27.-Maeve: No estoy hecha para esto

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Hoy marcan tres semanas. Lo sé porque he juntado piedras debajo de la cama donde duermo, debajo de la cama de Rune. Una piedra por cada día, porque aun a pesar de que estoy totalmente lucida, o eso creo, empiezo a dudar de todo. Las horas de luz ahora duran más, algo que me alegra y me pone triste a la vez. Sigo esperando poder soñar con él, sigo esperando una explicación coherente para todo esto, pero no parece llegar.

—¿Maeve, estás despierta?—Pregunta Estrid nerviosa. Me levanto de golpe de la cama y la miro desde el segundo piso. Está con otra mujer, una pelirroja, de piel maltratada, con las mejillas sonrosadas y ojeras profundas. Ambas me miran esperanzadas y sé que es lo que esperan de mi. De alguna manera Estrid encuentra que el hecho de que sepa aplicar hierbas y convertirlas en remedios caseros algo que compartir y me trae a sus amigas para curarles pequeñas dolencias. Camino rápido, sin importarme demasiado que probablemente lleve el pelo hecho una bola o tenga los ojos hinchados de tanto llorar. ¿Se puede disecar alguien por pasarse horas llorando? Poco probable pero estoy a punto de batir algún reto, estoy segura. —Le duele el estómago desde hace días.—Me dice sin más Estrid cuando me acerco a ellas. Le sonrío y la mujer pelirroja me devuelve la sonrisa.

—Siento molestarte.—

—Claro que no. Siéntese para que pueda examinarla mejor.—Le señalo con la mano el banco de la mesa para que se siente y poder averiguar donde le duele. Si algo he aprendido en el poco tiempo que llevo aquí es que no diferencian entre estómago, barriga, pecho... Para ellos todo es dolor de estómago, incluso un trozo de madera clavado en las costillas. La mujer se sienta y se abre el abrigo, dejándome ver que lleva un vestido abierto por delante, dándome a ver su estómago. No tiene ninguna herida, lo cual es bueno, claramente. Tampoco soy muy experta, al menos no un médico y desde luego no una curandera. Solo me esforcé por aprender cosas rudimentarias para poder curar a Rune con cosas fáciles de aquí. Me froto las manos entre sí para que entren en calor y me agacho delante de ella. —Quizás note mis manos algo frías.—Asiente una sola vez y yo palpo su estómago. No lo tiene duro y no creo que esté hinchado. ¿Quizás tiene fiebre? Muevo la mano de su torso a su frente y la toco cerrando los ojos. No tiene fiebre, o eso creo. —¿Le duele algún sitio más?—Ella niega. —¿Hace cuantos días que no hace de vientre?—

—Tres días.—

—¿Hay algún motivo?—

—No sale.—Dice agachando la cabeza.

—Bien, probaremos con un té que debería aliviarle el dolor. Tómese una segunda taza antes de dormir y en la mañana debería ser capaz de hacer de vientre.—

Que manera más elegante de recetarle un laxante natural. Quiero reírme pero no puedo hacerlo porque suficiente vergüenza tiene ella.

—Gracias, querida. Eres fantástica. Gorm es muy afortunado.—Sé que no pretende ofenderme ni herirme, pero lo hace. Sonrío forzadamente y camino hacia las pequeñas estanterías en las cuales Estrid me ha dejado poner bolsas de tela con hierbas. Apenas tengo seis bolsas pero confío que con el tiempo podré expandir mi pequeño hobby y ayudar a mucha más gente. Ojalá tuviera medicina, medicina de verdad, de la que alivia el dolor en veinte minutos y es capaz de curar una infección que aquí es mortal y dolorosa. Cojo la bolsita y saco unas cuantas ramas de la hierba, que huele a tierra y a humedad. Se la tiendo y ella sonríe.

—Dos tazas. Una ahora y otra en la noche. Si el dolor persiste venga de nuevo.—Le sonrío y ella agacha la cabeza agradecida. Se marcha sin decirme nada, supongo que por la mirada de desaprobación que Estrid le manda. Me siento en el banco y miro el fuego, que arde con lentitud y apenas fuerza. Aún no hay nada en la olla, totalmente vacía y sin previsiones de que alguien vaya a usarla.

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