19.-Eric: Nueva invitada

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(Este capítulo debería estar narrado en diferentes idiomas. Las conversaciones deberían estar narradas en Sueco de hace mil años pero, digamos que no lo tengo muy a mano  y aunque he intentado buscarlo de todas las maneras, realmente nadie tiene mucha idea de como sonaba, ya que por desgracia nuestros amigos los vikingos no eran muy fans de escribir las cositas en papel. Por eso, si veis que se hacen alusiones a que no hablan el mismo idioma y vosotros lo estáis leyendo todo en el mismo, echarle imaginación.)



El sol aún permanece escondido entre las zarpas de la noche, dejándose de rogar. Miro el cielo esperanzado de que el verano llegue pronto. Realmente necesitamos cereales, trigo y poder cultivar verduras y frutas. Acaricio el pelo de mi esposa pacientemente mientras ella duerme felizmente, con sus preciosos labios entreabiertos. Una luz cegadora baña durante un segundo el cielo, haciendo que me incorpore en la cama. ¿Los dioses? Aparto con sumo cuidado la cabeza de mi esposa para que continúe durmiendo en la cama hasta que se quiera levantar o uno de los niños la despierte. Me tapo con mi abrigo de piel de lobo y empiezo a bajar las escaleras. Frigg está levantada, mirando hacia la puerta con una expresión confundida, enrollando sus pequeños dedos en su propio cabello. Sonríe cuando me ve y yo le hago un gesto para que guarde silencio. Es demasiado temprano. El chillido de una mujer extremadamente familiar se hace real fuera, haciéndome correr abriendo la puerta de la casa. Mi hija Ingrid tiene el bajo de las faldas mojadas por el agua o la nieve, no lo sé. El cielo empieza a clarear con el sol saliendo tímidamente, alejándose del horizonte del agua. Camino hasta llegar a Ingrid que se encuentra agachada en la orilla del agua.

—¿Ingrid?—Le digo dándole un toque en el hombro. Se gira con el gesto horrorizado y entonces veo a la mujer. De cabellos largos y negros, totalmente empapada, con el rostro tan pálido que bien podría estar muerta. Sus labios están azules. 

—¡Sácala del agua!—Le grito y ella asiente rápidamente. Coge a la mujer de las manos y entonces reparo en sus ropajes. ¿Qué clase de ropa es esa? Me uno a ayudarla, tirando de sus heladas manos. Parece joven, muy joven, algo más joven que mi hija, puede ser. No lo sé. La arrastramos por la orilla hasta que podemos verla bien.

—¿Está muerta?—

—No lo sé. Avisa a tu hermano, necesito que me ayude con ella. Despierta también a tu madre. Necesitamos que entre en calor.—Le digo y obedece al momento. Intento arrastrarla despacio, como no hacerle daño. Sus manos son pequeñas y delicadas, mucho más de lo que se espera de una mujer. Miro atentamente sus dedos, largos y pálidos, sin un solo callo ni herida. Curioso.

Paso las manos por debajo de sus axilas, tocando el pegajoso tejido de su camisa, gruesa y blanca. Si no fuera imposible diría que es un espectro o algo por el estilo. Tiro de su cuerpo dejando que sus botas dibujen dos líneas sobre la arena mientras intento aproximarla a casa. Ingrid y mi esposa aparecen de golpe, ambas murmurando cosas sobre los dioses.

—¡Por los dioses, Eric! ¿Qué le ha pasado a esta chiquilla?—

—No lo sé. ¿Y Rune? Necesito que me ayude con ella.—

—No lo he encontrado.—Dice Ingrid mientras le coge de una de las piernas. —Estará en el bosque, como siempre. Madre, cogele la otra pierna. La meteremos nosotros.—

—Ese muchacho.—Me quejo imaginándolo soñando con su inglesa mientras yo tiro de esa pobre chica ahogada en las heladas aguas. 

Conseguimos ponerla sobre la mesa, donde el agua de sus ropajes y su pelo cae a borbotones. Ingrid deja la extraña bolsa que llevaba puesta cerca del fuego para que se seque y la mira fijamente mientras yo escarbo entre la tela de su cuello para ver si puedo notarle el pulso. Es débil, pero sin duda está ahí.

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