Capítulo 9

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Arien

Alcé la mano, quería tocar el cielo. La habitación de aquella casa era preciosa, pero poco interés tenía en la cama de dosel, las sábanas de seda y el calor sofocante de la chimenea. De hecho, al despertarme, extendí la mano hacia este y la cerré con la esperanza de poder sofocarlo con mi magia. Funcionó. Por un momento me sentí aliviada. Al menos los altos lores no se habían alarmado por mis poderes, no me creían peligrosa o confiaban en mí plenamente.

Ahora me sentaba en el alfeizar de la ventana con una bata sobre los hombros y aquel singular pijama con transparencias, cómodo hasta decir basta. Me sentía bien, un poco mareada por todas las emociones que había vivido el día anterior, pero acepté el descanso y la comida de buen grado, sin salir durante toda la mañana de mi habitación.

Por la tarde me hice trenzas en el pelo que uní en la parte trasera de mi cabeza. Me miré al espejo comprobando cómo se veía mi aspecto y las orejas puntiagudas que en su día oculté. Me gustaba lo que veía, así que me sonreí a mí misma. Después apoyé una mano en el espejo y me dirigí hacia la puerta, como si pudiera ocultar del resto ese reflejo.

Bajé las escaleras. No había nadie en el salón, la casa parecía estar en silencio. El único sonido que detectaba era el de los carros en la calle y el crepitar del fuego del salón. No escuchaba nada más. Me acerqué un poco al fuego y extendí las manos hacia allí en un gesto fingido de buscar el calor. Me arrodillé delante y solté un largo suspiro.

—Por fin has despertado.

Me di la vuelta para mirar quién había hablado. Vi a la muchacha más joven que me habían presentado como una de las hermanas de Feyre, no estaba segura de si era Nesta o era Elain. Me puse de pie de un salto.

—Aún me noto un poco mareada —confesé.

La chica no me miró a los ojos, solo se limitó a colocar los platos que traía en la mano sobre la mesa. Ladeé la cabeza al percibir que ella estaba haciendo todos sus esfuerzos por no mirarme.

—¿Te ayudo?

—No es necesario —dijo con tensión en la voz.

Antes de que pudiera abrir la boca, ya estaba saliendo del salón. Miré hacia la mesa sin saber muy bien qué hacer. No me parecía bien quedarme mirando mientras ella trabajaba. Hice ademán de seguirla, pero entonces las mujeres fantasmas aparecieron de repente. Por un segundo me quedé quieta en medio del salón con miedo por si volvían a encerrarme. Pero rápidamente me di cuenta de que no tenían motivos para hacerlo. No hablaron, solo colocaron los utensilios sobre la mesa.

—Eres Elain, ¿verdad? —pregunté haciendo la prueba. La chica hizo un rápido asentimiento—. ¿Dónde están todos?

—Entrenando, en la biblioteca... Ellos también tienen sus trabajos, ¿sabes?

Su tono hostil me hizo retroceder un paso.

—Comprendo —murmuré—. ¿Sabes cuándo volverán?

—Oye, no tengo ni idea, ¿vale? —dijo con frustración y retrocedí un momento—. Van y vienen, tienen su vida. No te creas que estarán pendientes de ti todo el tiempo.

—No lo pretendía —llevé mi melena por encima de mi hombro—. ¿Cuál es tu problema? Ni siquiera me conoces y tengo la sensación de que quieres cortarme la cabeza con ese cuchillo.

Elain de repente cambió la expresión y se tornó a una herida. Fruncí el ceño. ¿Ahora la mala era yo? Solté un suspiro de exasperación y me di la vuelta para volver por donde había venido. Lo que no me esperaba, era chocarme contra un enorme chico de pelo negro y armadura con relucientes cristales de color azul. Eché la cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora