Capítulo 26

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Lucien

Cuando había visto su mano sobre Arien, había creído que no me controlaría. Había pensado incluso que un destello de algo, algo que no me gustaba, había brillando en los ojos de mi compañera cuando ella lo había mirado. Quería pensar que sólo eran imaginaciones mías.

Por el momento, cuando salí del despacho de Rhysand, dejé que Azriel se fuera por donde había venido y yo me dirigí a la puerta de la entrada para volver a irme a Primavera. Tenía que seguir avanzando con la invertigación de Vassa y Jurian antes de que fuera demasiado tarde y otra guerra nos estallara en la cara sin poder detenerla.

Pero el olor a flores frescas me detuvo y me giré hacia lo alto de las escaleras de la casa.

Elain estaba allí. De pie embutida en un hermoso vestido rosa que la habían más hermosa de lo que ya era por naturaleza. No pude evitar compararla con Arien. Donde la semidiosa era de un aspecto todavía juvenil, Elain era una mujer adulta de verdad. Las curvas bien formadas, su rostro fino, pero seguro. Sin embargo, en actitud, Elain tenía todavía ese rubor juvenil en las mejillas y los ojos de Arien brillaban con arcana sabiduría en ocasiones.

Las dos eran muy diferentes... y por las dos tenía ese vínculo.

—La otra noche de fuiste muy rápido —dijo bajando las escaleras despacio.

—Tengo que volver a irme rápido —respondí con calma.

El rostro de Elain se tensó de molestia y ladeó la cabeza como si tratara de lanzarme la pregunta solo con su mirada. Aparté los ojos de ella y suspiré largamente. Me encogí de hombros.

—Lo siento...

—Creía que, ahora que he aceptado el lazo, querrías que pasáramos un poco más de tiempo juntos —murmuró—. O es que...

—Elain —no sé cómo estaba manteniendo la compostura en aquel momento, quizá fuera el cansancio de aquella misión, el momento en el que vi la muerte tan cerca de no ser por Arien—, no quiero hacerte daño. No creo que este lazo conmigo sea lo que quieras en realidad. Arien ha aparecido de la nada y ahora mismo no sé qué es lo que me une a vosotras.

—¿Arien te retiene de no aceptarlo? —inquirió impertérrita.

Miré a los ojos a Elain. La amabilidad había desaparecido de ellos. Ahora una pared de hielo los cubría. Tragué saliva. Le acababa de decir que no sabía lo que sentía por ella, ni por ella ni por Arien. Pero... asentí con la cabeza a pesar de ello.

Tenía la sensación de que, por ser la primera, le debía algo de fidelidad a Arien. Y ya me sentía mal por haber besado a Elain antes de verla a ella. La hermana de Feyre soltó una risa carente de humor y se cruzó de brazos, pero la malicia brillaba en sus ojos. Confundido la contemplé con el ceño ligeramente fruncido.

—Puede que Arien te esté mintiendo —soltó.

—No pareces tú hablando mal de la gente.

—Solo digo la verdad —replicó—. Puede que haya sido tu compañera, puede que ese lazo sea real y tú lo notes con más fuerza, pero... Arien no te está contando toda la verdad —dio un paso al frente—. La has visto con Azriel, ¿verdad? Has visto cómo mira a tu compañera.

Entorné los ojos a la defensiva.

—También vi cómo te miraba a ti.

—Reconozco que me gustaba cuando lo hacía... —dijo con pesar—. Pero parece que ha cambiado de objetivo, ¿no te parece?

El lazo tiró de mí y una rabia ciega se apoderó de mi cuerpo. Quería asesinar a Elain por decir algo así, por acusar a Arien de mentirosa y por aceptar la realidad de que Azriel en algún momento le había atraído. Lo que no podía tolerar en absoluto era que, una vez más, el cantor de sombras se hubiese fijado en mi compañera.

Pero respiré profundamente. Arien dijo que hablaríamos, que lo solucionaríamos todo. Por eso me di la vuelta y, sin mirar una vez más a Elain o hablarle siquiera, me fui de nuevo a la Corte Primavera.

Arien

Lancé la pluma blanca al río. Mi silenciosa llamada. Mi silencioso auxilio. Se deslizó sobre el río con delicadeza con la suave corriente del canal. Esperé hasta que desapareció por debajo del puente sobre el que estaba y levanté la mirada de nuevo hacia las calles de Velaris. Miré alrededor, a las personas que pasaban. Presté atención a los sonidos más imperceptibles.

Y solté un largo suspiro.

—Parece que no en todos los mundos... —murmuré.

Me di la vuelta y, por costumbre, hice una pequeña reverencia hacia el río. Era una ofrenda a un dios, al fin y al cabo.

Cuando di un paso atrás, me choqué con algo sólido. Me di la vuelta de golpe, con el corazón latiéndome con fuerza de repente. El deseo de huir de allí nació en mi pecho, saber que podía tener opción de escapar de Prythian me hizo feliz por un segundo. Y esa felicidad se rompió de golpe.

Las alas enormes de una pesadilla me hicieron retroceder y miré a Azriel con reticencia. Sin embargo, el chico sonrió levemente.

—Quería darte la buena noticia por mí mismo—hizo una pequeña pausa y no pudo evitar sonreír cuando dijo—: Nueva emisaria.

Por un segundo me quedé aturdida ante esas palabras, por la presencia repentina de Azriel, por la ausencia de auxilio de Hermes, pero... sonreí incrédulamente.

—¿Lo ha aceptado? —inquirí y Azriel asintió sin poder retener una sonrisa.

Me cubrí la boca y salté de felicidad. En una abrir y cerrar de ojos abracé a Azriel con todas mis fuerzas y el chico tuvo que agarrarme con fuerza para que no cayera al suelo. Me estrechó por la cintura hacia él y lo escuché reír. Creo que era la primera vez que lo hacía.

—¿Sin vigilancia? ¿Solo yo y el malvado Alto Lord de la Corte Primavera? —le pregunté al separarme.

—No había nada que lo retuviera de hacerlo. Mantuviste a Tamlin bajo control por tu cuenta y le dijiste la verdad a Rhysand con respecto al flautista, así que... sí. Eres la nueva nueva emisaria de la Corte Noche en la Corte Primavera, es oficial.

—¡Genial! —exclamé y salí corriendo de vuelta a la casa.

Aunque fuera de noche, las calles estaban llenas de gente. Azriel gritó mi nombre a mis espaldas para no perderme de vista, pero no me detuve. De repente, la euforia había colmado cada uno de mis miembros y casi había olvidado qué era lo que me había llevado al río Sidra. Pero una pequeña herida de aquella falta de respuesta en mi llamada seguía escociéndome en el corazón. Sin embargo, no podía amilanarme ante algo como eso. No sería propio de una semidiosa.

Y, porque iba pensando todo esto, no vi al pobre viajero con el que me choqué en el camino. Me tambaleé un segundo en mi sitio y después me giré agarrándolo del brazo.

—Perdóneme —le dije.

El hombre, encapuchado con una capa del color de los pergaminos, me hizo un gesto con la mano y una sonrisa asomó en sus labios amablemente. Siguió caminando sin darle importancia  a nuestro encuentro. Así que seguí mi carrera hacia la casa de Feyre y Rhysand.

De lo que no me percaté en ese momento, y no me daría cuenta desde entonces, era en las sandalias aladas de aquel hombre y del zurrón que llevaba lleno de mensajes a repartir por el mundo.

Había chocado con mi respuesta de auxilio y lo había ignorado.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora