Berni
Ian me sube el cierre del vestido y dándome un beso en la base del cuello, me toma por la cintura y pone una cara, una de aprobación, que si tan solo pudiera se convertiría pronto en una sonrisa.
—Me gusta cuando usas vestidos cortos.
Dice él volviendo a erguirse y dejar entre nosotros esa distancia de alturas.
—Tengo que pintarme las uñas y maquillarme.
Él asiente con la cabeza y se sienta en la cama para darme mi espacio mientras me siento en el diván que tengo con todo mi maquillaje. Empiezo por acomodarme los mechones frontales de mi pelo con la plancha para dejarlos perfectamente lisos, erradicando los dejos de ondulaciones que se empiezan a crear cuando los toco constantemente durante el día.
Pinto mis uñas mientras Ian me mira desde la cama, mirando su celular y tanteándome, de tanto en tanto. Está por decir algo, pero siento cómo se muerde la lengua. Vuelvo los ojos, concentrándome en mi manicura e intento sonar casual.
—¿Querés que te pinte las uñas?
Le pregunto levantando el tarrito de pintura. Sin decir nada, se arrodilla a mi lado y extiende su mano sobre el diván, recostando su cabeza sobre su brazo. Sus ojos vuelven a escanearme.
—¿Vas a decirme?
—¿Qué cosa?
—Lo que está colgando de tus labios y te volvés a tragar.
Ian se suena el cuello y vuelve a recostar sobre su brazo, para que con el mismo color bordó que hago mis uñas, termine de pintarle una mano.
—No hay nada.
—Estás preocupado. Todavía no sé por qué.
Me inclino hacia adelante y soplo sus uñas para que se sequen con más rapidez, es algo que hago solo por qué sí, nunca supe si realmente funciona.
—Muchas cosas pasan por mi cabeza. Teo, Andy... vos.
Dejo de soplar y corro la cortina de pelo que cae llovido por mi hombro y nos separa.
—¿Yo? ¿Qué tengo?
—Estás... rara. ¿Hay algo que me tengas que decir?
Lo pienso un segundo. Todavía no le comenté nada de la agencia y la verdad, no quiero que empiece a hacer lo que siempre hace: preocuparse. Sé cómo va a ir la conversación, ya me imagino toda la escena, está grabada perfectamente en mi cabeza, sé lo que voy a decir, lo que él va a responder y cómo va a terminar todo. Prefiero guardármelo para cuando este momento de mierda pase un poco. Necesita relajarse, no seguir llevando cosas encima.
—No. No hay nada. Es decir... ya sabes.
Él se encoge levemente.
—¿Estamos bien?
Entrecierro los ojos.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Respondeme, B.
—¿Por qué no lo estaríamos?
Vuelvo a concentrarme en mis uñas y él se levanta del suelo para recostar su cadera contra el diván y cruzar las piernas por encima de sus tobillos. Se cruza de brazos con su mano fresca encima de su brazo derecho y me mira mordiendo el aro de su labio antes de volver a hablar.
—Estuve pensando en lo que pasó.
—¿Katia?
—Mi hermano. Por alguna razón todo esto se siente familiar, como un déjà vu.