparándome y alargué el brazo hasta apagarla. Aparté los apuntes de física y me desperecé en la silla. Pestañeé un par de veces humedeciéndome los ojos que se me habían quedado secos después de pasarme cuatro horas estudiando sin parar. Me vestí esta vez recogiéndome el pelo en algo mucho más simple para que luego nadie me lo estropeara. Quedaban 15 minutos para que tuviera que salir así que decidí coger un libro de terror que tenía pendiente por leer y me tumbé en la cama hasta que la alarma volvió a sonar.

Ensimismada en el libro olvidé que hacía diez minutos que apagué la segunda alarma y cuando por fin lo recordé me levanté de un salto de ahí. Recogí la bolsa del suelo y salí escopetada de mi casa hasta el metro. De haber llegado tan solo veinte segundos más tarde lo habría perdido. El transporte estaba casi vacío, lo que fue un alivio para mí y no tardó en llegar al centro deportivo.

 No había apenas nadie alrededor, no reconocí a ninguna chica de mi equipo y me adentré de nuevo en las gradas para ver al equipo de rugby. Ahí estaba Samuel. Se pasaba la pelota con un amigo desde un extremo del campo hasta al otro como si fuera fácil. Cuando me di cuenta de que en mi cara se formó una sonrisa me abofeteé mentalmente y dejé de mirarle pero ya era tarde porque se había dado cuenta. La entrenadora pitó y todos se dirigieron a las fuentes y a los vestuarios para descansar. Me levanté y seguí a Samuel que había salido hacia los vestuarios.

El pasillo era de ladrillo y todo estaba húmedo y sucio. A cada lado había una serie de puertas enumeradas. La número 14 se movió dándome a entender que alguien había entrado. Aligeré el paso y la abrí con suavidad, aunque aún así hice un ruido espantoso. La cerré rápidamente detrás de mí y moví mis pies hacia delante. Estaba todo en completo silencio, varias luces estaban fundidas y le daba un aire tenue. Me moví por la sala preguntándome si habrá alguien ahí que no fuera Samuel y me fuera a echar de allí a patadas. Escuché como algo caía al suelo  y me moví hacia allí. Samuel levantó su vista hacia mí y yo me paré en seco frente a él sin saber qué decir.

—¿Eva? ¿Qué haces aquí?

Me moví hasta sentarme en el banco en frente suya.

—Siento mucho lo del otro día— empezó.

—Shh—. Le atraje hacia mí y le di un suave beso en la cintura. 

Él tragó grueso y se quedó inmóvil. Le bajé el pantalón hasta dejarle casi desnudo y le miré a esos ojos marrones profundos.

—Lo...siento, pero no creo que esto esté bien. Deberíamos hablar primero—. Incómodo se subió el pantalón a toda máquina sin mirarme ni tan siquiera de reojo.

Agarré su muñeca y le miré suplicante.

—No, ahora no—. Se deshizo de mi agarre y empezó a recoger cosas aleatorias que se encontraba por ahí para evitar mirarme.

Me quedé unos segundos paralizada poniéndome roja como un tomate por haber quedado de nuevo como una estúpida. Me abrí a él y él me había cerrado con llave. Gruñí gilipolleces por lo bajo y me levanté cabreada de ahí.

—Joder, que pena doy— dije.

Sacudí mi cabeza y eché a andar. 

—No digas eso—. Me dio la vuelta.

—Tú cállate la puta boca— le espeté.

Salí corriendo de allí con él pisándome los talones suplicándome que habláramos. Mi cabeza no paraba de repetir las veces que había quedado fatal en tan poco tiempo frente a él. Distinguí a Vicky entre todas las chicas que ya habían llegado y me acerqué a ellas ignorando a Samuel que no paraba de correr detrás mía. Todas las miradas se posaron en mí sorprendidas y yo me quedé al lado de Vicky como si no pasara nada.

HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora