17.1-Rune: Incertidumbre

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Me acerco a padre por la espalda con las setas metidas en una bolsa de tela. No se asusta, como si supiera que voy a venir a verle. Se ríe cuando ve la sorpresa en mi cara cuando se gira en el momento justo en el que iba a tocarle el hombro.

—¿Qué pasa Rune?—

—¿Quieres comer setas conmigo?—

—¿Buscas respuestas o celebras algo?—

—Respuestas.—Le contesto rápidamente y él sonríe asintiendo. Mueve la cabeza hacia el bosque y yo asiento de vuelta. Lo he entendido, claro. Si madre nos ve comiendo setas querrá unirse y no pienso compartir con ella mis preocupaciones porque entonces se pondría a buscarme esposa en un abrir y cerrar de ojos.

Caminamos por encima de la poca nieve que queda en el bosque, haciendo que cruja bajo nuestro peso y nuestras botas. El cielo sigue blanquecino por las nubes y la niebla, pero aun así, puedo sentir como el buen tiempo se acerca.   Mi cabeza vuela automáticamente a la mirada de mi frú, especialmente al imaginármela en este bosque. Estoy seguro de que el verde de sus ojos es mucho más intenso que cualquier hoja o arbusto, mucho más. Estoy casi completamente convencido de que provocará que cualquier hombre que pose los ojos en ella se enamore perdidamente de su piel, de las ondas de su cabello, del intenso castaño que enmaraña su melena... Me tiemblan los brazos de rabia y de impotencia. Ella es solo mía. De momento, es un secreto, o algo por el estilo. Pero es solo mío. Nadie más sabe de ella, al menos no como yo. Nadie ha besado esos labios, ni los ha mordido, ni chupado. Nadie ha escuchado sus gemidos ahogados ni ha sentido el ardor de sus uñas al arañarle. Nadie. Me pertenece a mí. De aquí a mil años, nadie verá una belleza como Maeve. En realidad, me pone algo triste pensar que tendrán que pasar tantos años y que privaré al futuro de sus rasgos, pero yo ya hago mi buena acción. Me esforzaré por hacerle cuantos más hijos posibles para que su hermosura se multiplique en pequeñas niñas que roben el aliento a hombres dentro de mucho tiempo.

Padre se sienta contra un árbol después de haber apartado la nieve de su orilla. Le acompaño sonriente, porque sé que esta noche volveré a disfrutar de ella. Casi siento pena de que se vaya a acabar pronto, de una manera u otra.

—¿Qué te aflige?—Pregunta padre mientras me tiende su bolsa con cerveza. La acepto y le doy un trago largo, hasta que noto la garganta mojada y suave.

—Maeve va a venir. Pronto.—

—¿Eso no es lo que quieres?—

—Me preocupa, padre. Deberías ver el futuro, es... Es simplemente fascinante.—

—¿Cómo que?—Pregunta haciendo que me muerda los labios porque ni siquiera sé por donde empezar.

—No solo no tienen enfermedades, sino que viven más de lo que nadie de nuestros tiempos podría soñar. Cumplen los cien años, padre. Cien años. Sin enfermedades graves, sin hambruna, sin guerra donde ver a tus hijos morir.—

—¿Ya no piensas que hay honor en la batalla?—

—Por supuesto que si, padre. Un hombre debe morir luchando, con la tripa llena de cerveza y comida, una espada en la mano y habiendo tenido varios hijos.—Él se ríe asintiendo mientras levanta la bolsa y bebe, brindando él solo contra el aire. Trago saliva e intento explicarle lo que he visto.—Tienen carruajes, pero una versión moderna y mucho más eficiente. Avanzan solos, sin necesidad de caballos ni de personas. Se mueven solos y recorren largas distancias de tierra en cuestión de una hora. Es impresionante.—

—¿De veras? ¿Lo has visto?—Se gira un poco para mirarme y yo asiento.

—Sí. Maeve me lo enseñó a través de una cosa que ellos llaman pantalla. Es una caja que obtiene información sobre todo lo que quieras. Me enseñó imágenes que se movían, como si fuera tan real como yo. Fue...—

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