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—Izume.

El tiempo se detuvo durante unos minutos, ninguno dijo nada, sólo se mantenían las miradas buscando comunicar con ellas todo aquello que con su voz no les alcanzaba para decir.

—Ha pasado tiempo ¿No?—Rompió el silencio la mujer frente a él.

Asintió, pero no dijo nada. No podía creer que la bella mujer ante sus ojos, con un porte confiado y una sonrisa con aires juguetones era la misma adolescente de la que se había enamorado a sus diecisiete años. Estaba bellísima, a pesar de haber cambiado en ciertos aspectos seguía siendo reconocible. Ahora estaba unos centímetros más alta, no tan delgada como en su juventud lo que le daba más curvas a su cuerpo, su tez ya no era tan blanca como lo recordaba, se notaba un cierto bronceado, seguro por los años viviendo en la playa, el pelo corto por sobre los hombros le sentaba de maravilla, realzaba sus facciones, ahora más maduras, a la perfección y sumaba aún más a ese aire de confianza que ahora portaba.

Osamu creía que podría pasar el resto de sus días admirando cada detalle de ella, pero no podía perder un segundo más. Respiró profundo en un intento de hablar nuevamente.

—Estás preciosa.—Fue lo único que alcanzó a decir en un tono atropellado y tembloroso.

Izume soltó una risa que le dejó hipnotizado por unos instantes.

—Tu no estás nada mal, Osamu, la madurez te hizo justicia.—Soltó causando un sonrojo en el chico que a los ojos de la azabache se le hizo sumamente tierno, recordándole a sus tiempos de adolescencia juntos.

Izume no mentía en lo absoluto. Los años le habían favorecido en gran medida al mayor de los gemelos; estaba notablemente más alto, espalda más ancha y a pesar de que se le seguía notando un cuerpo atlético se lo veía un tanto más robusto a comparación de su hermano, pero el detalle que la chica más destacaba eran sus rasgos ahora más varoniles y su pelo, que pudo apreciar cuando se quitó la gorra hacía unos minutos al verla ingresar al local. Ahora lucia su color de pelo natural, aquel castaño que ambos gemelos habían escondido desde que entraron a la preparatoria, cuando todos los meses su amiga pasaba un día entero retocando las raíces de ambos jugadores.

—Bueno...¿Me invitarás a sentarme o...?—Habló tras un silencio donde ambos se apreciaron en detalle, sin vergüenza ni tapujos.

El mayor sacudió su cabeza levemente despejándose de sus pensamientos y se apresuró a acomodar unos bancos frente a la barra.

—A-ah perdón, siéntate ¿Quieres algo para tomar?

Ella negó mientras se quitaba el abrigo que la cubría y dejándolo a un lado junto a su bolso. Dirigió su atención al hombre invitándolo a sentarse con la mirada, éste captó e hizo caso, notándose aún algo nervioso por la situación.

—Así que Onigiri Miya. Estoy feliz por ti, cumpliste con tu cometido—Habló mientras prestaba atención a los diferentes detalles del lugar.

Asintió.—Si, bueno, estaba por terminar mis estudios y mis padres me ayudaron pero ahora el negocio va muy bien. Realmente me gusta mi trabajo.—Admitió mientras pasaba su mano derecha por su nuca en señal de nerviosismo.

Izume sonrió y continuó mirando con detalle su alrededor.

—Te lo agradezco.—Habló nuevamente el castaño cortando el silencio, que a pesar de todo, empezaba a sentirse más cómodo. Pero ante la curiosa mirada de la azabache volvió a hablar.

—Di-digo, hace unos años me dijiste que mis onigiris eran realmente buenos, y bueno, supongo que tiene algo que ver con que ahora tenga mi propio negocio y eso...ya sabes.—Aclaró mientras el rojo subía a su rostro.

Choose you; Miya Twins Donde viven las historias. Descúbrelo ahora