Capítulo 3 | Diferente.

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El elfo había caído del árbol directo hacia mis muslos y eso me había causado dolor. Por supuesto me había sorprendido, y, de paso, había arruinado mis planes; pero lo que más me disgustó fue ese brillo que crecía impetuosamente en sus enormes ojos púrpuras.

—Tus ojos... —dijo con un hilo de voz que apenas alcancé a oír.

— ¡Vete, elfo! ¡Estorbas! —grité. Sin embargo, algo en su sonrisa me dijo que no se iría; su actitud alegre lo terminó de confirmar cuando comenzó a presentarse:

—Soy Valerian, pero llámame Val, ¿sí?

Me parecía que ya era el momento para aclararle ciertos puntos, así que, con el tono más grave y fuerte que pude sostener, le dije:

— ¡No quiero saber tu nombre ni quiero saber de ti! ¡No necesito nada de ti! ¡Piérdete!

Se quedó pasmado por unos segundos, y pensé que por fin se iría. Mala sería mi suerte; después de unos segundos, volvió a sonreír como si le hubiera hecho de un cumplido.

— ¡Aburrido! -Nadie quiere estar solo. ¿Cómo te llamas?

—Yo sí quiero estar solo —fui sincero. Había estado solo por mucho tiempo, por lo tanto, quería seguir así, y no esperaba que eso cambiara, pero todo indicaba que no iba a ser así. El elfo continuó haciendo más y más preguntas y otras cosas que me irritaban. No podía hacer otra cosa que mirarlo con desdén, ya que todo en ese elfo era avasallante y, de algún modo, descarado. Me di cuenta rápidamente de que no me sería fácil quitármelo de encima; mis intentos por alejarlo fueron en vano.

Las preguntas del elfo continuaron por mucho tiempo.

—Dime, ¿de dónde vienes? ¿Cuándo empezaste a hacer esto? —Callaba cuando oía mis suspiros, que podían interpretarse como una señal de rechazo. Sin embargo, el elfo no parecía captarlas; o tal vez se estaba haciendo el bobo a propósito conmigo—. ¿Te pagan más si llevas una prueba de que «el trabajo» está hecho?

El elfo caminaba unos pasos detrás de mí. Harto de su presencia, me volví hacia él.

—Si te digo mi nombre, ¿dejarás de hacer preguntas y te irás?

—Sí y no —me respondió—. Juro que no te molestaré. Además, no tengo nada más que hacer, ahora que lo pienso. —Se tocó la barbilla.

—Agustín, ese es mi nombre —apenas esas palabras abandonaron mis labios, supe que había firmado la sentencia de su compañía.

Comenzó a hablar eufórico mientras hacía una introducción de lo que debía ser su presentación oficial. Empezó algo así como: «Es un placer conocerte, Agustín. Te llamaré Agus». Dejé de escuchar cuando vi que me sonreía y me guiñaba el ojo. Hablaba sin parar y decía cosas que no podría repetir porque no presté atención a nada de lo que decía, y en mis pensamientos solo había dos preguntas: «¿Acaso no se callaría nunca?». «¿Realmente está haciéndose el bobo conmigo?». Era extraño.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora