Capítulo 28

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Arien

—¿Qué se supone que se celebra?

Era lo primero que había dicho Tamlin desde que habíamos salido de la mansión. Al cabo de un rato, había bajado con un jubón de terciopelo verde con hilo dorado en los ribetes. Al menos había hecho el esfuerzo de prepararse para la ocasión. Le había colocado en la solapa de la chaqueta una rosa blanca y así había quedado perfecto.

Desde donde estábamos, ya se escuchaba la música en la plaza y las risas de la gente.

Me encogí de hombros.

—¿Tiene que celebrarse algo para que la gente se lo quiera pasar bien?

Lo agarré de las manos y corrí hacia allí dispuesta a ver cómo habían quedado lo últimos retoques. Guirnaldas hechas con flores colgaban de un lado a otro de la plaza, sobre las cabezas de los bailarines que giraban como peonzas al ritmo de la música. Cuatro faes tocaban sus instrumentos de cuerda y viento en una esquina, sobre una tarima que se había construido en un tiempo récord. Hasta había una mesa llena de aperitivos para la que parecía que todo el mundo había contribuido.

Para haber sido lo más improvisado del mundo, no estaba nada mal. Me sentó feliz al ver a la gente feliz. Pero por un segundo esa felicidad se vio eclipsada, porque el Alto Lord, el temible tirano que había arruinado sus vidas, acababa de llegar.

La música se detuvo de golpe y un escalofrío recorrió mi espalda. La tensión en el aire se hizo evidente. Miré a Tamlin, las mandíbulas apretadas. Di un paso al frente.

—¡Adelante! ¡No hace falta parar por una sola persona, queridos amigos!

Agarré de la mano a Tamlin y lo llevé a un lado para librarlo de ser el centro de atención. El Alto Lord rápidamente se sirvió una copa de alcohol de la mesa de aperitivos y la consumió de golpe. Hice una mueca.

—Tranquilo...

—Casi puedo oír sus pensamientos.

—Es tu Corte. No te sientas intimidado por ella.

—Para ti es fácil decirlo —replicó y se atrevió a darse la vuelta para mirar cómo seguían bailando—. No tienes ni idea de lo que es estar en el poder.

Clavé la mirada en un punto del suelo. De hecho, sí lo sabía, pero me mordí la lengua y me serví yo también una copa y bebí para olvidar aquello.

—Antes bailaba para ti —le dije sin pensar y comprobé su reacción, apenas perceptible—. Te encantaba mirarme.

—¿Has vuelto para intentar ganarte mi afecto de nuevo?

Suspiré silenciosamente. No sé por qué he vuelto, quería decírselo. Maldita sea, quería decirle toda la verdad ahora que no recordaba lo que era quererme. Pero ¿habría sido justo?

Dejé la copa en la mesa.

—He venido a bailar y por tu ceño fruncido no creo que nadie se acerque a mí esta noche. ¿Qué vas a hacer al respecto?

Lo miré con un tinte de reto en la expresión. Entornó los ojos.

—¿Quieres que te saque a bailar?

—Si lo preguntas, pierde la gracia y el sentido.

Tamlin resopló, disconforme con lo que estaba diciendo. Pero lo noté mirarme por un par de segundos, mientras yo mantenía la mirada en la gente girando y dando palmas, riendo y divirtiéndose a pesar de que aquel malvado fae estaba entre ellos. Tamlin dejó su copa en la mesa y extendió una mano hacia mí.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora