Andy
Lo primero que veo son sus ojos hinchados, están verdes hoy, debe ser porque estuvo llorando.
¿Cuántos días lloraste, Coraline? ¿Cuánto tiempo podés seguir llorando? Cuando lo haces, ¿lo haces por mí?
Ella contiene un jadeo y nos quedamos enfrentándonos en la puerta de entrada. Recorro sus facciones, ella solo se mantiene con la mirada en mis ojos. Una lágrima se desliza por encima de sus pecas y ella la manotea con los dedos extendidos. Me pregunto si este momento va a terminar siendo otra de mis pinturas.
Trago saliva y presiono el puño con todas mis fuerzas para contener mi inquietud, como si la pudiera materializar y sujetar con mi palma.
—¿Dónde está Esteban?
Pregunto empujando la puerta por encima de su cabeza, para entrar dentro de la casa, sin esperar a que ella me dé el paso, una vez dentro cierro todavía por encima de ella.
—No sé, se fue cuando se enteró... no volvió todavía.
Responde enfrentando la puerta. Me giro para hablarle a su espalda.
—Entonces él no sabía tampoco.
—No.
Susurra.
—Llamalo.
Ordeno con la voz cortada.
—No me atiende el teléfono.
Coraline se queda agarrándose los costados de la pollera nerviosa. Espero que no esté preparándose para que yo empiece con un arranque de enojo. No le pienso dar lo que ella quiere. No esta vez. Alzo el celular, Esteban debe estar muy enojado con Coraline, lo entiendo, siento lo mismo. Para mi ventaja, no está enojado conmigo, por lo menos, no espero que lo esté. Si lo llamo yo va a atender, no sé cuantas veces lo llamé por teléfono. Si alguna vez lo hice, fue en circunstancias muy cruciales, esta es una de ellas y sé que él entiende eso. Busco su número y Coraline finalmente se voltea. Cabeza gacha y ojos entrecerrados, como quien espera un grito o un golpe.
La ignoro dando medio giro. Levanto la cabeza para ver el balcón de la segunda planta. Siento sus ojos en mi perfil, siento todo lo que está sintiendo. No dejo que me afecte. No dejo que nada me penetre lo suficiente como para desviar mi plan. Tengo que hacer más que hundirme con ella. Si Esteban no atiende, voy a salir disparado por la puerta de la misma manera en la que entré.
Esteban atiende la línea la segunda vez que lo llamo.
—Andrés.
—Bueno, empecemos.
Camino hacia la cocina. Me bajo la capucha, me saco los lentes y la gorra, dejando todo sobre la mesa y corro una silla para que ella se siente a la pasada sin siquiera controlar si me siguió o no. Tomo asiento frente a la silla y espero a que ella haga lo mismo. Con delicadeza da los últimos pasos y se acomoda con las manos entrelazadas por encima de su falda.
Pongo el celular en altavoz, dejándolo entre nosotros.
—¿Me escuchas?
—Sí, escucho.
—Andy... yo...
Coraline finalmente habla con palabras inseguras que se pierden en el aire.
—No quiero escuchar excusas, no vine para eso.
Le digo levantando la mano. Compungida, se revuelve en el asiento acariciándose el pelo como casi un tick nervioso.
—¿Qué querés, Andrés?