Cuidado

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Esteban

Estoy empujando el carro por la vereda cuando Cora frena en su lugar, se gira en un instante y me mira de reojo como buscando algo en mi mirada.

—¿Qué pasó?

—Nada.

Responde ella mecánicamente, sacude la cabeza levemente y vuelve a mirar hacia la esquina. Veo el hombre a nuestro lado con un celular en el oído, él se mueve con soltura y una mano en el bolsillo. Intento no mirarlo con mucho énfasis y ser disimulado, pero después de varias miradas me giro hacia Cora que sigue con las pupilas dilatadas.

—¿Lo conocías?

—No... pensé que era... alguien más.

Se lleva la mano a la garganta como si eso pudiera parar las vibraciones de su voz.

No es algo fuera de lo común que Cora se exalte cuando estamos cerca de alguien con ese perfil, algunas veces me pregunto si así se veía el padre biológico de Emma. Entiendo por qué tendría miedo de cruzarlo, especialmente casada y con una hija en brazos. Pero no supongo que estaría en este lugar de casualidad, charlando en su celular de forma casual. Las reacciones de Cora algunas veces me preocupan, me hace pensar que hay algo que no me está diciendo.

—Cora. ¿Hay algo de lo que me tenga que preocupar?

Termino preguntando, convirtiendo mis pensamientos en algo más tangible.

—¿Preocuparte? ¿Sobre qué?

—No sé. Algo que tenga que ver con el hombre que acaba de pasar caminando.

Ella niega solo con la mirada, moviendo sus pupilas rápidamente hacia la derecha.

—No. No. Para nada.

—¿Estás bien? Estás transpirando un poco.

Me quito el pañuelo de tela y se lo entrego, ella lo toma con cuidado y se lo lleva a la frente para quitarse las pequeñas gotas de sudor que se extienden hasta su sien. El día está increíblemente frío, tal vez el abrigo la está agobiando, o tal vez está nerviosa por lo que estoy preguntando. Conociéndola, es definitivamente lo segundo.

—Cora, somos amigos y estamos casados. Me podés contar lo que sea.

Le digo empujando el carro por la vereda hasta el parque que tiene un carro de comida estacionado en frente. En frente del improvisado local, un par de mesas se extienden con sillas para los clientes y la fila bloquea el camino. Como el carrito no es lo más cómodo para empujar sobre el césped, decido tomar otra ruta. Cora que me sigue de cerca, se guarda el pañuelo de tela en la campera y da una última mirada a cómo un hombre empieza a clavar en el suelo un par de estacas para instalar un par de luces, preparándose para no perder clientes en la oscuridad de la noche. Automáticamente veo el reloj, deberíamos volver a casa pronto.

—Hay cosas... que debería contarte, pero no sé si estoy lista todavía.

La extraña frase queda flotando en mi mente.

—¿Cosas malas?

Los ojos de Cora se ven más verdes de lo normal, ya que están cristalinos por la brisa fría que empapan su cara.

—Sí. Cosas que pasaron y de las cuales no me acuerdo muy bien.

—Podés empezar por darme un panorama general, si querés.

Intrigado a más no poder, la incito a que me dé una idea. Mi mente viaja automáticamente al mono y lo que pasó con él y el porqué terminó preso antes de que Cora volviera conmigo.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora