Capítulo 48

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Arien

Estaba con la boca abierta, incapaz de moverme ante aquella aparición. Ella sonrió y se detuvo a solo a medio metro de mí. Extendió la pálida mano y acarició con el dorso de sus dedos mi mejilla. Su expresión se contrajo a una de ternura.

—Advertí a Zeus que sobrevivirías —sonrió con malicia—, aunque te dejara en esos túneles —bajó la mano—. Siempre lo haces, eres la digna hija de mi hermano.

Era la confirmación que necesitaba. Mi sonrisa se extendió amplia por mi rostro y solo pude decir:

—Tía Freya —la abracé con fuerza y ella me estrechó entre sus brazos con fuerza, acarició mi cabello y me acomodó entre su pecho—, no sabes cuánto te he añorado.

—Lo sé, rayito de sol —murmuró—, lo sé.

Me aparté de ella. La miré a los ojos, hermosos y azules como los de mi padre. La misma esencia tranquilizadora. Delante de mi tía Freya nunca me había sentido inquieta, con miedo o sola. Ella era mi familia, mi verdadera familia, con la que compartía sangre y parentesco real. No era como mi tío Zeus o como Hermes, ella era mi tía de verdad, era la hermana de mi padre.

—¿Sabes por qué Zeus me trajo aquí?

La diosa sonrió y acarició mi cabello de nuevo.

—Por supuesto que lo sé —dijo con un toque de amargura en la voz—. Y tú, por supuesto, no lo recuerdas.

—¿Por qué? —inquirí, la rabia burbujeando debajo de mi piel—. ¿Por qué fue esta vez?

Freya suspiró, se apartó y me dio la espalda echando un vistazo hacia el sol. Hacia el astro del que hace tiempo su hermano fue el señor.

—Tienes que haberte dado cuenta —me dijo y esperé a que continuara—. Tus poderes han estado creciendo mucho desde hace un tiempo y eso solo tiene un significado: A pesar de no ser una diosa, el poder de Frey se está amoldando a ti. Es algo impensable para un semidiós, pero está ocurriendo y Zeus te consideraba una amenaza.

—Nunca pude ser una amenaza para Zeus —repuse—. Él... es... mi rey.

—El rey ante el que siempre te rebelas, mi amor —esbozó una leve sonrisa—. ¿O no es eso lo que haces con lord Rhysand?

Traté de no ruborizarme, de no inquietarme, pero mi tía me conocía bien. Me dio la mano y bajó un escalón de la escalinata que llevaba a la puerta principal de la mansión de Tamlin. Se sentó allí mismo con su imponente vestido de gala rojo. Me senté a su lado sin dejar de tomar su mano.

—No fuiste una amenaza hasta que llegaste a hacerle daño de verdad —no hablé, pero la pregunta se hizo visible en mi rostro—: Los rayos dejaron de obedecer a Zeus. La tierra dejó de ser la que era y el sol tenía un nuevo aspecto. No lo agrediste, solo... exististe. Y eso era insoportable para Zeus, siempre lo fue.

—Y me mandó a Prythian —resolví.

—Cambiabas el rumbo del mundo, Ari —susurró—. Eras peligrosa para el equilibrio del mundo. Así que Hermes y yo tuvimos que negociar con él. No podíamos permitir un asesinato de la única sangre a la que querido. Hermes no podía permitir que te hicieran ningún daño, eres su favorita. Traerte aquí, tener una nueva vida, poder vivir como tu quisieras.

—¿Por qué borrarme los recuerdos? —interrumpí.

—Formaba parte del trato —confesó Freya y frunció los labios—. Mejor que pensaras que era un castigo, uno muy cruel, que un destierro de por vida de tu mundo, de todo lo que has conocido. Hermes contribuyó en el engaño, pero... hubo un momento en el que todo se hizo insostenible.

—¿Por qué?

Freya abrió la boca, pero una voz llamó mi nombre.

Giré la cabeza de golpe y me levanté arrastrando a mi tía al interior de la mansión. La recepción se llevaría a cabo fuera hasta la caída de la noche e incluso después seguiría allí. Pero para ocultarnos más, nos llevé a la sala de música. Cerré la puerta y volví a preguntar:

—¿Por qué?

—Zeus está muriendo —dijo de golpe y me quedé muy quieta en el sitio—. La anomalía que supones lo está matando.

—¿Zeus está muriendo... porque yo existo? —inquirí y Freya no dijo nada—. ¿Por qué me cuentas todo esto?

—Hicimos todo lo posible por cambiar las tornas —la voz de Freya cambió a una de desesperación—. Te juro que lo intentamos todo por que Zeus volviera a ser el que era, pero no ha funcionado nada. Y ahora...

—¿Hicisteis todo lo posible? —le pregunté y ella cerró los ojos con fuerza. Lo entendí de golpe—. Como flecharme con Azriel.

Freya apartó la mirada de mí, incapaz de enfrentarse a mi mirada de decepción. Tomé aire con fuerza.

—Me flechasteis con Azriel para cambiar mi destino de estar con Lucien... De ese modo pensasteis que Zeus se salvaría porque no estaría en el lugar ni el momento ni con la persona que me correspondía, pero...

—No puedes pelear contra el destino —negó con la cabeza.

Sostuve la mirada de mi tía por unos segundos.

—¿Y ahora? ¿Ahora qué pasará conmigo?

Freya me miró y hizo un gesto con la mano y abrió el puño cerrado mostrando dos objetos que a primera vista no parecía que cupieran allí. Uno era un trozo de papel enrollado y atado con un hilo negro. El otro un pequeño frasco de cristal que contenía un líquido que conocía bien. Que fue mi obsesión desde que era pequeña.

—Ambrosía... —murmuré.

—Néctar en realidad —me corrigió mi tía tomando el frasco—. Sea lo que sea, sabes lo que hará contigo si lo tomas.

—Seré una diosa —convine—. ¿Y eso?

Freya volvió a mirarme a los ojos con intensidad. Tomó mis manos y colocó ambos objetos sobre ella. Las cerró alrededor de las dos cosas.

—Es tu decisión —susurró—. Puedes tomar la ambrosía, volver al mundo al que perteneces y ser la nueva reina de los dioses porque así lo ha querido el destino. O... —sus ojos se llenaron de lágrimas— renunciar a tu derecho de cuna, renunciar a todo lo que representa ser de sangre divina y quedarte aquí. Y todo... —la voz de Freya se quebró— o casi todo volverá a ser como antes.

—No podré volver nunca —mi tía negó con la cabeza, incapaz de hablar—. No volveré a verte.

—Tampoco volverías a ver a Lucien.

—Eres mi familia.

—¿Y él no lo es? —sonrió, pero las lágrimas cayeron—. Esta vez, Ari, tienes que decidir lo que tú quieres.

Miré los dos objetos entre mis manos.

—¿Cuánto tiempo tengo?

Volví a alzar la mirada. Freya no estaba allí. Me giré, mirando en todas las direcciones de la habitación.

—¿Tía Freya? —dije en alto.

Había desaparecido. Probablemente esa fuera la única imagen que vería de mi tía por última vez. Apreté los dos objetos contra mi pecho y me giré hacia la puerta. Tenía que recomponerme, pensar sobre ello y tomar una decisión como ella me había pedido.

Y, al llegar al pomo de la puerta, vi una última cosa más.

Una pareja de flechas. Las dos plateadas con las plumas de búho. Había una nota escrita con runas sobre ella: "Perdóname, rayito de sol".

Acaricié las plumas. "Eros tiene su arco y sus flechas, con las que enamora a todo el que le viene en gana. Bueno... enamora o condena a la indiferencia". Agarré las dos flechas, las colgué de mi cinturón por debajo de mi falda y salí de la sala de música para volver a la fiesta.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora