Teo
Camino por el pasillo principal, paso las dobles puertas y no tengo que buscar mucho con la mirada. Andy se destaca por demás entre todas las personas que se sientan esperando a sus familiares. Hay veces que creo que no va a estar ahí. Ninguno me lo dijo pero ya me aprendí el patrón de visitas después de cinco meses de estar acá. Ian y Rocío se rotaban con más frecuencia y Andy venía cuando podía a final de mes. Los últimos dos meses Andy viene a principio y a mitad de mes, mientras que Rocío e Ian se rotan los fines de semana restantes. Rocío primero e Ian después. Es por eso que cuando le toca a Andy supongo que no va a aparecer. Pero siempre lo hace, sin falta. Temprano también. Más temprano que Rocío, que siempre llega quince minutos tarde y me deja esperando solo sentado como un idiota en mi mesa.
—Me dijeron que no estás haciendo ningún avance.
Me dice ni bien me acomodo en mi silla.
—Es verdad.
No hablo en las terapias grupales, apenas hablo en mis sesiones individuales. No sé por dónde empezar, no sé cómo se empieza a arreglar a alguien sin futuro ni expectativas. Menos sé cómo hacerlo cuando ese alguien es uno mismo.
—Pasó el tiempo, Teo. ¿No querés volver a tu casa? ¿No querés salir?
—Obvio que quiero salir. Ya estaría afuera si fuera por mí.
—Entonces hacé lo que sea que tenés que hacer.
—No sé qué es lo que esperan.
Le digo.
Andy se acomoda la remera desde la costura de los hombros y se encorva sobre la mesa como generando un poco más de intimidad entre nosotros. Yo me siento ridículo con mi manta beige. No tengo más tintura en mi pelo, la última vez me lo corté para dejar crecer mi pelo marrón natural. No es como si tuviera a nadie dispuesto a teñirme acá adentro, aunque sé que algunas chicas lo hacen.
—¿Por qué no hablás con los doctores?
Me pregunta Andy.
—Porque no tengo muchas ganas.
—Sé que es difícil, pero hablar te va a ayudar a salir.
—No quiero hablar nada con nadie. Así estoy bien.
Andy se deja caer y golpea su frente contra la mesa que nos separa. Miro a mi alrededor, los diferentes pacientes con sus familiares, algunos riendo, otros llorando. Intento ubicar a Ramona por algún lado pero no la encuentro. Nunca la veo con nadie los días de visita. Me pregunto si es que no quiere que nadie la visite o es que nadie está ahí para visitarla.
Andy se levanta y vuelve a captar mi atención con su cara de bobo.
—¿Saliste?
Le pregunto cuando noto que tiene ojeras debajo de los ojos.
—Sí, con Ian y Rocío al antro. Solo tomamos algo.— Él niega la cabeza como si se hubiera descarriado por unos segundos para concentrarse de nuevo en el tema de conversación principal. —¿Por qué no querés hablar con ellos?
—¿Con quién?
Preguntó confundido.
—Con los doctores.
Empiezo a ordenar las miles de razones por las cuales no quiero abrir la boca y gastar saliva con alguien que nunca va a entenderme pero después me digo que es inútil también explicar eso. No quiero explicar nada. No quiero hacer nada. No quiero pensar en nada. Ese es el problema. No quiero relacionarme porque tengo que pensar y no tengo energías ni siquiera para eso. Mis pesadillas consumen todo al redor mío constantemente dejándome sin energías.