Pánico

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Cora

Me despierto con los llantos de Emma en la casa vacía, totalmente sola. De a poco, Jimena con su distancia, Cris con su silencio, Andy con su nuevo trabajo y ahora Esteban con su enojo; me fueron dejando sola. No.

No me dejaron sola, yo los alejé.

Ellos siguen con sus vidas después de que yo los arrastrara de a poco en mi oscuridad, mi desastre, esta situación que creé con mis propias manos, con mis propios dedos manchados de deshonestidad.

Me pregunto dónde está Esteban y si está bien, espero que lo esté, espero que no haga nada radical. Espero que no haga algo en lo que no pueda dar marcha atrás. Todavía podemos arreglar esto. Todavía hay esperanzas. Esteban debe pensar que este es el final de nosotros dos, de nuestro acuerdo, pero no quiero que lo sea, quiero mantener esta tranquilidad lo más que pueda. No pudimos haber fallado tan temprano. Esteban es mi amigo, mi sol, mi eje. No puedo hacer todo esto sin él. No puedo seguir mi vida si él no está a mi lado.

No fallamos. Yo le fallé a él.

Soy una persona horrible. Me convertí en alguien que odio. Lloro contra la almohada ignorando a Emma que me despertó al medio día. No quiero que me vea así. Estoy siendo una terrible madre, lo sé, pero necesito un momento para hundirme en esta depresión que me está deteriorando hace meses. Necesito espacio y necesito aclarar mi cabeza. ¿Cómo voy a ser una buena madre para ella siendo lo que soy? ¿Cómo voy a poder solucionar todo esto si tengo que calmarla a ella y no puedo ni calmarme a mí misma?

No puedo contenerme. Soy como un veneno que mata todo lo que está a mi alrededor segundo a segundo, sin que nadie se dé cuenta hasta que es demasiado tarde.

Grito contra el colchón de mi cama después de arrodillarme en él para dejarme caer en medio de las sábanas deshechas. Levanto el teléfono y llamo a Esteban por décima vez y tal como espero, solo recibo el tono de fin de la llamada, está muy enojado como para volver a casa, menos para levantar el celular.

Cuando cierro los ojos estoy perdida en un mar de pesadillas y desilusiones. Estoy viviendo una pesadilla en vida. Una que nunca termina, una que empezó con él y va a terminar con él. Me despierto tiempo después, no sé cuánto tiempo perdí la conciencia. Debería llamar a alguien. Debería llamar a Berni o a Andy. ¿Andy? ¿Qué le puedo decir? ¿Voy a mentirle una vez más? Berni tenía razón, esperé mucho. Esperé demasiado. No debería haber elegido esta vida y a Andy a la misma vez. Era una cosa o la otra. Tendría que haber elegido a Emma.

Me levanto para secarme las lágrimas y seguir adelante, tengo que hacerlo, ahora no estoy sola, tengo a alguien a quien cuidar. Ella no tiene la culpa de que su madre esté ahogándose con su propia desgracia.

—A ver, a ver.

Le susurro a Emma que debe estar muerta de hambre, bajándome el camisón hasta la cintura para darle de amamantar. Sigo con mi "mañana" como si nada hubiera pasado, pero empezando a las tres de la tarde. Cambio a Emma y me dedico a lavar la ropa, de tanto en tanto dejo caer un par de lágrimas, limpio a fondo la cocina y me siento en el sillón mientras Emma está en su pequeño corral intentando tomar juguetes por su cuenta para llevárselos a la boca. Finalmente, me decido a abrir la nueva bolsa de comida de Margarita, la cual cargo hasta su pequeño corral donde busco su plato e intentando servirle comida, la bolsa se me resbala de las manos e intentando atajarla, término desparramando comida por todos lados. Rendida me dejo caer sobre el barro mientras Margarita, ignorándome, intenta comer todos los pedazos de alimento que puede en un tiempo récord.

Me dejo caer sobre la chancha que sigue comiendo, totalmente absorta de lo que pasa en la vida de las personas, con conciencia y sollozo contra su lomo.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora