9.-Rune: Una última vez

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Sé que esto está mal, pero no puedo despegar mis ojos de ella. La miro desde la oscuridad, cerca de la puerta. Yo no quería espiarla, pero pensaba que ya se habría cambiado. En el fondo esperaba que cogiera mi camisa porque me encantaría ver como le sienta, pero esto es... Ninguna camisa sería mejor que lo que lleva. No sé si lo del futuro es cierto, o simplemente es magia, o mentiras, o ambas, pero las pequeñas telas que se aferran a su cuerpo me confirman lo que había sospechado. Maeve tiene un cuerpo perfecto. Miro como se recoge el pelo muy a mi pesar y empieza a pasar sus delicados brazos por mi camisa. Esta termina por encima de sus rodillas a duras penas, pero no necesito ver más para saber que su cuerpo está creado por Freya. Ningún hombre podría resistirse a la forma en la que sus caderas se ensanchan y sus muslos se tocan ligeramente. Empieza a caminar hacia la puerta con su ropa en las manos y entro en pánico. Corro hacia las escaleras y me doy la vuelta, fingiendo subir por primera vez.

—Eh... Esto... Gracias.—Hay la suficiente luz como para que pueda ver el rubor en sus mejillas. Instintivamente bajo hacia sus piernas. Ni una cicatriz, ni mancha, ni herida. Nada. Solo perfección, con unos pies diminutos. Se remueve inquieta juntando las piernas y carraspea la garganta.

—Dejemos tus ropas cerca del fuego, deberían estar secas en un momento.—Le indico con la mano mientras trago saliva. Tan pronto pasa por mi lado, su pelo se suelta, como si fuera una señal de los dioses, regalándome una imagen preciosa de la parte trasera de su cuerpo. Bajo las escaleras despacio para no asustarla y la veo acercarse al fuego. Por favor, que no se transparente nada. Pero por desgracia no lo hace. Deja sus ropas en el suelo, cerca del fuego y se queda de pie, mirando las llamas bailar.

—Gracias por la camisa.—Murmura.

—Ya lo has dicho.—

—¿Me prefieres maleducada?—

—Puede.—Sonrío cuando me mira con los ojos entrecerrados y una expresión molesta en el rostro. No puedo dejar de fijarme en lo hermosa que se ve, a la luz del fuego, con el pelo suelto y la simplicidad de mi camisa. Ninguna mujer podría nunca compararse con ella, ni siquiera una de alta casta. Maeve podría ser la mismísima reina de Inglaterra con ese rostro y esa piel. —¿Qué cualidades esperas encontrar en tu nueva pareja?—

—¿Nueva? Eso implica que ha habido alguien antes y no lo ha habido.—Asiento ladeando la cabeza.

—Me has entendido.—Sonríe y suspira, cerrando sus brazos sobre su pecho, cruzados, resaltándome sus pechos debajo de la tela. Trago saliva y espero a que hable, mirándola desde mi altura.

—Espero que sea buena persona y alguien divertido con quien pasar el tiempo. Apreciaría ciertos atributos físicos, pero no es importante.—

—¿Por qué no?—

—Porque no todo es el físico.—

—Ya, pero si no sientes deseo por la otra persona, nunca tendréis hijos.—Me mira fijamente y suspira, justo después se encoge de hombros y se muerde el labio inferior.

—Quizás no tenga hijos. ¿Qué más da? De igual modo, quiero a alguien que me complemente.—

—¿Y físicamente?—

—¿Por qué quieres saberlo?—Gira la cabeza y da un paso hacia mí. Apenas un palmo de distancia y su olor ya causa estragos en mí. Las sombras del fuego bailan por su rostro, alimentando mi hambre de sus labios. Inspiro por la nariz y me encojo de hombros.—¿Qué quieres saber? ¿Qué deseo que mi próxima alma gemela se parezca a ti? Pues sí. Estás hecho a mi medida, Rune. Desde tus cicatrices, a tus tatuajes, a tu pelo largo, al gris de tus ojos o el olor de tu piel. Todo tú eres lo que he soñado.—Las palabras "estás hecho a mi medida, Rune" retumban en mi cabeza y no puedo parar el instinto ni la necesidad en mí. La cojo con fuerza de las mejillas y la beso con fuerza. Primero se resiste, soltando un ruidito adorable que me hace sonreír sobre sus labios, pero al cabo de unos momentos se rinde y pasa los brazos por mi cuello, uniéndonos más cerca. Bajo las manos por su cuello hasta sus hombros, y de ahí a su estrecha cintura. La aprieto hacia mi cuerpo y la levanto en vilo, sin darle tiempo a apartarse me encamino con ella encima hacia la mesa. La dejo sentada sobre ella, con las piernas abiertas a mis lados. Dejo de besarla para mirar como la tela se arremolina en su regazo, dejándome ver sus muslos. Maeve me coge de la mandíbula, dejando sus delicadas manos a ambos lados de mi cara y me mira la boca.

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