Andy
No le pido, le ruego que me deje quedarme a dormir con ella. Pasó tanto tiempo desde la última vez que compartimos una noche en una cama. Aunque sé que ella cree que es porque quiero arrancarle todo con los dientes, esta vez estoy más encantado por algo que no es sexo, ya lo tuve, minutos atrás. Quiero estar con ella, quiero dormir con ella, quiero besarle el hombro entre dormido en mitad de la noche, quiero pegar su cuerpo al mío, quiero abrazarla y sentirla chiquita contra mi pecho, quiero darle sus alas y quiero despertarme con su pelo sobre la almohada rozándome la nariz.
Cuando ella sucumbe a mis caprichos, vamos a la habitación que tiene una cama doble un poco más chica que la principal. "La habitación de los invitados" como le dice Esteban o "el bulo" como le digo yo. Ambos nombres me hacen sentir algo vacío, el primero me indica que solo soy un invitado, el segundo, que todo es temporal y que tengo que pagar algo por estar acá.
Con boxers y remera dejo caer el resto de mi ropa en el suelo al lado de la pared y Cora se gira cerrando la puerta con cuidado después de ponerse un camisón. Me deslizo por encima de las sábanas hasta llegar a la almohada la cual abrazo para restregar mi cara contra la tela.
—Se siente bien dormir en una cama grande para variar.— Cora se sienta a mi lado suavemente. Siempre tan etérea. — Y con vos.— Le digo dejando atrás la almohada para atraparla de la cintura y dejarla recostada al lado mío pasándola por encima de mi cuerpo. —Es patético, pero hay noches en las que me imagino que estás conmigo para poder dormir.
Le confieso.
No veo la hora de conseguir un departamento para dejar de dormir en la habitación en la casa de mi mamá e invitar a Cora a mi casa de tanto en tanto, para tener esta privacidad. Esta intimidad que se crea cuando estamos ambos solos, en medio de la noche, en silencio y en paz. Y tener sexo, claro está.
Ya dejé mi departamento en la ciudad y tengo un mes para ir a buscar mis cosas antes de que las tiren a la mierda desahuciándome. Algunas veces creo que no me importaría, qué volver a la ciudad no vale la pena en este momento. Pero muchas de mis herramientas y pinturas están ahí, además de los pocos dibujos de Cora que sobrevivieron la noche que calcine todos sus recuerdos, una de las únicas posesiones preciadas que tengo, junto a mi encendedor en forma de cruz que no despego de mi cuello ni para dormir.
Me cargo sobre mi codo para correr el escote de su camisón levemente y ver el tatuaje, las dos pequeñas alas.
—¿Qué pasa?
Pregunta ella cuando me nota pensativo. Estos últimos días me pregunté si Cora estaba incómoda con la idea de que me volviera a mudar definitivamente, hoy tuve la respuesta fuerte y clara. Sé que le preocupa. Solo espero que no le preocupe porque tiene en la mente la idea de terminar todo.
—Nada... ¿Esteban alguna vez te preguntó por el tatuaje?
—Dice que es muy de clase baja.
Responde ella llevándose la mano a la tinta.
—A mí me gusta. Es especial.
Coraline se da vuelta entre mis brazos para acercarse más a mi pecho y yo la envuelvo mientras mi mejilla descansa sobre su coronilla. No pareciera que nos vamos a meter dentro de las sábanas, es una noche hermosa de calor. Me levanto repentinamente dejándola de lado, para ponerme de pie y abrir la ventana del lateral, de par en par. La noche sí que está perfecta.
—¿Qué hacés?
Cora se sostiene con los brazos de costado y su pelo cae llovido sobre su hombro. Estoy a punto de decirle que está preciosa, que tengo mucho para ofrecer, que todas sus dudas no tienen ni pies ni cabeza, que nos escapemos, que salgamos por la ventana a cualquier lado en este preciso momento. Pero pienso en Emma y me quedo callado. No lo voy a decir nunca en voz alta, menos a ella, pero extraño esa libertad de llevarme Cora a cualquier lado cuando se me antojaba. Es difícil demostrarle a alguien todo lo que puede ser el mundo con vos, cuando tu relación está confinada en cuatro paredes. Es difícil lograr toda una aventura dentro de una casa. La casa de los secretos.