Ian
Micaela termina con las últimas fotos mientras termino con mi cigarrillo, lo dejo a un lado. Es algo nuevo, compramos un fondo blanco para el taller, es más fácil sacar fotos para catálogo en un lugar donde todos estamos más cómodos. Es algo improvisado pero funciona. Amalia está terminando de cambiarse detrás de la cortina que hace de camerino, mientras B sigue parada en el medio del espacio esperando que Micaela controle las últimas imágenes. Cuando ella sube el pulgar al aire, B descansa sacándose primero los zapatos y relajando la expresión.
Micaela pasa a mi lado y saca uno de los pines que tengo sobre mi camiseta blanca, la cual uso cuando estamos dentro del taller, no tiene mangas y me deja respirar cuando subimos la calefacción para que las modelos no tengan frío cuando están haciendo fotos con ropa que no es abrigada.
—Ayudá a tu novia.
Me dice con una sonrisa y se acomoda en su estación para pasar las imágenes de la tarjeta de memoria a la computadora.
Cuando cierro a la cortina nos dejo a ambos en privado, empiezo a examinar a B con esa hambre voraz que me ataca cuando la veo gateando por el suelo para hacer las fotos un poco más interesantes. Ella tiene ese factor, Amalia podrá ser profesional y casi tan alta como yo, pero B tiene un algo que no se encuentra en cualquier rostro, parece salida de la realeza aunque haya nacido en este pueblo. Todo lo que se pone termina siendo elevado a un nivel de gracia que es imposible de obtener con cualquier otra modelo. Por algo le sigo pidiendo que siga modelado para mí.
Por eso y porque me gusta verla haciéndolo.
Ella se gira mientas la observo y entiende mi pedido. Ladeo una sonrisa y empiezo a desarmarle el escandaloso peinado de rulos que lleva consigo en una media coleta.
—Dejame arreglarte un segundo.
Digo tomando delicadamente un mechón de su pelo.
En silencio asiente levemente y mira al suelo mientras empieza a sacarse los pantalones para hacer todo el trámite más rápido. Cuando se da cuenta de lo que estoy haciendo con su pelo, se gira sorprendida, arruinando mi trabajo a la mitad.
—¿Sabés hacer trenzas?
Pregunta.
—Algo. Quedate quieta.
Frustrado, desarmo el mechón de pelo y vuelvo a trenzarlo con paciencia. Ella se queda estática mientras de reojo me ve haciendo el trabajo fino de trenzar su pelo que está completamente revuelto y ondulado. Sé que odia los rulos, sé por qué los odia, así que me digo que es mejor trenzarle el pelo para que esté cómoda hasta que lleguemos a casa y pueda bañarse y alisarlo como hace todas las mañanas.
—Puede que seas una bestia diabólica, pero tenés manos siempre muy delicadas.
Dejo salir una risita por la nariz sin sacar la mirada de su pelo.
—Seré bruto con los hombres pero puedo ser delicado con las mujeres, más si se trata de vos.
—No tenés que ser delicado conmigo.
Dice de mala manera. Alcanzo el neceser que dejaron las chicas con maquillaje y herramientas de peluquería y saco una liguita para atar la trenza al final.
—Podés creer que sos muy fuerte, y lo sos a veces, pero no tenés que seguir así conmigo B, te conozco, en el fondo seguís siendo frágil.
Ella revolea los ojos y yo la detengo tomando su trenza con todo el puño. Noto cuando su frustración llega a un límite, B puede ser paciente a veces pero llegan momentos donde no puede más con las fotos y toda la tensión va siempre a su entrepierna. Me acerco levemente y rozo mis labios contra la piel de su cuello, la cual reacciona erizándose. Manteniéndola en su lugar desde mi agarre.