Capítulo 51

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Arien

No había una forma lógica de explicar por qué Azriel y Elain querían acompañarnos a la casa de Lucien. Tampoco había forma lógica de explicárselo a Vassa y Jurian. Pero sí había una lógica en que quisieran dejarnos a solas.

Ya deberían haberse dado cuenta de que no estábamos en la fiesta. Si nos buscarían o no, era un misterio.

Elain y yo no nos habíamos quitado los trajes de gala de aquella noche y todavía arrastrábamos metros de chifón y gasa en nuestras faldas. Azriel se había quitado la chaqueta y ahora se apoyaba en lo alto de la chimenea del salón de Lucien. Yo me había retirado al alfeizar de la ventana, me había quitado los zapatos y me había abrazado las rodillas. Elain estaba en la misma posición delante de mí, con la mirada perdida en el exterior.

Todavía notaba la segunda flecha debajo del tejido de mi vestido. Al igual que la constante presencia del papelito que me daba la solución para vivir allí y el elixir que podría convertirme en diosa.

Me volví a mirar las manos. ¿De verdad me hacía falta ese néctar o sería cuestión de tiempo que llegara a ser como mi padre? ¿O era una forma rápida de matar a Zeus y acabar con su sufrimiento?

Lucien apareció con cuatro copas y una botella que parecía llevar más polvo que contenido.

—Una de las mejores cosechas de la casa —dijo dejando las copas en las mesita de té—. Creo que llegadas estas alturas es lo que necesitamos.

Sirvió las cuatro copas, dos dedos de un líquido anaranjado que solo olía a licor incluso a la distancia en la que estaba. Lucien las fue cogiendo de una en una pasándoselas a todos los que estábamos en la sala. Elain se sentó con las piernas hacia el interior de la sala cuando tuvo la suya en la mano. Yo me recosté un poco más hacia atrás.

Le di un trago, haciendo pasar con esfuerzo el alcohol ardiente por mi garganta. Los cuatro permanecimos en silencio por unos segundos. Elain me miraba y yo solo aparté la mirada hacia el exterior, porque no sabía qué decir.

—¿Qué deberíamos hacer ahora? —preguntó Azriel.

Lucien se encogió de hombros y se repantingó en uno de los sillones de la sala.

—Quizá recapitulando encontremos algo —me puse de pie y comencé a caminar por la sala con una mala costumbre de cuenta cuentos—. Freya vino a verme y confirmó las sospechas que tenía con respecto a Azriel. Él y yo estábamos flechados. Con una flecha intenté deshacer ese hechizo que nos tenía apresados a ambos, pero apareciste tú, querido compañero, y no nos permitió acabar con lo que estábamos haciendo. ¿Por qué ese movimiento ilógico?

Mientras hablaba me di cuenta de que estaba molesta con Lucien, por haber interrumpido, por haberse arriesgado de esa manera. Lo miré con la mirada taladrante antes de que esta pasara a una de preocupación en el siguiente segundo. Dio un trago a su copa y se encogió de hombros.

—Porque quería que mi compañera fuera feliz —dijo.

—¿Y esa fue la misma reacción ilógica que tuviste tú, Elain? —preguntó Azriel en su dirección.

La chica a mi lado solo miró su copa todavía llena.

—¿Qué hay de lógico en esta historia de los lazos?

—Lo que yo quiero saber en realidad es—Lucien se puso de pie y me miró directamente—: ¿Qué es lo que pretendías?

Tomé aire con fuerza mirando de nuevo hacia el exterior de la ventana. La segunda flecha de Eros ardía todavía sobre mi falda interior. Tragué saliva y, como Lucien, yo también me puse de pie. Le sostuve la mirada por algunos segundos y me levanté la falda ante los ojos de los tres.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora