10.-Maeve: Pequeña esperanza

1K 95 15
                                    


De repente tengo su cara a centímetros de la mía y desearía que hubiera más oscuridad, porque hay la suficiente luz como para ver sus ojos y su boca. Incluso la cicatriz que le parte ligeramente una ceja. Su olor está por todas partes, al igual que su calor, y aunque ya he quitado la mano de sus abdominales, mi pierna sigue cruzada con las suyas. Es impresionante como incluso a través de mis tejanos noto el calor de su piel y el cosquilleo que me provoca. ¿Por qué él se tiene que ver como un dios nórdico y yo como una humana despeinada y muerta de vergüenza?

—¿Por qué te da vergüenza?—Me encojo de hombros fingiendo que no lo sé. No voy a declararme porque ni siquiera estoy segura de que me guste del todo. Quiero decir, claro que me gusta, me encanta, pero no puedo decírselo. Me coge una mano y me la pone en su mejilla, donde la barba empieza a salirle. Trago saliva y sonrío un poco. —No quiero que sientas pena por tocarme y si no quieres que te toque tienes que decírmelo.—Me da la sensación de que baja la mirada por mi cara hasta mi boca y sin poder controlarlo me acerco más a él. Su aliento me golpea en la nariz y los labios suavemente. Estiro el cuello y uno nuestros labios delicadamente, dándole el poder de apartarme si quiere. Lejos de eso, me devuelve el beso, repitiendo el proceso varias veces, con simples besos castos e inocentes. —¿Ves? No muerdo.—

Atrapo su labio inferior entre mis dientes y aprieto durante un segundo antes de arrepentirme por completo y retroceder tapándome la cara con las manos.

—Lo siento.—Murmuro escondida tras mi barrera. Me quita las manos de golpe y puedo ver sus cejas muy juntas, con el ceño fruncido.

—No te tapes la cara, me gusta mirarte.—

—¿Por qué? ¿Por qué te reflejas en mis ojos?—

—Eso solo los hacen mucho más bonitos de lo que ya son.—

—Eres un idiota.— Pone los ojos en blanco y sonríe.

—¿Volvemos a insultarnos?—Pregunta con una sonrisa que debería estar prohibida. —¿No prefieres besarme?—Me da tanta vergüenza que agacho la cabeza, apoyada en la almohada que huele a él.

—Deberíamos hablar.—Digo escapándome de la verdad. Él asiente y se aclara la garganta.

—Los ingleses ganan, ¿verdad?—

—¿A qué te refieres?—

—Al futuro.—Dice con la voz seria. Intento adivinar a que se refiere, ya que no puede hablar de ninguna de las guerras mundiales. Me quedo callada sin saber como abordar este tema. ¿Como reaccionaria yo si me dijeran que vienen del futuro? Probablemente mejor que él porque para mí ya es una realidad la cantidad de avances técnicos, pero para él...—Luchamos para conquistar Inglaterra.—

—Ah. ¿Te refieres a los vikingos?—Asiente con la cabeza. Niego lentamente.—No lo lograsteis. Bueno, en general, si tuvisteis influencia. En muchos sitios de hecho, pero Inglaterra sigue siendo inglesa, no vikinga.—

—¿Por qué sabes sobre nosotros?—

—Siempre me ha gustado vuestra cultura. Claro que para mí eran solo libros y películas.—

—¿El qué?—

—Nada. Viejas historias.—Me río un poco dándome cuenta de que no sabe lo que son ninguna de ambas cosas. Hay tanta belleza en su tiempo que me resulta imposible no sentirme atraída. Historias que pasan de padre a hijo, modificándose según la ocasión.

—¿Cómo de extraño es el futuro?—

—¿Para ti? Probablemente mucho. Las cosas... Son muy diferentes. Ya no se conquista, al menos no como tú lo haces. La gente se puede comunicar a través de teléfonos. Son aparatos que funcionan con la electricidad, como la de los rayos. Y con ellos puedes hablar con gente que se encuentra en la otra punta del mundo. También podemos viajar con grandes máquinas que parecen pájaros voladores. No quiero sobrecargarte de información, Rune. Te dolerá la cabeza.—

Hiraeth ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora