Capítulo 12

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Arien

Los días pasaban... largos y aburridos. No había ningún rastro de que Lucien volviera y podía notar la mirada de lástima de Feyre cada vez que me miraba antes de irse con Rhysand todas las mañanas. No sabía qué los tenía tan atareados, pero tampoco pregunté.

Les conté cómo siguió las historias con la parte de Amarantha y, por primera vez, vi al Alto Lord estremecerse por algo. Quizá les recuerdos de aquel lugar seguían demasiado vivos en su memoria. Sin embargo, la extrañeza también brilló en su rostro y casi podía adivinar por qué: Si Amarantha mencionó el error de Tamlin en Bajo la Montaña, él no lo recordaba.

¿Cómo de lejos había llegado aquel deseo que había pedido?

A pesar de la mentira que le di a Cassian, la sala en la que Azriel y yo nos encontramos se convirtió en mi refugio de ojos indiscretos. Allí nadie me oía, nadie me veía. Bueno, en realidad, siempre estaba vigilada y no era la primera vez que levantaba la mirada de las páginas del libro y miraba a las sombras proyectadas del fuego por la habitación.

—¿Sabes que siento cuándo me estás vigilando?

Aquella sensación se vigilia retrocedió un poco, pero no se fue. Un acto de sorpresa. Días y días vigiladas por las sombras. Solté un largo suspiro cerrando el libro y miré el jardín. Elain lo había dejado precioso.

Al pensar en su nombre se me pusieron los pelos de punta. La compañera de Lucien... ¿por qué no estaba con ella? Las sombras se volvieron a acercar al notar mi cambio repentino de actitud y levanté la mirada de nuevo. Me mordí el labio inferior para no protestar otra vez. ¿No tenía nada mejor que hacer?

Miré al fondo de la sala. Una pared vacía junto a la que tenía la chimenea. Me puse de pie y me coloqué delante de ella, en medio de la sala. Azriel me siguió con la mirada desde las sombras. Con una idea en la cabeza, salí de la habitación casi a la carrera.

Si quieres mirar, te daré algo digno de contemplar.

Busqué, busqué, busqué... No sabía exactamente qué buscaba ni la forma de magia que quería utilizar para llevar a cabo mi plan, pero busqué. Las sombras me siguieron el paso.

Llegué al salón. Cassian y Azriel estaban allí comiendo y clavaron la mirada en mí cuando me asomé por la puerta. Sonreí a ambos y subí rápidamente las escaleras de camino a mi habitación.

Me miré las manos, esperaba que mi magia funcionara mejor de lo que creía en aquel lugar. Las extendí hasta el palo de dosel de la cama y ordené que extrajera un poco de madera de ella. De la madera, creció una rama que se curvó como una sonrisa como la que esbocé. La atrapé con la mano y miré la forma perfecta y pulida que había extraído. Me miré la mano. En ese sentido, los dioses se habían portado bien.

Abrí mi armario. Era la Corte Noche, la tela de los ropajes brillantes, no fue difícil encontrar seda entre mi ropa. Aunque la camisa era preciosa, sabía que jamás iba a ponerme algo así. Alcé la mirada a las sombras, seguía allí. Miré alrededor en busca de algo más. Un toque de mi mundo.

Salvo yo misma parecía que no era posible que hubiera algo allí de esas características. Pero me quité uno de mis propios pendientes: cobre.

Coloqué todo sobre la cama y extendí la magia sobre las tres cosas: el trozo de madera, la camisa de seda y mi pendiente de cobre. Las sombras parecieron inclinarse hacia adelante para ver lo que estaba haciendo. Pero solo llegaron a tiempo de ver una lira entre mis manos.

No era muy bonita, no como la de Apolo. Pero sonaría igual de bien.

Me la puse bajo el brazo y sonreí a las esquinas de la habitación. Volví a salir, volví a bajar las escaleras, volví a pasar junto al salón—esta vez sin prestar atención de si seguían allí—y volví a la sala. Cerré la puerta.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora