2.-Maeve: Cumpleaños

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Recojo toda la ropa que hay en mi habitación y la separo en dos montones. La que tengo que lavar y la que tengo que doblar. Hay algo terapéutico en doblar ropa que me relaja, sobre todo cuando quedan alineadas y del mismo tamaño. Incluso miré videos una vez de como organizar la ropa para que ocupara el mínimo espacio posible, aunque la mayoría de veces acaba hecha una bola en el fondo de mi armario. Me recojo el pelo en una coleta alta apartándomelo de la cara. Me niego a cortarme el pelo. Sé que tengo un trauma tonto, pero en realidad es culpa de mi madre. De pequeña me obligó a llevar el pelo corto, creo que por simple comodidad para no tener que invertir tiempo en mí y ahora rechazo todo lo que sea puntiagudo que se quiera acercar a mi melena.

Ni loca me lo corto. Al menos hasta que sea tan largo que me moleste. Y todavía no ha pasado.

—Maeve tienes que ir a recoger a Elsbeth al colegio.—Me recuerdo mamá gritando. Suspiro lentamente dejando escapar todo el aire de mis pulmones mientras busco una sudadera gruesa en la que meterme. Gris y con capucha, perfecta para el día de hoy. Me pongo los auriculares y subo la música al máximo, incluso aunque me duelan un poco las orejas. Todo es mejor que escuchar la maldita lluvia cayendo sin parar. Odio la lluvia. Odio el cielo nublado y la humedad constante. Me pongo las deportivas que encuentro más cercanas a la puerta, metiéndomelas sin desabrochar los cordones. —¡Maeve!—

—¡Bajando!—Chillo tanto que mis oídos retumban. Que pesada, que mujer más pesada. Tiene suerte de que adore a mi hermana porque si no... Bajo las escaleras de dos en dos sin agarrarme a la barandilla. Mi madre tiene puesto el uniforme blanco puesto y el pelo recogido con una pinza en un moño diminuto.

—Volveré tarde. Tengo turno doble. No me esperéis levantadas. Mañana por favor, asegúrate de que Els llegue bien al colegio.—

—Ya no es un bebé, sabes. No puedo obligarla a que me coja de la mano para cruzar la calle y tal.— Le repito la misma frase que llevo diciendo meses, Tiene la brutal manía de ignorar que Elsbeth va a cumplir en unos meses trece años y lo último que quiere es tener a la plasta de su madre y hermana llevándola al colegio, especialmente cuando está a menos de diez minutos caminando.

—Si os veo cruzando sin ir de la mano os pegaré. A las dos.—

—Bien, estupendo. Si no nos mata el coche lo haces tú. Genial. Me voy.—Le beso la mejilla antes de irme y ella rueda los ojos.

—Ese sentido del humor tuyo tan adorable...—Cojo las llaves y paso a la siguiente canción, cerrando la puerta con fuerza en mi espalda. El viento me azota al momento, frío y afilado como un cuchillo. Me subo la cremallera de la sudadera hasta arriba del todo y me encojo de hombros hacia delante, intentándome resguardar del frío. Al menos no nieva, y eso ya es bueno. Camino deprisa, no porque llegue tarde, sino porque el frío me cala en los huesos duramente, haciendo que me duelan las rodillas y los dedos. Mierda de tiempo.

El paseo es corto y algo divertido porque logro ver un perro con un chubasquero siendo paseado alegremente. El perrito si disfruta de la lluvia, olisqueando cada esquina como si fuera lo más interesante de su mundo y supongo que lo es. Quiero pararme a acariciarlo pero tampoco quiero molestarle y probablemente el dueño piense que soy una adicta a la cocaína con las pintas que llevo. Voy totalmente en un trance, pensando en el perro y escuchando música que no pega para nada con el tiempo. Todo en lo que mi mente puede concentrarse que no es banal, es en mi cumpleaños. Queda menos de una semana. Cuatro días para ser exactos y eso me pone los pelos de punta. Siempre pensé que al cumplir los dieciocho tendría la vida ya resulta, plan fallido de esa falsa realidad que nos venden diciendo que a los dieciocho por ser adulto tendrás de todo. Mentira podrida cochina.

Hiraeth ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora