Capítulo 40

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Lucien

—Lord Rhysand no parece muy convencido con la idea —le dijo Arien a Tamlin, inclinado sobre un montón de papeles en el escritorio de su propio despacho—. Pero, por otro lado, no se ha negado en rotundo. Permanece reticente con respecto a lo que ocurrió con Feyre, la protegerá con su vida si es necesario. Quizá sea complicado hasta que hables con ellos.

Tamlin seguía leyendo los papeles que tenía delante. Asintió en dirección al documento que tenía delante y lo metió en un sobre. Echó la cera sobre el cierre y lo selló con la marca de la corte Primavera. Se lo tendió a Arien.

—Gracias, Ari —sonrió—. Lleva esto a Alis y ayúdala en todo lo que ella necesite con los preparativos. La indecisión de Rhysand no me va a detener en mi deseo de hacer las cosas bien. Lucien —me erguí al lado de Arien mientras ella inclinaba la cabeza para retirarse de allí—, quédate un momento, hay algo que quiero tratar contigo.

Intenté no ser muy consciente de la puerta cerrándose detrás de mí ni de la tensión permanente que había sido desde que me había reunido con Arien aquella mañana y la había llevado ante Tamlin bajo órdenes de Rhysand. Su silencio había sido inusual, hasta su frialdad me sorprendió y todavía más después de haber destruido la tensión del lazo para hacerlo realidad. Se supone que deberíamos habernos convertido en adictos el uno del otro... o eso tenía entendido.

Miré a Tamlin y me erguí con las manos en la espalda para no seguir pensando en ella.

—Tamlin —dije.

—La corte Otoño también estará presente, con un poco de suerte. Tengo entendido que la corte Noche y ellos mantienen ahora mismo una... estrecha relación —bajé la mirada—. Fuiste mi amigo, quiero saber tu opinión al respecto.

—Si pretendes invitar a todos los altos lores, no sería de buen gusto dejar a una porque tu amigo no se siente cómodo con la presencia de una de ella —repuse e intenté sonreír, pero Tamlin permaneció serio—. Puedo llevar yo el mensaje.

—¿Seguro? —inquirió Tamlin—. Tu historia con tu familia no acabó muy bien.

Miré por encima del hombro, como si quisiera seguir el lazo que me unía a Arien. Tamlin lo detectó y se cruzó de brazos echándose hacia atrás en su silla.

—Pídele que te acompañe.

—¿Para que acabe como Jesminda? —una punzada de dolor me cruzó el pecho cuando dije su nombre.

—No conocen a Arien —repuso—. No es alta fae, pero es mucho más que eso. Tu padre no se atreverá a tocarla. Y, si lo intenta, estoy más que seguro de que ella sabrá arreglárselas... y tú no le dejarás vivir. 

Alcé la mirada hacia Tamlin. Me encogí de hombros y extendí la mano. El Alto Lord me pasó la carta que debía entregar.



Los guardias del palacio se tensaron en cuanto Arien y yo salimos del bosque. Las hojas caídas alrededor, como si aparecieran una y otra vez en los árboles sin llegar a vivir, solo para caer y caer y caer y cubrir el suelo con un manto crujiente. El ambiente ni muy frío ni muy caliente, la temperatura justa.

Arien y yo vestíamos los ropajes de la corte Primavera, como emisarios, con una capa liviana sobre los hombros. Me tensé cuando los faes que guardaban la puerta apretaron con más fuerza sus armas.

—Mensaje de la corte Primavera —dijo Arien controlando la situación—. Venimos a ver a su alto lord.

Los guardias miraron a Arien, me miraron a mí. Era evidente que los dos parecíamos hijos de esa corte, era extraño que vistiéramos y viniéramos de Primavera. Es más, hasta sentí los ojos de uno de ellos sobre mí con descaro: me había reconocido.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora