Capítulo 30

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Arien

—¡Hermes!

Me colgué del cuello del dios. Él me rodeó con los brazos con fuerza y me levantó del suelo dando vueltas sobre sí mismo, como si yo no pesara nada y fuera una niña pequeña. Me aparté de él y sostuvo mi rostro entre sus manos por un breve segundo. Me dio las manos, me miró de arriba abajo, me hizo dar una vuelta sobre mí misma haciendo ondear la falda de aquel colorido vestido que llevaba.

—Creía que...

—La llamada no había funcionado, lo sé —el dios de dorados rizos y sandalias aladas me sonrió ampliamente—. Estabas con ese chico, no quise interrumpir.

—Debiste haberlo hecho —repliqué.

—¿Seguro, embajadora de la Corte Noche? —sonreí bajando la mirada. Desde luego que ya lo sabía—. Siempre te va bien sin nosotros, no sé por qué me preocupo más por ti.

—Hermes —lo interrumpí—, ¿cómo regreso? ¿Por qué estoy aquí?

—Para enmendar tus errores, ¿no? —se puso más serio que de costumbre—. Es lo que parece que estás haciendo.

—Ya, pero ¿por qué? Son los errores de Zeus, no los míos.

Los ojos de Hermes se entornaron y miraron hacia el río de nuevo. Llevaba una pluma blanca en la mano y la echó al agua, tal y como lo hizo la primera vez cuando era todavía una niña para él.

—¿Lo son? —guardó silencio—. ¿No recuerdas por qué estás aquí?

Traté de recordarlo, pero en mi cabeza solo existía aquellos túneles que me llevaron hasta la Corte Noche. Después, todo fue una celda y una mansión en la que estuve encerrada hasta que pude salir libremente. Negué con la cabeza despacio.

—Para enmendar mis errores, has dicho —dije vacilante.

—¿Y sientes que lo estás haciendo? —los ojos del dios me penetraron en los más profundo del alma. Negué con la cabeza de nuevo.

—Estoy perdida —susurré al viento—. Muy perdida. Lucien tiene una nueva compañera. Besé a Azriel, cosa que... por favor no se la cuentes a Zeus. Y lo único en lo que creo que he tenido suerte es en ayudar a Tamlin. Un poco al menos. Pero no encuentro el sentido de por qué he vuelto aquí. Zeus no quería que Lucien me tocara, por eso me llevó de vuelta la última vez. ¿Qué sentido tiene que me vuelva a juntar con él?

—¿Un agravio mayor?

Miré a Hermes con ojos suplicantes y él apartó la mirada al agua. La pluma había desaparecido.

—¿Qué hice, Hermes? —inquirí.

A nuestro alrededor, el silencio se volvió pesado. La figura de Hermes totalmente inmóvil. Solo movió los ojos un poco para mirarme de soslayo y después se escucharon los arbustos moverse. Alcé las manos en guardia de golpe. Y rápidamente vi las alas de Azriel aparecer al borde del arroyo.

Solté aire que había estado conteniendo, jadeé con fuerza y volví la mirada hacia Hermes. Miré en dirección contraria: el dios había desaparecido.

—Tengo la sensación de que el bosque ha jugado conmigo —dijo Azriel confundido. Lo miré como si fuera la primera vez que lo miraba—. ¿Qué ocurre?

—¿El...? ¿El bosque? —traté de decir.

"¿O un dios con los trucos en la manga que es capaz de hacerte perder el camino si quieres?", pensé. Azriel dijo algo en respuesta, pero mis ojos seguían mirando alrededor. Siempre tan crípticos, tan ocultos como las profecías de Apolo. No me dirían nada claro. Pero lo único que había descubierto era que mi agravio había sido peor que el que había cometido en su tiempo en Prythian. Y, sabiendo se su magnitud, ¿cuánto había ofendido a los dioses para que me devolvieran a ese mundo?

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora