Berni
Ian abre la puerta cerrándola detrás de él.
Gracias a que él no solo tiene plata de sus padres, sino que también está constantemente produciendo en el taller, es que pudimos mudarnos. No es que el lugar sea inmensamente grande y que sea necesario mudarnos al centro, pero es lindo poder vivir en uno de los nuevos edificios modernos de varios pisos.
El lugar es precioso, el piso blanco haciendo juego con la cocina que comparte espacio con el living y el comedor. La habitación está conectada por dos puertas corredizas que solo cerramos cuando vienen invitados. Los muebles los elegí yo, blancos, modernos y cuadrados. Todo parece combinar perfectamente, sin rayones en las paredes ni pintura roja por ninguna parte. Ian me deja tener el espacio como se me dé la gana.
Descanso mi espalda en el pequeño escalón que separa la mesa principal del resto del departamento con el celular en una mano y un cigarrillo que descanso en el cenicero que está al lado mío en el suelo. Le hago una seña a Ian en forma de saludo.
—Mmm. Ok. Hablamos. Me tengo que ir.— Ian camina hacia mí, dejando su bolso en la mesa a la pasada. Cuando corto el teléfono se sienta en el escalón en el centro de la casa a mi lado.—¿Cómo estuvo?
Pregunta él recostando su cabeza sobre mis muslos. Se acuesta en el suelo con una de sus rodillas dobladas dejando su palma caer sobre el costado de una de mis piernas.
—Bien. ¿Quién era?
Responde y le paso los dedos por su rubio pelo, mientras que él se relaja debajo de mi palma.
—Cris. Me llama para hacer un desfile en la ciudad.
—Me contó.
Dice rascándose la nariz, girando sobre su espalda para enfrentar el techo. Sus ojos recorren la pared pintada de gris claro que sostiene un amplio espejo y se vuelve hacia mí.
—No lo voy a hacer... Está muy lejos.
Sé que como es él, no va a preguntar, solo esperar a que yo le lea los ojos celestes cristalinos y hacerlo por él.
—Está bien, mejor, no tenía ganas de viajar tan lejos.
—No tenés que ir a todos lados conmigo, Ian.
Ian cierra sus ojos y suspira. Algunas veces me pregunto si esos suspiros son en realidad su forma de hacer saber que está aliviado, no importa en el contexto que estemos.
—¿Seguís estresado?
—Nunca dije que lo estaba.
—Ian. Desde que viste a Ray en el casamiento estás con los pelos de punta. No importa cuánto lo intentes ocultar, me doy cuenta de la tensión que tenés en los hombros, puedo ver la electricidad en el aire.
Él frunce la boca.
—No me gusta la idea de Esteban siendo el mejor amigo de Ray y vos siendo la mejor amiga de Cora. Mierda, no me gusta para nada que no esté encerrado en lado.
—Sus padres tienen plata y no lo iban a dejar pudrirse en la cárcel por un intento de algo. No se va a volver a acercar, pero vamos a tener que intentar convivir en este puto pueblo del infierno.
Ian abre los párpados y sus pupilas se contraen con la luz que entra desde la ventana, volviendo sus ojos grises más hipnotizantes e imposibles de ignorar. Los fija en los míos y sin decir nada esquiva la mirada.
—O hacerlo desaparecer. ¿Quién usa traje marrón para un casamiento?
Sonrío y le corro un mechón de la frente con cuidado.