Capítulo 34

278 39 10
                                    

Arien

Hace diez años...

Esperé y esperé hasta que aparecieras. Solo vestida con aquel pijama para los días tan cálidos como aquel. Los pantalones cortos que dejaban ver a la perfección mis piernas de silvana y aquella peculiar camiseta que cubría el pecho, pero una tela transparente dejaba ver mi vientre a través. Muchas veces había visto cómo me mirabas cuando las noches eran largas para mí y quería que siguieras mirándome de esa forma.

Me cansé de esperar. Sabía que Tamlin se había ido a dormir hacía horas y no había rastro de ti. O, al menos, yo no lo había notado, porque te estabas escondiendo. Así que salí y llamé a la puerta de tu habitación sin importarme quién me viera. No estaba segura de lo que estaba haciendo, no estaba segura de qué iba a decirte, pero lo hice de todas formas.

Tardé dos intentos en que me abrieras la puerta y cuando fui a llamar la tercera vez, la abriste. Me quedé petrificada al volver a ver tu cara, aún cubierta por la máscara por aquel entonces. Y, aun así, eras perfecto. Con o sin máscara, con o sin cicatrices, de la Corte Primavera, de la Corte Otoño o de la Corte Noche, eres perfecto.

Mi mente se quedó en blanco por completo, más cuando descubrí que no llevabas una camisa.

—No has venido —dije ruborizándome más de la cuenta.

—Lo que dije iba en serio—replicaste—. No te obligaré a hacer nada si tú no estás dispuesta.

El uno frente al otro nos medimos con la mirada durante largos minutos. Sentí el lazo tironear de mi subconsciente, acelerando mi respiración mientras recorría con los ojos tu hermoso rostro. Contemplé tu cicatriz, por la que te sentiste avergonzado en algún momento y yo solo pensaba en pasar mis dedos sobre ella.

El lazo... Tú eras mi compañero y no podíamos evitarlo.

Por eso, los dos perdimos el control. Enterrados los dedos en nuestros cabellos para pegarnos el uno más al otro. Cubriste tu boca con la mía y yo me dejé llevar. Me besaste con tanta delicadeza y pasión que no creí que una combinación de ese calibre fuera posible hasta que nuestras bocas se conocieron. Acaricié tu pelo, me aferré a tu nuca para que no separaras tu boca de la mía y entonces apoyaste una mano sobre mi cintura, donde la tela era transparente, y me atrajiste más a ti para entrar en tu habitación.

Cerraste la puerta con una ráfaga de magia y lo primero que hicimos entonces fue apartarnos y jadeas. Nos contemplamos el uno al otro, asegurándonos de que lo que estaba pasando era real. Compartiendo nuestro aliento... y volví a besarte tras sonreír.

Me hiciste rodear tu cintura con las piernas y entonces me acostaste sobre tu cama sin parar de besarme. Cuando te separaste, lo hiciste sutilmente me miraste a los ojos, los tenías tan brillantes que llamas parecían refulgir en ellos. Rocé mi nariz con la tuya y de nuevo nuestros labios se volvieron a unir. Se instalaste entre mis muslos y te balanceaste sobre mí provocándome el primer gemido.

Me volviste a contemplar. Acariciaste mi cabello sin atreverte a mover de nuevo. De algún modo sabíamos que estaba bien. El lazo nos había unido, pero no queríamos creérnoslo incluso si ahora estabas sobre mí y solo pensábamos en probarnos de todas las formas posibles.

—Mi compañera —susurraste detrás de mi oreja. Depositaste allí un beso—. Mi igual...

Y la fantasía terminó allí. Porque en la habitación no estábamos solos.

Cuando abrí los ojos de nuevo, tuve que empujarte a un lado y descubrí que alguien nos contemplaba con los brazos cruzados. Su varita en mano y las alas decorando las sandalias doradas.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora