Capítulo 27

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Arien

Bajé las escaleras y de frente me encontré con Lucien. De golpe me di cuenta de que no quería verle, aunque le hubiese prometido que hablaríamos. Solo quería irme, iniciar mi misión y mi mandato como emisaria y olvidar por un momento el lío de emociones que había en mi interior.

Sin embargo, cuando intenté pasar de largo a su lado, me agarró por el brazo y me quedé quieta, pero mirando al frente no a él.

—Creo que olvidas algo.

—Ahora no puedo —repuse bajando la mirada.

Me soltó el brazo despacio y tardé un momento en volver a retomar el paso como yo quería. Lo miré brevemente antes de empezar a caminar de nuevo.

—Quiero saber una cosa —me volvió a detener con sus palabras—: El final de la historia. Necesito saber cómo fue tu partida.

Tomé aire con fuerza y el corazón en la mano. Me lo esperaba, pero no me lo esperaba al mismo tiempo. Por eso abrí la puerta de la casa de la ciudad y me fui de allí sin mirarle o responderle.



Levanté la mano y fui a llamar a la puerta, pero vi mi mano temblar. La cubrí con la otra, quizá no me sintiera tan segura volviendo a esa mansión yo sola. Pero la presencia de Azriel solo habría empeorado el humor de Tamlin, así que llamé a la puerta antes de arrepentirme.

Esperé, sintiendo el aire tibio de la primavera en mi piel. Me miré el vestido y lo extendí con cuidado, también acomodé dos mechones de pelo a los lados de mi rostro. Quería mostrarme amable con él de nuevo. Los segundos se me hicieron eternos, tanto que fui a llamar de nuevo, pero la puerta se abrió antes de que lo hiciera.

El rostro del Alto Lord sin la máscara—me costaba trabajo recordar que ya no la llevaba nadie en la Corte Primavera—se contrajo en extrañeza, pero yo esbocé una sonrisa abiertamente para él.

—Te dije que te fueras.

—Y yo quiero saber cómo estás.

Puso los ojos en blanco. Pasé los ojos detrás de él, pero más allá de las escaleras no veía nada. De todas formas, parecía que las ojeras que había tenido al despertar el otro día habían desaparecido y llevaba ropa limpia, al igual que su cabello brillante y peinado como antaño.

—Estoy bien, ya puedes irte.

—Tam...

Antes de que terminara de decir su nombre, la puerta se cerró ante mis narices. Tomé aire para protestar, pero escuché con atención al otro lado de la puerta. Nada. Estaba solo, encerrado en esa mansión. Completamente solo y era lo que quería, casi parecía mentira.

Levanté la mano para volver a llamar, pero me arrepentí de inmediato y bajé la mano. Me di la vuelta despacio, incapaz de apartar los ojos de la madera tallada por un largo momento. Después, bajé los escalones de piedra. Azriel se había ido de verdad, no podía volver a la Corte Noche hasta que llegara el ocaso. Miré alrededor. Realmente podría haberme pasado todo el día paseando por el bosque, disfrutando de la soledad y de la sombra de los árboles. Pero estaba allí por una razón.

Di la vuelta a la casa y tomé el camino en dirección al este. El sol me daba en la cara, hacía mucho calor por la mañana, pero me aguanté y seguí caminando hasta que vislumbré la aldea más cercana a la mansión del Alto Lord. La gente iba y venía todavía, al menos no había sufrido la despoblación de la que me habían hablado tras la guerra de Hybern. Algunos se habían quedado y fue un completo alivio para mí.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora