Capítulo 6

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Arien

Hace diez años...

Estaba despierta mucho antes del amanecer. Con el comentario que Tamlin me había hecho sobre mi acento, de repente me obsesioné con aquel idioma que nunca había estudiado. Me senté ante el escritorio y tomé una pluma para escribir todo lo que se pasaba por mi cabeza. El alfabeto era extraño, pero podía leerlo perfectamente.

Cuando los primeros rayos de luz acariciaron mi brazo, me di cuenta de que era ya bastante tarde. Ya era el día siguiente y no había indicios de que los dioses fueran a volver a por mí. ¿Qué querían que hiciera? ¿Era una ofrenda para ese fae?

Empecé a escuchar voces en el pasillo, apresuradas, y pasos venir de un lado a otro. ¿Qué estaba pasando? Me levanté del escritorio dejando la pluma en su sitio y me acerqué a la madera tallada de la puerta. No apoyé el oído, solo me concentré en el aire del otro lado para que me dijera lo que estaba ocurriendo.

—...la primera. Ponte en su lugar, probablemente ni supiera que los faes existen, Lucien—era la voz de Tamlin.

—¿Y qué quieres que haga? —inquirió el susodicho—. Esa chica actúa como si el mundo estuviera a sus pies. ¿No lo has notado?

—Porque es noble —abrí los ojos de par en par y me miré mis propias manos. No tenían durezas de trabajar como los campesinos. ¿Era eso? —. Tú habrías actuado así si tu padre te lo hubiese dado todo.

Me aparté un poco de la puerta para asimilar la información. De modo que Lucien, el fae al que exasperé en un abrir y cerrar de ojos en la cena, creía que era la persona más altiva que había conocido en el mundo y Tamlin creía que me lo habían dado todo en el mundo... y, por alguna extraña razón, era noble. Y Lucien... podría ser el noble, al fin y al cabo. ¿En qué convertía eso a Tamlin entonces?

—Te disculparás con ella —le ordenó el chico rubio.

—¿Qué? —rio Lucien, me hubiese gustado ver su cara de sorpresa. Me cubrí la boca para no reírme al otro lado de la puerta—. ¿No has escuchado todo lo que te he dicho?

—No tenemos otra opción, amigo. Tendrás que ser amable si quieres que todo vuelva a ser como antes.

El silencio siguió a sus palabras, pero un último suspiro llegó a mis oídos. Me aparté de la puerta unos pasos hasta que volví a escuchar los pasos acercándose. Mi corazón empezó a latir con nerviosismo y rápidamente lo primero en lo que pensé era en que si llevaba el glamour de las orejas puesto. Busqué un espejo en la habitación en encontré uno justo encima de la mesa del escritorio. Me solté el pelo de la trenza que llevaba y mi melena pelirroja cayó sobre mi espalda hasta mi cintura con delicadas ondas que se me habían formado durante la noche. Las peiné un poco y miré mi ropa. No me había vestido, tampoco tenía otra cosa que lo que me había puesto la noche anterior.

La puerta sonó y me apresuré a cubrir mis orejas con una caricia y un murmullo.

—¡Un momento! —pedí.

Me eché un último vistazo, eché el pelo sobre mis orejas para asegurarme de que no se veía nada y decidí que estaba lista.

Fui a la puerta y la abrí. El fae pelirrojo levantó la mirada de la punta de sus botas y me contempló por un par de segundos. Al recordar lo que había pasado en la cena, me tensé. Se suponía que no tenía que saber por qué estaba allí.

Lucien tomó aire visiblemente y alcé las cejas con insistencia. Un gesto que sabía que le molestaría, porque parecía de ese tipo de personas. El chico soltó el aire despacio también, los segundos se hicieron demasiado largos.

—Quiero disculparme contigo —hubo un intento de sonrisa después de eso.

No pude evitar reírme por lo incómodo que estaba. Lucien abrió mucho los ojos con el sonido de mi voz y tuve que cubrirme la boca para calmarme.

—No me mientas —reí.

Rápidamente, como si le hubiese dado una bofetada, el chico frunció el ceño profundamente.

—¿Cómo sabes que podemos mentir? —inquirió.

Me quedé callada. Mi cabeza funcionó a mil por hora. "Se supone que tengo que saber que los faes no pueden mentir, pero en realidad sí que pueden mentir y ahora mismo debería estar sorprendida". Sin embargo, no me dio tiempo a reaccionar y Lucien agitó la cabeza.

—Da igual. Supongo que Tamlin tiene razón y no sabías que los fae existían — murmuró más para sí, pero me miró con sus ojos bicolores—. Quizá fui muy severo contigo... lo siento de verdad.

El arrepentimiento colmaba su voz y de repente quise poder saber lo que estaba sintiendo de verdad. El ojo púrpura bajó con el dorado al suelo y sin decir nada más hizo ademán de alejarse rápido de allí.

Sin embargo, por acto impulsivo, lo agarré de la muñeca. Se giró y miró mi mano casi en la suya. La tela de su jubón era suave, pero había algo en él que no concordaba con lo que llevaba puesto. Aparté la mano y lo miré a los ojos de nuevo a través de la máscara.

—Si hubiese sabido que aquel lobo era un fae, te juro que no le hubiese hecho daño. Pero me intentó atacar. ¿Lo entiendes?

Lucien me miró de arriba abajo. Sentí vergüenza al llevar solo un camisón, pero sus ojos no fueron lascivos. Más bien me estaba evaluando. Volvió a mis ojos.

—Hay algo en ti que es especial.

—¿Qué? —repliqué nerviosa.

—No te hagas ideas equivocadas —dijo con sorna—. Solo tengo la sensación de que no eres como el resto de humano con los que me he encontrado.

—¿Por qué?

Lucien siguió mirándome en el rostro. Casi tenía la sensación de que me estaba tocando allí donde miraba y quise esconderme. El fae se encogió de hombros.

—No lo sé todavía.

Dejé que siguiera mirando por un momento más. Yo tampoco pude evitar la máscara de zorro que llevaba. Estaba detallada a niveles increíbles, algo que solo podía ser de creación fae. Las líneas rosadas en su piel y aquel ojo metálico que casi me trataba de advertir diciendo "peligro" por todo aquello que podía ver. Pero yo no le presté mucha atención.

Lucien carraspeó al darse cuenta de que aquella lucha de miradas se prolongaba. Esta vez yo di un paso atrás.

—Tamlin dijo que sabías luchar —asentí—. Quiero saber cómo te manejas exactamente y comprobar cada una de tus habilidades... si no te importa.

Sonreí por el último añadido. Me miré a mí misma una vez más. Alcé la mirada hacia Lucien y le dije:

—¿Me das un momento?

El chico me dedicó una primera sonrisa en ese momento y asintió haciéndome un gesto al interior de la habitación.

—Te espero abajo.

La Otra Compañera// ACOTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora