Capítulo 13

532 67 2
                                    

Lucien

—¿Cómo? —inquirí completamente impactado—. No puedes estar hablando en serio.

Rhysand se encogió de hombros. Apoyado en la repisa de la chimenea aparentaba estar tranquilo, pero la tensión enmarcaba sus hombros. No sabía qué le rondaba con la cabeza, pero parecía menos a la defensiva. Solté aire con fuerza y me froté las sienes.

—¿Está en la casa de la ciudad?

—Por el momento —admitió—. Si es cierto lo que dijo de las barreras...

—¡No puedes permitir que vaya a ver a Tamlin! —exclamé fuera de mí—. Mantenla ahí, no puede salir de esa casa. No con esa idea.

—¿Qué vas a hacer, Lucien? —alzó una ceja—. ¿Encerrarla? Azriel asegura que ha empezado con su rebelión silenciosa dentro de la casa. No parece que sea de las personas que puedan permanecer encerrada en el mismo sitio.

Tomé aire con fuerza. Miré hacia la puerta del salón, como si pudiera ver a Jurian y Vassa a través de ella.

—No puedo irme ahora —dije sombríamente.

—Lo sé —se incorporó de donde estaba y bajó la mirada—. De todas formas, no parece que Arien vaya a obedecerme de buen grado. He decidido dejarla salir de casa, pero alguien de mi círculo la acompañará en todo momento.

—Quizá sea lo mejor... —murmuré y miré a Rhysand—. Al menos hasta que pueda volver.

Rhysand asintió solemnemente. La conversación había terminado, por eso se dirigió hacia la puerta. Lo llamé por su nombre antes de que atrapara el pomo de la puerta. Se giró, me puse de pie colocando la mano sobre mi pecho, para que notara toda la sinceridad en mis palabras cuando dije:

—Gracias por cuidar de ella.

Rhysand me lanzó una mirada divertida y abrió la puerta para irse sin decir nada.

Arien

La respuesta seguía siendo no.

Y mientras Rhysand estaba fuera esa mañana, Feyre estaba conmigo en mi habitación. Tocó la lira y esta emitió algunas notas cuando pasó los dedos por las cuerdas. Como estaba haciendo la cama, miré por encima del hombro comprobando la fascinación que le produjo de repente.

—¿De qué clase de dios eres hija? —me preguntó con curiosidad.

Sonreí. Lo había dicho como si le costara soltar las palabras, pero en realidad no me molestaba hablar de donde venía. Acabé de extender bien la sábana y me senté en la cama para mirarla.

—No lo sé —confesé y ella frunció ligeramente el ceño—. Los dioses no son tan inmortales como uno cree. Murió en una sangrienta guerra por el cielo. Nunca estuvo muy presente en mi vida.

—¿No lo conociste?

—Brevemente. Vivió conmigo y con mi madre en la aldea de elfos de la que vengo hasta que Zeus decidió que no pertenecía a ese mundo. Cuando me llevaron al Olimpo, mi padre ya estaba herido de muerte. Se consumió mientras le cantaba nanas de elfos, yo tenía cinco años —suspiré al recordar aquel momento, pero había tenido siglos para hacer sanar ese recuerdo—. Él era Frey, hermano de Freya. Creo que los humanos de mi mundo los conocen como dioses de la mitología nórdica. Creo que de él saqué mi espíritu guerrero. Le he dado muchos dolores de cabeza a mi tío Zeus por ello. Por eso me ha castigado tantas veces.

—¿Venir aquí era uno de ellos? —se sentó en la silla de mi escritorio.

Ladeé la cabeza por su pregunta. Fruncí el ceño buscando en mis recuerdos. Estaba con mis tías Hera y Perséfone antes de que todo se volviera negro y apareciera en los túneles de la frontera. ¿Había sido un castigo de verdad?

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora