Capítulo 10

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Arien

Hace diez años...

-¡Ja! -exclamé dando un golpe a la mesa de madera-. Señores, por favor, denme mis ganancias.

Las monedas tintinearon en la pequeña bolsa de Tamlin lanzó en mi dirección con resignación y lo mismo lo hicieron las de Lucien que cayeron sobre otras tantas que había dejado sobre la mesa. Lo atraje hacia mí abriendo los brazos y abracé las monedas de oro como si fuera una urraca avara.

Lucien, por primera vez desde que lo había conocido, soltó una sonora carcajada. Lo miré muy sorprendida por aquella reacción y mis ojos, aunque peleaban por dejar de mirarle, se clavaron en la forma de su boca cuando aquel sonido salió de su garganta. Sonreí con satisfacción y antes de poder evitarlo, yo también me estaba riendo. Tamlin me sirvió más vino.

-Parece que tendré que esforzarme más por conseguir tu tiempo -dijo mirándome con una sonrisa pícara en los labios.

Alcé la copa como si fuera a hacer un brindis, pero dije:

-Parece.

Le di un trago. No sabía cuántas copas llevaba ni la hora en la noche que era. Ni siquiera sabía si allí tenían horas o simplemente organizaban el día en función a la energía que tenían.

Me relajé hundiéndome en la silla. El fuego crepitaba cerca de nosotros. Había perdido la cuenta de troncos que habían traído mientras habíamos estado allí encerrados. La verdad, podría haberme acostumbra a aquello. No era el Olimpo, era casi mejor. Estaba más libre de lo que los dioses me permitían, porque querían que fuera una dama educada y mi día estaba calculado al segundo.

Acaricié una de las monedas de oro, sintiendo el relieve bajo mis dedos. "Ahora puedo irme".

De repente, un golpe se escuchó al otro lado de la puerta del salón, que llevaba cerrada desde hacía varias horas. Entonces fui consciente del calor que tenía. El vino, el fuego, el encierro y las apuestas me habían convertido en una hoguera. La puerta se abrió de golpe y una fuerte ráfaga de aire cruzó el salón, se me antojó gélido contra mi piel.

Una mujer, alta, de piel clara y que tanto su pelo como su piel parecían estar hechos de sangre, cruzó la estancia exhibiendo sus largas piernas con cada paso que daba a través de las aberturas de su vestido.

Tamlin y Lucien se pusieron tensos en sus asientos y de inmediato supe que no estaba pasando nada bueno. ¿Por qué una mujer de aquellas características, hermosa de un modo aterrador, estaba entrando en el salón de un corte sin permiso?

Tamlin se puso de pie y, para mi sorpresa, hizo una reverencia.

-Amarantha... -murmuró.

La mujer lo ignoró y se detuvo a pocos pasos de la mesa en la que estábamos jugando y me clavó su mirada, escrutando cada centímetro de mi piel. Sentí que me miraba tanto que me sentía desnuda, por eso me crucé de brazos de forma casi inconsciente. Al principio estaba mortalmente seria. ¿Qué miraba? ¿Qué buscaba en mí? Si quería que hiciera algo, no lo entendía.

Lucien, a diferencia de Tamlin, permaneció en su asiento mirando a la mujer muy fijamente. Toda la sala quedó en silencio salvo por el crepitar del fuego, de una forma tensa, no tranquila y relajada como antes de que llegara. Y entonces, la risa ensordecedora cruzó el aire.

Miré a Tamlin confundida, él a Lucien y Lucien a mí sin comprender lo que estaba pasando. Amarantha dio un paso hacia la mesa y apoyó la mano sonriendo con sus dientes blancos y perfectos. Se inclinó hacia adelante como si quisiera mirarme con más detenimiento.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora