11.-Rune: Sumergido en mi

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El hielo se funde rápidamente dejando el cubo lleno de agua. Me quedo mirándolo fijamente mientras mi madre lava los cuencos para poder comer más tarde. Llevo toda la mañana cortando madera y paseando por el bosque, cosa que me ha mordido de vuelta. Tengo las manos tan cortadas que me sangran los dedos ligeramente por las grietas del frío. Las meto en el balde de agua, sintiendo como si me clavaran cuchillos en la piel en lugar de rozarlas en líquido.

—Debes curarte las manos, si no podrían infectarse.—Comenta madre pasándome el remedio casero con clavos. Se lo agradezco agachando la cabeza y me lo restriego entre las manos. No puedo evitar sentir que todo se mueve más despacio de lo que debería, de una manera que no puedo controlar. Sé lo que me espera cuando me duerma hoy. Me esperan mis sueños, pero sin ella. O al menos no una versión real. Quizás mi mente sueñe con su pelo o sus besos, como una simple forma de despedirme adecuadamente. O quizás no. Quizás la borro por completo hasta que llegue mi momento. Hasta que me encuentre tirado en el campo de batalla, manchado con sangre de mis enemigos, sudor y barro. Estaré estirado sobre cuerpos aun calientes pero sin vida, muriendo con mi espada en la mano y cuando mire al cielo, quizás la veo. Quizás Maeve también estará en el Valhalla. Termino de lavarme las manos con el ungüento y las aclaro de nuevo en el agua, dispersando las especias rápidamente entre el líquido transparente.—Rune, tu padre necesita ayuda fuera. Está intentando abrir un agujero en el hielo para darse un baño.—

—¿Se ha vuelto loco?—

—Preguntáselo tu mismo.—Pone una mueca divertida y me da una palmada en el hombro para que me levante. Me seco las manos en mi camisa y de camino a la puerta cojo mi abrigo de pieles para refugiarme del gélido aire que sé que está azotando ahora mismo fuera.

El frío es mucho peor de lo que esperaba, incluso aunque aún hay algo de luz en el cielo. A lo lejos, adentrado en el mar de hielo veo la figura de mi padre, cubierto de pieles serrando el suelo de hielo con su espalda.

—¡Padre!—Chillo llamando su atención mientras me esfuerzo por no resbalarme sobre el hielo. No solo el viento lo dificulta, sino mis propias botas deslizándose grácilmente sobre el hielo. Tengo seguro que no se abrirá, así que no tengo por qué tener que temer caerme dentro. Un pie tras otro, utilizando los brazos como balance para no caerme de bruces.

—Venga, chico, date prisa.— La voz de padre rebota en la nada y se pierde en la inmensidad. Para cuando por fin llego a su lado veo el desastre. El hielo partido, con un agujero tan pequeño que ni un niño podría caber. Me mira con el ceño fruncido y las cejas tan juntas que casi podría jurar que se tocan. Se pasa una mano por el pelo y sonríe.—Supongo que ya estoy viejo.—Niego rápidamente con la cabeza y cojo su espada.

—Dejame a mí.—

—Cuéntame.—

—¿El que?—No me molesto en mirarlo porque sé a lo que se refiere. Él me conoce mucho mejor que madre. Madre ignora mis sentimientos, o al menos la profundidad de ellos. No puedo evitar compararlos con el hielo. Parece superficial pero es profundo. Golpeo cerca del pequeño agujero para agrandarlo, haciendo que pequeños trozos de hielo salten por los aires. Dos, tres, cinco veces hasta que el calor corre con fuerza por mis músculos, activándolos.

—Maeve.—Pronuncia el nombre sin asco, ni odio. Casi sosteniendo una risita. Dejo que el abrigo caiga de mis hombros y sigo esforzándome, cortando el hielo capa por capa. —Rune, cuéntame.—

—No es una bruja, padre. Es complicado.—

—Puedes hablar conmigo.—

—Ella viene del futuro. Vive en Inglaterra, pero en el año dos mil ochenta y algo, padre. Aparentemente en el futuro te insertan algo en la cabeza para que sueñes con el amor de tu vida y así os conozcáis y tengáis hijos.—Sé como de ridículo suena pero ni siquiera paro de golpear el hielo para mirarle. Padre cree en el destino y en teoría yo también. Quiero creer que si los dioses me han puesto a Maeve en el camino es porque hay una manera de llegar a ella, pero, ¿y si no la hay?

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