Amor

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Andy

Sigo el auto de Banana de cerca hasta la casa y hago lo que vengo haciendo, lo dejo a un par de cuadras para caminar hasta la puerta trasera que se accede desde el lateral de la casa intentando que nadie me vea. Como Banana promete, termina pidiendo comida china. Los tres nos sentamos en la mesa de la cocina para almorzar, Emma está en el suelo en su pequeño mecedor, donde solo patea el aire y juega con una cuchara que le dio su mamá.

Como si nada nunca me saliera bien, las cosas con Esteban están mejor que nunca, a diferencia de la tensión que hay en el aire con Cora, en realidad no me molestaría que fuera de la manera contraria. O que todo estuviera bien con todos y punto. Pero nada es fácil y nada nunca sale como me gustaría. Como Cora casi no habla, con Banana terminamos de hablar de mi nuevo proyecto de abrir un taller en el espacio de Ian por el momento para hacer algo mientras intento dejar de endeudarme, yendo y viniendo escapándome del trabajo. No estaba planeando que Esteban se lo tomara como algo más, la verdad es que saqué el tema solo porque no tengo nada más que compartir y prefiero decir cualquier cosa al silencio en la mesa con Cora presente. Él enseguida empieza una discusión en la cual quiere pagarme por ser niñero, como si serlo ya no fuera lo suficientemente humillante. Como no tengo ganas de discutir con la nueva cara correcta que Banana me está mostrando, batiendo la mano en el aire, lo dejo ganar.

Me río. Mi nuevo trabajo: niñero. Patético.

—Después de todo, sos el único que calma y hace dormir a Emma, te necesitamos, no podemos volver a lo que éramos antes. Y no podés seguir haciendo esto gratis. Pensalo como un trabajo temporal.

La palabra "temporal" se queda pegada en mi cabeza.

Mierda.

Es verdad. ¿Qué carajos voy a hacer cuando Emma sea más grande? ¿Qué excusa voy a tener para estar más cerca de ellas?

—Está bien.

Asiento con la cabeza terminando la comida china de un bocado enorme, la cual como con tenedor mientras Banana y Cora consumen con palillos chinos. Esteban suspira por mis malos modales en la mesa y una vez que el almuerzo concluye, lo ayudo a levantar la mesa y aunque intento lavar los platos, él no me deja.

—Tenés olor a alcohol.

Informa Banana una vez que está más cerca de mí acomodando las cosas de la cocina mientras me quedo a su lado, secando un par de cosas.

—Salí ayer, te tengo que confesar que tengo... resaca. Una de la puta madre.

Puedo notar a Cora saliendo de la cocina con mi comentario, disparada como una bala, tan rápido que su falda vuela en el aire.

Idiota yo. ¿Se habrá enojado? Un momento. ¿Qué mierda me importa? Ni me habla, ¿no puedo salir? Ni siquiera me mira. ¿Por qué se enojaría conmigo? Hace tiempo que no salgo, estoy soltero, puedo hacer lo que se me dé la gana cuando no estoy acá cuidando a su hija y me merecía un par de cervezas en un bar, después de todo, era sábado. ¿Qué más voy a hacer un sábado por la noche?

No es por mi comentario, no puede ser.

Cora vuelve con una pastilla.

—Para la resaca.

Dice en tono seco, dejando una píldora blanca sobre mi mano, intentando mantener la distancia entre nosotros y vuelve a abandonar la cocina, esta vez llevándose a Emma consigo. Antes se me hacía mucho más fácil leerla, no sé qué quiere, no sé qué siente, no sé qué significan estos gestos extraños. ¿Sabrá ella? Su tono no fue negativo, solo... plano. ¿Es esta distancia algo que estoy malinterpretando?

—¿Todo mal?

Pregunta Esteban bajo.

—No me quiere ni mirar.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora